¿Es Enrique Soladrero el nuevo medio centro del equipo nacional de España?
Enrique Soladrero llegó al Betis Balompié en el verano de 1930 con apenas 17 años, procedente del Club Deportivo Padura, el equipo de su localidad natal de Arrigorriaga en las cercanías de Bilbao. En el mes de junio fue probado por el Racing de Santander, quien lo desechó por verlo demasiado inexperto.
Sin embargo en el Betis rindió a la perfección, de forma y manera que se convirtió en un elemento imprescindible del centro del campo bético, donde ejercía como medio centro.
En este artículo, publicado en el semanario deportivo AS en noviembre de 1933, se glosaba la figura de Enrique Soladrero, desde el punto de vista de un personaje anónimo pero que tenía que ser alguien muy cercano al club verdiblanco, dada la gran cantidad de noticias que se dan sobre cómo se forjó el fichaje de Soladrero, en el que intervino de forma expresa el ex presidente verdiblanco Enrique Pedrós.
Curiosamente en el artículo se menciona al jugador argelino Abdesalam, quien como ya vimos aquí estuvo a prueba en el Betis en el mes de agosto de 1930.
Sobre Soladrero se especuló mucho, como en el propio título de este artículo, sobre su incorporación a la selección nacional. Desgraciadamente no se produjo este hecho durante sus 4 años de estancia en el Betis entre 1930 y 1934. Fue en mayo de 1935, ya perteneciendo al Oviedo, cuando debutó en un amistoso contra Portugal en Lisboa.
Cuando un jugador de renombre figura en un club lejano a su origen no extraña. Es el trasiego natural que imponen las prácticas del profesionalismo. Pero cuando ese jugador se hace y adquiere fama en un equipo radicado a mil kilómetros de su tierra natal, ya es interesante averiguar en qué circunstancias se hizo el desplazamiento. Son pormenores, hechos decisivos en la vida de los “ases”, que gustan de conocer la curiosidad de los aficionados. Este es el caso de Enrique Soladrero, mocetón de veintiún años, centro medio del Betis Balompié, y natural de…Arrigorriaga, en cuyo campo del Padura inició las primeras carreras frente al “goal” enemigo.
Hay que documentarse. ¿Cómo vino Soladrero a Sevilla? Y buscamos a un viejo aficionado que tiene la clave de la revelación futbolística. Saca de la cartera un telefonema cuidadosamente doblado y nos dice:
- Lea usted. Ahí tiene el documento revelador del hallazgo, al que se contestó urgentemente con otro que decía: “Envíelo sin pérdida de tiempo”.
Y nuestro amigo volvió a guardar el telefonema, como algo precioso, con la delectación del coleccionista de incunables, mezclados con otros documentos del deporte andaluz, igualmente interesantes.
Y continuó:
- Se encontraba el Betis falto de un centro medio, desde la retirada de aquel prodigioso dominador del balón que se llamó Estévez. Yo estaba una noche en el Frontón, asistiendo a aquellas inolvidables veladas, en las que el cubano Artía conseguía con su arte llenar los palcos de bellas sevillanitas. Y estaba cobrando una magnífica “traviesa” a favor de Artía contra Acha, “motricocúa”, cuando se me acercó el aficionado don Enrique Pedrós, irundarra y bético, para despedirse, pues marchaba al Norte. Yo le rogué que buscara un muchacho joven y fuerte para el puesto que necesitábamos en el equipo, y al poco tiempo recibí este telefonema que le he mostrado. Días más tarde, cuando ya el calor apretaba en Sevilla, recibí en la estación una barbilla prominente, de raza inconfundible, y una boina, caída en vuelo sobre la frente, que pronto habría de ser popular entre la chavalería del Patronato
Con Soladrero vino otro eje del equipo: el mogrebino Abde-Salam, que en un partido de prueba en Huelva llenó el campo del Titán, porque la gente creyó que jugaría con la chilaba y las babuchas recién compradas en un “bakalito” de Tetuán.
El bueno de Abde-Salam tenía un amigo en un banco de Sevilla. Le acompañaba a la hora de entrar en la oficina y se quedaba en la puerta, sin moverse, hasta que salía por la tarde y volvía a acompañarle.
Pero el mogrebino comprendió que no resistiría la comparación con Soladrero, y un buen día, tal vez nostálgico, se volvió a su país.
Cuando Enrique Soladrero vino a Sevilla no era más que un muchacho fuerte, que tenía cierta intuición en el pase. Cortando juego, era algo que infundía verdadero pánico para los incondicionales del club bético. Aún hoy, Soladrero se destaca vigorosamente en el ataque, y no en la defensa, como el año pasado afirmó en una crónica el competente árbitro Pedro Escartín. Lo que no quiere decir que sus condiciones defensivas no sean estimables, pues hoy el gran centro medio ha llegado a dominar su labor en todos los sentidos.
Es vizcaíno de natalicio, pero su juego no tiene nada del Norte. Se hizo en Sevilla y se modeló, asimilando el juego de dos grandes interiores que tuvo en los comienzos de su aprendizaje: el canario Adolfo y el sevillano Enrique. De ambos aprendió el “dribbling” limpio, elegante, preciso. De ellos, el juego raso y el pase rápido y profundo. Le superó en la verticalidad y el empuje.
Hoy en día practica el juego en toda su variedad, abierto y a los interiores; emplea la cabeza y ambos pies, y cuando en su afán de empujar a los delanteros se acerca al área, ensaya, muchas veces con acierto, el “shoot”. Su elasticidad le permite llevar la bota a la altura de la frente en el corte de juego, y cuando el balón se le va, sabe recogerlo con el pie vuelto en jugada favorita que entusiasma a sus partidarios.
Soladrero pudo haber sido internacional el año pasado. Pero esa temporada del éxito búlgaro y del fracaso parisino estaba reservada a las mediocridades, que a nuestro Quijote del Nervión se le antojaron asombros de cuadros enemigos.
Dos actuaciones recientes ha tenido Soladrero en Madrid. En la primera, frente al campeón de Liga, triunfó rotundamente, mientras el Betis contó con el veterano Jesús en la puerta.
En la segunda, digámoslo con claridad, no gustó. Pero digamos también, para conocimiento de la afición, que Soladrero tuvo delante de su equipo dos interiores suplentes, menos que mediocres, y tuvo a su lado a dos jugadores que no eran medios, sino delanteros, por lesión de los medios titulares. Cambios de jugadores, frecuentes en el Betis, por falta de una orientación definida, que justifican y explican las irregularidades del equipo verdiblanco, y que no sólo perjudican a éste, sino que perjudicarían así mismo al gran centro medio si la clase y las facultades de éste no estuvieran a cubierto de todas las eventualidades conjuradas para el desacierto.
Y el domingo, frente el Racing, Soladrero volvió a triunfar rotundamente, en medio de la actuación gris del equipo, salvo la intervención prodigiosa de ese otro mago del balón que se llama Timimi, y al que no hay que perder de vista.
Nuevamente Soladrero está enmarcado entre dos medios alas: Peral y Adolfito, que llevaron al equipo a la final del Campeonato de España.
Observemos la actuación de esa línea media que nuevamente se ha incorporado al equipo. Prestemos atención a la colaboración que Peral presta a Soladrero. Y no dudar de que este año, en las emocionantes competiciones que se avecinan, al equipo nacional le hace falta, en el centro de la línea eje, un muchacho decidido, con la luz de la ilusión en perenne llama, pronto a empujar al quinteto del “maillot” rojo hacia la meta contraria, hambriento de victorias para España.