Fútbol en Heliópolis. Las espadas en alto. 1950
El 26 de noviembre de 1950 en Heliópolis el Betis se impuso 4-1 al Almería en partido de la jornada 12 del Campeonato de Liga de Tercera División, Una cómoda victoria de los muchachos dirigidos por Andrés Aranda con 3 goles de Domínguez, y uno de Eduardito para los locales y de Del Pino para los visitantes.
El colegiado señor Expósito señaló 3 penaltis: 2 a favor del Betis, de los que Domínguez hizo un gol y Pulido falló el otro, y uno a favor del Almería que erró Nóbregas.
Al día siguiente en el diario vespertino Sevilla se publicó esta columna, y que nos da algunas notas de lo que era una tarde futbolística en la Sevilla de comienzos de los 50. Un dato importante es la presencia en la grada de Angel Martín «Saro» y José Suárez «Peral», dos integrantes del equipo que ganó la Liga en 1935 y que hasta bien avanzada la década de los 40 siguieron jugando en el Betis.
También destacable la presencia de numerosos aficionados sevillistas, concentrados en las localidades de sol, (la actual tribuna de Fondo) y que celebraron la victoria de su equipo en Riazor por 0-3, un triunfo que les ubicaba al frente de la clasificación. Es reseñable que en estos tiempos era muy habitual que los aficionados béticos y sevillistas acudieran con asiduidad a los dos campos a presenciar los encuentros que se disputaban.
Desde el mes anterior, octubre de 1950, Heliópolis contaba con un marcador múltiple que informaba de los resultados que se iban produciendo en los campos de Primera División.
En toda discusión porfiada cada contrincante defiende, no la verdad, sino su propia infalibilidad; y hay argumentos incontestables que a la buena crianza conviene pagar con el desprecio. Esto en las polémicas llamadas serias, donde cambiar de opinión, por lo visto, es ser de sabios. En la polémica deportiva es otra cosa: aquí para demostrar los servicios hay que prestarlos día por día, frente a todas las incomodidades y aceptando todos los sacrificios. Lo otro sería desertar y hacer como las ratas: ser las primeras en marcharse cuando el barco hace agua.
Viene a cuento este prolegómeno de que si el Betis está circunstancialmente en tercera categoría no por eso se ha sentido desamparado. Lo siguen, lo estimulan, protestan y aplauden como ayer, y aquí se ve una virtud grata: la lealtad deportiva.
Bajo sus hombres y con sus nombres, Peral y Saro estaban a mi lado; aquellos viejos deportistas demostraban minuto por minuto, y segundo por segundo que seguían siendo béticos; y los sevillistas virilmente aplaudían el triunfo blanco en La Coruña, fuera de casa. Y yo también, con toda mi alma. Porque era Sevilla quien ganaba.
De toda esta consecuencia, especie de silogismo ampliado, termino diciendo que ser deportista es ser hombre real. Al sol (hablo de ayer) los sevillistas; en la sombra, los béticos. Todos, al fin y al cabo, figurándose ayudar en conseguir la numérica victoria, gloria de unos juegos donde esencialmente juegan músculos y corazón.
Una enseñanza estupenda para esto fue la de aquella en que dos penaltis simultáneos, en La Coruña y Sevilla, peligraron la baza. La masa estuvo estupefacta. Pero los dos penaltis contrarios a nosotros (Sevilla y Betis) fallaron.
(En mi memoria tengo la pregunta de si Busto llevaría el jersey amarillo y haya acabado con lo que por acá se llama “fario”). Se conjuraron los aplausos, y había que ver cómo sol y sombra, gradas, palcos, tribunas, los niños de las bandas de gol y los invitados del futuro edificio del Instituto de la Grasa del Paseo de la Palmera, hacían humo con sus manos.
El Betis estuvo como aquel hidalgo venido a menos que comía mal pero desmenuzaba en su luenga barba migas de pan para demostrar la abundancia de su cocina. Coló cuatro goles y no le dio importancia, ni podía dársela, porque lo hizo a desganada altura. La que le daba Escamilla, tan pequeñín portero del Almería, que por muchos rizos que dio a la vela de sus manos no pudo bregar con el cuarteamiento de sus redes.
Todos los espectadores chillamos poco. Sólo el que estaba al lado de un señor se permitió desde los comienzos tararear aquello tan viejo de “Yo tengo un barco velero…”
Toda la tarde el hombre así. Cuando los impulsos temperamentales hacían dar guiñadas y gritar olé a los goles béticos, el tal marinero erre que erre, digo barco que barco, mientras que el señor Expósito, al que llamaban el “espárrago” por ser tan alto, me hizo honor a un comentario anterior, emocionándome con los tres penales—esta es una nueva forma deportiva por decir penaltis—que es la máxima atracción de las luchas deportivas.
Y el del barco velero cuando le hicieron gol al Betis, se encontró con la iracundia del compañero de asiento:
- ¡Oiga usté, amigo¡ Lleva usté ochenta y cinco minutos cantando lo mismo. Cambié usté, mi arma…
- No puedo, soy de Almeria
- Pues entonces hace usted muy bien, caramba; pa cuatro días que vamos a viví…
Y a pesar de las espadas en alto, “fuíme y no hubo nada”