Guardián del Gol Sur, de Alberto García Reyes
El 22 de octubre de 2017, en los prolegómenos del Betis-Alavés, el club rindió un homenaje a Alberto Tenorio, utillero del primer equipo verdiblanco durante muchos años. Desde Gol Sur se exhibió un espectacular tifo con la leyenda «Alberto Tenorio, Guardián de Gol Sur».
Precisamente con ese mismo título al día siguiente el periodista Alberto García Reyes publicó en las páginas de ABC este sentido homenaje a Alberto Tenorio, recordando la sangre verdiblanca que corre por sus venas y cómo es depositario de la tradición heredada de su padre, Tenorio el Viejo, el mítico jugador bético de la década de los años 20.
Cuando la dueña de la casa, doña Ana Rodríguez Trigo, zurcía las medias de los jugadores entre partido y partido, porque entonces sólo había una equipación para toda la temporada, Alberto Tenorio ya acariciaba el balón con la exquisitez de quien ve en él a un hermano. Ana lo mismo cosía dorsales que le ponía un plato de puchero a los jugadores forasteros que no tenían en Sevilla más familia que la de aquellos béticos del Gol Norte.
Y Alberto se crio en esa escuela. Por eso el Betis nunca ha sido para él un equipo de fútbol, sino su hogar. Su cuna y su osario. Su único amor. Y no es una metáfora. Tenorio enviudó justo antes de casarse. El Betis le rescató de aquella caída. Doña Ana, que llegó a la vida de Tenorio el Viejo en segundas nupcias, le cosió el escudo en el pecho y le ofreció el jardín más verde de la ciudad para que su llanto regara el césped.
Alberto, que había nacido junto con sus hermanos Juan, Isabel y Amparo en el viejo campo del Patronato, se mudó cuando aún no tenía ni recuerdo de sí mismo al Gol Norte del Estadio de la Exposición. Su padre, Antonio Tenorio, futbolista leñero de los años duros, se quedó trabajando en el club como conserje. Allí terminó de construir su familia. Cuatro hijos más: Antonio, Manuel, Dolores y Benito. Todos se trasladaron definitivamente al Gol Sur donde se produjo la famosa anécdota del viejo cuando quisieron sacarlo de allí para las obras del Mundial: “¡Con los pies por delante¡”.
El destino, desgraciadamente, le dio la razón. Murió el 21 de abril de 1982. Antonio había sido en el Betis hasta cobrador de recibos puerta a puerta. Por eso inculcó a los suyos un amor desmesurado por las trece barras. Porque él vivió encarcelado en ellas.
Una vez, estando su niño menor, Benito, haciendo la mili, se le ocurrió a varios de sus hijos llevarlo a la jura de bandera. Antonio no salía del Villamarín ni a palos. Así que aprovecharon la coincidencia de que el Betis jugaba con el Real Madrid ese fin de semana en la Castellana. Y lo metieron en el coche con esa coartada. Cuando ese hombre se vio en el cuartel, le dio un abrazo a su niño y le dijo: “Benito, miarma, yo me alegro mucho de verte, pero nos vamos ya porque hasta Madrid todavía hay un tirón”.
Alberto heredó esa locura. Y acabó arreglando las camisetas, remendando las botas, lavando las medias. Como la segunda mujer de su padre en las tardes largas de la grada vacía. Tenorio enhebró la aguja con la que se cose el alma y le pespunteó a su dolor el único patrimonio que le dejó su padre: una casita en el Gol Sur y el Betis por encima de todas las cosas.
Por eso sigue por el barrio, pasito a pasito, con su andador, buscando impacientemente su infancia, huraño y entrañable a la vez. Porque Alberto Tenorio es un sufridor. Un monumento bético. Lo decía la pancarta que lo homenajeó el otro día justo donde ha dormido siempre: “Guardián del Gol Sur”.
Yo diría más. Su mal de amores se lo curó la camiseta de su padre, llena de jirones retallados por doña Ana, que nos ha cosido las heridas de nuestro escudo para que no olvidemos nunca que la esperanza sangra y duele. Y que Alberto Tenorio Aldón es el guardián de la caja de la costura, una humilde lata de carne de membrillo, el Real Betis Balompié.