El tifón de Trifon, de Manuel Fernández de Córdoba
El 13 de enero de 1991 el Betis se impuso al Athletic Club por 1 a 0, un gol conseguido por Ivanov en el minuto 75 cuando, en un córner lanzado por Valentín, el búlgaro entró en plancha al primer palo y batió de cabeza al guardameta bilbaíno Iru.
Tres minutos antes Ivanov había conseguido que el árbitro pitara un penalti inexistente en un mano a mano con el portero, aunque Iru detuvo el lanzamiento de Chano. Era la jornada 18 de Liga y era el primer partido que el Betis vencía en casa.
Ivanov había debutado un mes antes, en la jornada 14, y su estreno coincidió con una reactivación del conjunto verdiblanco.
Desde el principio Trifon Ivanov se ganó el respeto y apoyo de la afición, y en este partido contra el Athletic su nombre fue coreado en los graderíos de Heliópolis.
El 15 de enero el periodista Manuel Fernández de Córdoba le dedicaba este artículo en las páginas de ABC.
Ya el otro día coreó bien fuerte el campo su nombre porque hizo méritos más que sobrados para que se le coreara al trabajarse un penalti y, sobre todo, al encarar el balón del gol en un remate que hubiera firmado el mejor de los cabeceadores del fútbol, dejando a un lado que podía partirse la cara en el intento, pero que había que entrar al cabezazo con el alma en la frente, sin más ojos que las redes y la necesidad que tenía el equipo que defiende de ganar el partido y, con él, la vida que se estaba jugando en el empeño.
Trifon Ivanov ha sido llegar y, desde el primer día, besar el santo de conectar con un público que se contagia inmediatamente, y creo que lo mismo le ocurrirá a la mayoría de sus compañeros, de su casta, de su ardor, de saberse que antes parece estar dispuesto a echar el hígado por la boca que dar por perdido un balón. Y todo con un aire de eternamente cansado, con la mano al costado desde la primera carrera, recuperando al poner el cuerpo en escuadra, las manos sobre las rodillas, los brazos tensos, el cuerpo hecho una ele al revés, y abrir la boca como pareciendo necesitar todo el aire que hay a su alrededor para, ahí lo sorprendente, olvidarse de esa recuperación en el mismo instante en que es necesario su concurso de apagafuegos en cualquier lugar del campo.
¿De qué juega Ivanov? Ahí quizá está la clave. Hablaban, antes de su llegada, de la anarquía de su fútbol. Lo conocen bien quienes así los definen y los que lo vamos conociendo en cada partido. No tiene lugar fijo. Lo mismo anda de líbero que de delantero centro en punta, igual está al lado del portero de su equipo para evitar un gol cantado, como estuvo a punto de hacer en Tenerife, si es que no lo hizo, aunque el árbitro lo cobrara y, de paso, expulsara a Bilek, que anda por la vera del portero contrario para estorbarle en un córner que facilite el remate a un compañero, que hacerle un gol como el que le hizo a Iru, después de hacerle picar en un penalti en el que también picó, y pitó, Pajares Paz.
Ahí, en su anarquía, es donde está, creo, su mejor virtud. Lo que pudiera ser defecto, si no se le cubren bien las espaldas, si no se le confiere misión concreta en la que quizás se aburriría, se convierte en todo lo contrario. Parece que el Betis, y José Luis Romero, lo va entendiendo. Se parte de una premisa que suena a negativa, el jugar con uno a su aire, lo que podría parecer hacerlo con un hombre menos, para llegar a una conclusión positiva: hacerlo, en realidad, con uno más, porque este Ivanov aparece por donde menos pueda esperársele y da, por su propia forma de entender el fútbol, sensación de estar en más sitios de los que realmente está.
Así tiene, ahora mismo, dislocado, de puro deleite, al beticismo, que coreó su nombre y ya lo está apuntando entre sus preferidos. El va a lo suyo; a morder, a fajarse, a luchar, a entrar en diagonal, a correr insistentemente pidiendo el balón a un hueco al que todavía no llegó, pero que ya la grada presiente.
Como no baje la caña de su entrega y tenga suerte de no partirse en dos en cualquier choque, ahí hay todo un santo y seña. El tifón de Trifon.