Ivanov, genuina estampa del Medievo, de Francisco Correal
El jugador búlgaro Trifon Ivanov militó en el Betis en dos etapas. En la primera una cesión desde el CSKA Sofía por la que llegó en el mercado de invierno del temporada 1990-91, y la segunda cuando fue ya adquirido en propiedad desde ese mismo club búlgaro en el verano de 1992.
En sus dos etapas fue un jugador que enganchó con gran parte de la afición. Su entrega y su lucha, acompañada además de buenos detalles técnicos, le granjearon el apoyo de los aficionados. Su indisciplina, dentro y fuera del terreno de juego, le llevaron también a numeroso desencuentros con los diversos técnicos que se sucedieron esos años en Heliópolis.
Para el comienzo de la temporada 1993-94 el entrenador Segio Kresic no contaba con él, pues en la concentración de Cazalla de la Sierra su comportamiento dejó mucho que desear, y se especuló con el deseo del jugador de provocar un enfrentamiento que obligase al club a dejarlo marchar. El futbolista tenía buen cartel en el extranjero pues era habitual con la selección de Bulgaria. Al final nada de esto se concretó y muy a disgusto del jugador y del entrenador Ivanov siguió en la plantilla, aunque nunca tuvo la condición de titular. De hecho Kresic sólo lo utilizó en 3 partidos de Liga esa temporada, mientras que Lorenzo Serra no lo alineó en ninguno.
Uno de los partidos que jugó con Kresic fue el 19 de septiembre de 1993 en el Villamarín contra el Villarreal. El miércoles anterior el Betis jugó un amistoso contra la selección de Japón en el Villamarín e Ivanov tuvo una destacada actuación, marcando incluso 2 goles. El equipo no había comenzado bien la temporada, y tras una penosa derrota en Alicante el domingo anterior frente al Hércules Kresic decidió rehacer el equipo dando entrada al búlgaro en el once inicial frente al Villarreal.
Al día siguiente en su sección Marcaje al hombre de Diario 16 Andalucía el periodista Francisco Correal dedicaba este artículo al loco Ivanov.
El Betis no tiene psicólogo en su cuerpo técnico, pero sí cuenta con un loco en su plantilla. De loco lo tilda cariñosamente a Trifon Ivanov buena parte de la afición. Peyorativamente se lo dice una minoría, el sector crítico. Este segundo segmento del público experimenta un notable crecimiento demográfico, en detrimento del primero, cuando los resultados no acompañan. Entonces, como por arte de birlibirloque, se convierte en un loco de remate.
Es el sujeto más singular de la particular Babelia de Ruiz de Lopera, poblada por sabios apócrifos. traductores de armenio, brokers de hormigoneras y catedráticos de juegos florales y píos pregones.
Ya en la oxigenada pretemporada de Cazalla de la Sierra, Sergio Kresic había amagado con excluirlo de la superpoblada torre de Babel, como si ese lugar estuviera maldito desde que Josef Jarabinsky decidiera que el mundo de divide entre buenos y malos. Desterrado en el Betis, Ivanov seguía contando con la confianza del seleccionador búlgaro, aunque ya no podrá sumarse a Tab Ramos en el exclusivo tren de los mundialistas.
Parecían contados sus días en el beticismo hasta que llegó su hora. La traían en un reloj ultramoderno los futbolistas de la selección japonesa que eligieron al Betis como primer sparring de su concentración andaluza. Ivanov llego, vio y marcó frente a los nipones. Un equipo oriental lo rehabilitaba, como le ocurriera a Michel frente a los endebles coreanos en el Mundial de Italia, a los que goleó por partida triple. ¿Cómo se dirá en búlgaro me lo merezco, me lo merezco?
El segundo Trifón bético, el primero por antigüedad y con acento sentó plaza y cátedra en la Flor de Toranzo, tiene tirón popular, como lo demuestra el hecho de que su nombre artístico fuera el único que coreó la afición. Y el orfeón de la peña El Chupe lo hizo en seis ocasiones a lo largo del partido.
Influyen sus singulares maneras, sus raciales escaramuzas en interalineado de la pizarra de Kresic, como si en su locura el zaguero se enajenara y diera rienda suelta a la doble personalidad de delantero centro. Sube y baja, prodigios pendulares que a veces resultan caóticos para el mantenimiento de los esquemas.
Contribuye a esa exaltación, metafórico besapiés, su aparición en el campo como un guerrero medieval, cuál héroe de un cantar de gesta. Sus calzonas, apuntaladas por unas musleras protectoras, configuran un aderezo indumentario que parece diseñado en los talleres de Meie Mayer.
Se coloca desde un principio en el centro de gravedad de la zaga sevillana, equidistante entre Ureña y Txirri. Estos son jugadores unidimensionales, negados para la fantasía. De eso, también de buena parte de los sustos de la parroquia, se encarga Ivanov, que juega como si fuera titular de toda la vida.
Prodigó sus escapadas al marco contrario cuando la situación era propicia: una falta, un saque de esquina, una solución luminosa al laberinto kafkiano en el que ayer se perdían una y otra vez los centrocampistas. Hay división de opiniones ante estos arrebatos ofensivos, pero la estadística le protege; Ivanov es, con Gordillo, el defensa que más goles ha conseguido en el Betis de estos últimos años. Algunos de esos tantos no se borrrarán fácilmente de la memoria del aficionado.
Aquino, la nueva estrella, no le dejó tirar una sola falta al búlgaro, aunque en numerosas ocasiones uno y otro componían el tándem mientras se formaba la barrera del Villarreal. No tuvo más suerte con otros compañeros y se marchó del campo sin asumir el protagonismo de una sola falta, pese a su acreditado pedigrí como lanzador. Será el instinto de supervivencia de los titulares frente a los que aspiran a serlo.
Su único fallo tangible, que le valió pitos y denuestos del sector crítico, fue regalar a un adversario un balón por su exceso de lucimiento en el control del balón con el pecho. Sirvió numeroso balones a Gordillo, arrebató a un rival el esférico en la ocasión más clara de los visitantes.
En la segunda parte, volvió por sus fueros cefalópodos: sendos remates de cabeza, uno a ras de suelo, otro por encima del marco, que le valieron nuevos vítores y aplausos. No llegó por poco a un servicio de Aquino que podría haberle dado que estaba buscando: el gol del afianzamiento, su apellido no sólo en las gargantas del aficionado sino en los titulares del día después.
Su mirada amedrenta, intimida, estremece. Lo comprobó el delantero Edu a las primeras de cambio, en la primera falta que le señalaron a Ivanov. Es la prueba antropológica de que étnicamente el muro de Berlín no cayó, el efecto Transilvania.
Este singular loco necesita con urgencia un tratamiento de ascenso para evitar los descalabros emocionales de jugar un miércoles en Wembley y otro en Ipurua.