Federico Cazorla, un testigo de aquel Betis de Sánchez Mejías, de Manolo Rodríguez

Retomamos hoy las publicaciones que el periodista Manolo Rodríguez hizo para ABC en la temporada 1987-88 y que dedicaba a una serie de viejas leyendas de la historia verdiblanca.
En esta ocasión se trata de Federico Cazorla Martínez quien, con 91 años por aquel entonces, era un ejemplo de fidelidad a lo largo de toda una vida dedicada al Real Betis Balompié. Un «bético furibundo» como él mismo se define en la entrevista, y al que no le gustaba el fútbol, «solo el Betis«.
Llegó al beticismo desde muy joven, de la mano de otro de esos béticos de los tiempos míticos como fue Juan Alfonseca, y entró a formar parte de la directiva bética presidida por Camilo Romero Puerto en 1930, una de las varias directivas del club que se sucedieron de forma acelerada en el periodo 1929-1931, pero que siempre están bajo el manto protector del gran dominador de la escena bética en ese periodo como es Ignacio Sánchez Mejías, de cuya amistad se preció durante toda su vida.
Hace un tiempo tuvimos el placer de entrevista aquí al hijo de Federico Cazorla Eugenio, quien vive en Dallas, en los Estados Unidos, y que a los 91 años sigue defendiendo y rememorando el legado de su padre. Uno de esos béticos que vieron al Betis crecer desde unos modestos orígenes y llegar a la cumbre del fútbol nacional, pero que también lo vieron caer a los infiernos y luchar por la supervivencia. Una tarea a la que todos estamos emplazados, porque como decía Federico Cazorla » Al Betis lo único que hay que hacer es quererlo. Lo demás viene por añadidura»
La historia ocurrió en Madrid. Era una fría y cruda tarde de invierno de hace treinta años. Allí, en mitad de un bar atestado de gente, Federico Cazorla se encontró con un viejo amigo. No podía dar crédito a sus ojos, pero sí, era Timimi, aquel extremo legendario con el que el Betis ganó la Liga, quien ahora estaba frente a él convertido en un pobre betunero que mendigaba una limosna. Y se la dio, claro que se la dio. Nada más y nada menos que veinte duros de los de entonces. Y comprobó que Timimi volvía a sonreír. Y que le decía… “Siéntese, don Federico, que le voy a limpiar gratis”. “No, replicó, a mí ningún bético me limpia los zapatos”. Y no se los limpió. No podía consentir que la dignidad de un bético descendiera a esos niveles. No podía permitir que un “hermano” de pasión hiciera ese trabajo menor. Y menos que nadie él. El que siempre pensó que lo más importante que se puede ser en la vida es bético.
Y todavía hoy, con sus noventa y un años a cuestas, con su cuerpo débil y su mente lúcida, sigue pensando de la misma manera. Sigue sin encontrar mejor amor que el que se le entrega a los colores verdiblancos, y no conoce ningún otro tema de conversación que tarde o temprano no termine encontrándose con el Betis. Con ese club especial y distinto del que tanto sabe Federico Cazorla. Una entidad que empezó a vivir desde que tuvo uso de razón, gracias sobre todo a la amistad de su familia con Juan Alfonseca, y de la que llegó a ser tesorero en el año 1931, cuando todavía había corrido muy poca agua por debajo de los puentes, y cuando estaba recién sentado en la presidencia del club Ignacio Sánchez Mejías, uno de esos mitos taurinos que a lo largo de la historia estuvieron vinculados al equipo verdiblanco.
Hoy, en la era de la tecnología y del futuro, con el Betis postrado en la UVI deportiva, Federico Cazorla continúa asomado al mundo desde su sala de estar. Allí, con cerca de un siglo sobre sus espaldas, vive de los recuerdos, de los recuerdos del Betis y de la Sevilla ida, y de las nostalgias. Es quizá uno de los béticos que más han hundido sus raíces en los tiempos, y de ahí la fuerza de su testimonio, el valor de sus palabras, la grandeza de su mensaje. Un mensaje del que no abdica, y por eso le dice a todo el que lo quiera oír que “ser bético es como ser partidario de Curro Romero; es ser aficionado de lo que siempre está por hacer, de algo que nunca se sabe qué va a dar de sí”. Esa es su filosofía del Betis, su conocimiento profundo de un misterio que a veces está más allá de la razón. Por eso confirma castizamente que “mire usted, ser del Betis es no poderse explicar cómo el resto del mundo no es bético”.
Eso es el orgullo bético. El valor absoluto de lo que envuelve a este equipo al que llegó como dirigente Federico Cazorla en la década de los treinta. Y llegó de la mano de un torero
- Ignacio Sánchez Mejías era muy bético. Siempre estaba con las cosas del Betis, y por eso le pedimos que se presentara para presidente. Aceptó, y empezó a hacer cosas grandes, porque Sánchez Mejías siempre fue muy soberbio y le gustó hacer las cosas a lo grande. Tenía estudios de Medicina, y con su dinero hacía fiestas en su finca de Pino Montano; le subió el sueldo a los futbolistas y fichó a muy buenos jugadores; yo mismo fui a Canarias y fiché por 17.500 pesetas a Juan Martín, Timimi y Adolfo.
Sí, con Sánchez mejías, según dicen los tratadistas de la historia verdiblanca, se inició una etapa de relanzamiento que coincidió con las contrataciones de Pedrosa, Sanz, Carreño, Sanabria y algunos otros. De cualquier modo, el objetivo más ambicioso fue el intento de fichaje de Bienzobas, Lazcano y Pedro Regueiro, de los cuáles sólo este último jugó en Betis. “Y lo hizo, dice Federico Cazorla, porque Sánchez Mejías le garantizó a su padre que podría estudiar Derecho mientras que actuaba en el Betis. Y lo cumplió”.
En el plano social, Sánchez Mejías levantó una tribuna cubierta en el campo del Patronato, “la cual se inauguró con un combate de Paulino Uzcudun, al que yo acompañé desde los vestuarios hasta el ring”.
Aquellos años la secretaría verdiblanca estaba en la calle Martín Villa, en los altos del Bar Plata, y desde allí se proyectaban unas ambiciones deportivas que tardarían en concretarse, aun cuando en el año 31 se rozaría con los dedos la posibilidad de ganar la Copa. Esa temporada habían defraudado los béticos en Segunda División, pero en el torneo del K.O. eliminaron a la Real Sociedad, al Real Madrid y al Arena de Guecho, plantándose en la final contra el Athletic de Bilbao. El delegado de la expedición a aquella final fue Federico Cazorla.
- Yo salí de Sevilla con mi sombrerito de paja, en medio de un calor impresionante. Habíamos organizado un tren especial, y llevábamos una fe tremenda en nuestras posibilidades. Creíamos que íbamos a ganar, pero nos mató el agua. El campo estaba enfangado, y “los leones” no nos dieron opción. Lo pasamos muy mal viendo llover tanto en aquella pensión de la calle Montera, donde estábamos hospedados, y donde teníamos servicio completo por 12.50 pesetas al día.
Para la posteridad quedó aquella alineación bética formada por Jesús (Pedrosa); Aranda, Jesusín; Peral, Soladrero, Adolfito; Timimi, Adolfo, Romero, Enrique y Sanz, que fue la que cayó derrotada en Madrid por tres goles a uno. Una escuadra en la que ya estaba presente Peral, al que según dice Federico Cazorla, “yo llevé al Betis en vísperas de un partido en el que no teníamos gente. Peral trabajaba en una carbonería en la calle San José, y fue un futbolista con más casta que Prim”. Y con Peral todos los demás. Ahí estaba ya Andrés Aranda, “un futbolista con una visión enorme”, que incluso murió con las botas puestas como entrenador del Betis, y toda una pléyade de figuras en ciernes, que en 1932, el 27 de marzo exactamente, ascendieron a Primera División. El entrenador era Sampere, “un tipo serio que siempre llevaba bastoncito”, que, seguramente, aprovechó las simientes que había arraigado su antecesor, Juan Armet de Castelví “Kinké”, quien llegó al Betis de la mano de Federico Cazorla.
- Kinké fue durante muchos años entrenador del Sevilla, quizá uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. El entonces pasó una época en que no estaba demasiado bien con la directiva rival, y yo le hablé de venir al Betis y aceptó. Era un tipo fenomenal, que sabía mucho de fútbol, y que era capaz de estar en un cabaret hasta por la mañana y después, por la tarde, era el mejor en el campo.
Kinké, Sampere, como antes Mr. Bray o César Reyes, fueron los primeros maestros que conocieron las aulas verdiblancas. Fueron los pioneros de un éxito que terminó concretándose en el 35. Aquel título de Liga que todavía se recuerda.
- Aquel fue, sin duda, el éxito más grande de la historia del club, pero tampoco puede olvidarse el ascenso. Son dos hitos decisivos para las generaciones venideras. Entonces se demostró que el Betis podía ganar cualquier campeonato.
- ¿Cuál es el mejor recuerdo que guarda del título de Liga?
- Tengo dos recuerdos imborrables. Primero, cuando pasearon a hombros a todos los jugadores por las calles de la ciudad, y segundo, cuando Timimi le marcó un gol antológico a Zamora en el Patronato. Se plantó delante de El Divino y le dijo antes de chutar: “Macho, a ver si eres capaz de para este”.
El técnico del éxito fue Mr. O´Connell, “el mejor de todos”, según Federico Cazorla, con el que jugaba a las cartas en los desplazamientos, “y con el que me reía mucho, porque no decía una peseta, sino un peseto. O´Connell trabajó mucho y bien en el Betis, hasta el punto de que fue el que limó todos los defectos a nuestro portero Urquiaga”.
El Betis campeón se sumergió en la guerra un año más tarde, y ya nada volvió a ser como antes. Quedó olvidada aquella sede que Sánchez Mejías había costeado en la calle Muñoz Olivé, aquella peña bética de la calle Velázquez que fundaron un puñado de béticos como Federico Cazorla, aquellas tardes de fútbol en que desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche los santones del beticismo vivían en el Patronato, aquellas partidas en el Frontón, aquellos viajes en La Flecha Verde. Al Betis se lo tragó la guerra, y comenzó el peregrinar dramático, el luchar contra el tiempo, el sufrir sin tregua. Y entonces fue necesario recurrir a todo. Y Federico Cazorla recorrió las calles de la ciudad sorteando un becerro, y Manolo Ruiz tomó las riendas, y llegó Villamarín… Y vuelta a empezar. De aquella época están, curiosamente, más pálidos los recuerdos. Parece como si el casi centenario Federico Cazorla hubiera querido borrar aquellos años inmisericordes. Sólo pone en pie retazos, y evoca aquella camioneta que compró Manuel Ruiz para que el equipo pudiera desplazarse, y aquellos días de miseria y tristeza. Poco bagaje para quien vivió tanto. Para quien conoció las raíces mismas del Betis, y admiró a Estévez, “que me parece a mí que ha sido el mejor jugador del Betis de todos los tiempos”, para quien puede contar esos años de convivencia imposible con el eterno rival, en los que los futbolistas no entraban en los vestuarios del campo adversario, “sino que llegaban ya vestidos y después, en el descanso, se iban a la grada”, ni los espectadores iban a las localidades de asiento.
En fin, recuerdos, quizás deshilvanados, de un bético viejo que “sólo se juntó con béticos furibundos como yo mismo”, y al que nunca interesó el fútbol en sí, “sino solo el Betis. A mí cuando juegan otros equipos no me gusta el partido”. Un bético con demostrada pureza de sangre al que no le asusta el panorama presente. El sabe mejor que nadie que mil veces cayeron, “y mil una nos levantaremos”. Por eso, desde su postración de los noventa y un años, desde su butaca y su lectura del ABC, le dice a los que hoy sufrirán en Heliópolis que “nadie se asuste, que con el Betis no puede nadie. Al Betis lo único que hay que hacer es quererlo. Lo demás viene por añadidura”.
Fuente: Manolo Rodríguez en ABC 6 de marzo de 1988