Entrevista Gabino Rodríguez 1987.
Gabino Rodríguez en 1987 cumplía su segunda temporada en la primera plantilla del Real Betis Balompié, a la que llegó desde el filial y después de una cesión en la 84-85 en el CD Logroñés.
Con 22 años en esta entrevista de enero de 1987 reivindicaba su papel en el equipo verdiblanco. Una entrevista centrada también en aspectos sociales, pues se hizo en su lugar de origen, Las Letanías, una barriada humilde de la Sevilla más desfavorecida y con la participación también de su madre.
Calle Esclava del Señor, avenida de Las Letanías, a pocos cientos de metros de la carretera de Su Eminencia. Paisaje de submundo urbano, patrullas de la Policía Nacional que circulan en motos y Talbots, hogueras de cisco en plena calle, desocupados que se entretienen en el dominó, las cervezas, las cartas y los humos del lugar, descamisados de todo tipo al sol de enero.
Cuando aparece el Ford Escort Ghia 1.6 blanco, con alerones, la Policía lo mira de reojo y su conductor, Gabino Rodriguez Rodríguez, admirador de Johan Cruyff—fue mi ídolo—entresaca del cajetín una de tantas cintas—de Tijeritas a Michael Kackson—como alberga junto a su radiocasete y suelta despreocupada, casi divertidamente, que “es que aquí hay mucho coche robado, ya sabes”.
Gabino Rodríguez saluda a parias, atiende peticiones, sonríe, sube escaleras casi como parte cinturas y penetra, aquí y ahora, en casa de sus padres.
Posters e infinidad de recuerdos, centrales de periódicos y revistas, imágenes de su etapa en Logroño…
Sofía Rodríguez, “mamá Gabino”, hace la genealogía:
– Él nació en las casitas bajas hace veintidós años. Yo lo tuve en el hospital de San Pablo y después nos vinimos aquí, que hace ya casi catorce años que estamos en este piso. Mi marido estaba en la ferralla y yo de limpiadora del Ayuntamiento. Pero a él nunca le ha faltado ná de ná. Lo metí en el colegio, luego en el instituto de Formación Profesional… Pero no había modo. Lo que siempre le gustó fue el fútbol
El niño se lo piensa:
– Sí, porque quiero llevarme a mis padres al chalet que yo tengo cuanto antes, que dejen esto ya de una vez
Y con la iglesia hemos topado, la voluntad materna es inmutable:
– Hace ya mucho tiempo que nos está pidiendo que nos vayamos, pero son catorce años aquí y me resisto a dejarlo
Rescatado del suburbio, volando al volante del Escort, el niño de San Pablo y de las Tres Mil Viviendas, piensa como juega, deprisa, deprisa…
– Porque yo lo que tengo me lo he ganado con muchísimo trabajo y lo que quiero ahora es labrarme un porvenir. Ahora tengo que hablar con el Betis, porque me quedan tres años de contrato, y eso, a cuatro millones la temporada, es muy poco en comparación con otros. No me importa decir, y ellos lo saben, que tengo ofertas que me podrían solucionar la vida. Una, por ejemplo, del Logroñés
Sorteando barriadas periféricas, vertederos, atascos, sirenas, ojos que podían mirarte igual en Harlem o cualquier ghetto del mundo, el Escort blanco mete la quinta y se aleja. Todo en él llama al olvido de un pasado que, para las películas de nueva ola yanquis, es casi futuro. Gabino deja Las Letanías, se lanza de lleno al enjambre del tráfico de la gran urbe…
– Yo empecé, claro, en el colegio, y luego ya después del Vicente Aleixandre, que así se llamaba, jugué en un equipo del barrio, el Estrella Roja de Las Letanías. De ahí ya me fui con Mani y todo lo demás. ¿Nervioso? Siempre, eso siempre. Pero los que me pitan que recuerden que, cuando termino de jugar, restregando mi camiseta puede llenarse un cubo de sudor, que los hay que ganan mucho más que yo, y que yo corro por lo menos igual que el primero. Si hay bronca para mí, que sea para todo el mundo igual. No pretendo parecerme a Maradona ni a nadie, porque futbolista me hice yo, a mi estilo. Otra cosa es que me gustara mucho Cruyff, pero yo no puedo hacer lo que él
Gabino Rodríguez Rodríguez sube los escalones de su piso de la Macarena, mira de reojo al coche—“aquí hay más chorizos que incluso en mi barrio”—y se dispone a ser “un padre de familia que lo único que quiere es que los suyos vivan bien”. Un bebé rubito, el hijo de Gabino, ya no conocerá Las Letanías, el lumpen, las sirenas, las basuras, las fogatas… y mira desde su año escaso de vida la risa de su padre. Las nanas de la cebolla no se escribieron para él, porque Gabino, deprisa, deprisa, ha enfilado, como su propio coche, en quinta, el camino del triunfo.
– Y que nadie diga que yo no sigo siendo una persona normal. Me veo y saludo con mis colegas de siempre, me tomo una copa en el Hollywood o en el Colores y me encanta salir, porque no creo que sea malo. Pero, eso sí, desde los viernes por la noche hasta el domingo me quedo en casa, porque así hay que hacerlo.
Su madre siempre va al fútbol, “porque me entra un no sé qué cada vez que no puedo verlo”; su mujer, Amparo, no, “le dan muchas patadas”.
Ferralla, limpiadora, casitas bajas, Tres Mil Viviendas, guerrilla urbana, Gabino sí que es el arte de la revolución… verdiblanca, y eso que jamás leyó a Marx o a Lenin ni se extasió con Mahler. Si acaso con Tijeritas.
Deprisa, deprisa, a la misma velocidad que un cochazo a todo tren, ha huido del ghetto, ha hecho arte y ha sido, y es, Betis, amor y odio. Vive, siente, galopa, desde y para su libertad, y por esa misma imaginación, por esa misma ansia creativa del desheredado, hace un fútbol en el que la pelota es suya. Como lo son Las Letanías, el Escort 1.6 Ghia o—en esta hora, en este año—como el fútbol, el carisma y la pasión de un equipo que llaman el Real Betis Balompié.