Ivanov, la mística del cortacésped, de Francisco Correal
Tras haber jugado cedido en el Betis por el CSKA de Sofía la temporada 1990-91 Trifon Ivanov volvió al equipo verdiblanco en la 1992-93, esta vez ya fichado por 3 temporadas.
Sus características de juego, impetuoso y anárquico a la vez, le granjearon el favor del público y los reproches del entrenador. De hecho Jorge D´Alessandro propuso su baja en el club ante su actitud, llegando a ser separado de la plantilla y multado. Su rendimiento a partir de ahí mejoró.
Un ejemplo de esta comportamiento lo tenemos en el relato que el periodista Francico Correal publicó en Diario 16 Andalucía el 5 de octubre de 1992, después del partido jugado en casa frente al Bilbao Athletic que finalizó con empate a 1, donde se le señala como el realizador de las mejores jugadas del ataque verdiblanco, siendo defensa, pero a la vez con grandes periodos de inactividad en el partido e incluso de falta de resolución defensiva en la jugada del gol visitante.
La locura es un contratiempo para todos los que presumimos de cuerdos. Habituarse a la cordura es un sinvivir no menos catastrófico para todo loco que se precie. El proceso lo ilustra con encomiable amenidad y no poca mandanga el psiquiatra Carlos Castilla Del Pino en su novela “Una alacena tapiada”.
Trifon Ivanov enloquece en sus arrebatos de cordura, le saca de quicio ese sentido del orden y la disciplina que tiene todo entrenador. Es un ácrata volandero que, paradójicamente, ocupa una de las parcelas del campo donde más debe imperar el raciocinio y la sensatez.
La cosa no empezó mal. Transcurridos dos minutos de partido, no había intervenido una sola vez en el juego. Alérgico a la inactividad, Ivanov empezaba a maquinar su puesta en escena, esa apoteosis del caos preñada de un cóctel donde se entremezclan el derroche, el desconcierto, la fuerza y ciertas dosis de amnesia cuando olvida que Julio y Monreal juegan en su mismo equipo.
Suscita a la par entusiasmo y animadversión. En el minuto quince se va por primera vez a la portería contraria, escapada que es consustancial a su sentido balompédico de la vida; en el minuto veinte, se gana la primera bronca del respetable cuando el balón que debía recibir Gabino estuvo a punto de hacer felices a los niños que jugaban en la barriada Murillo, vulgo Tres Mil Viviendas.
Este búlgaro es un sismógrafo. Como en los bailes del viejo Oeste, cambia de pareja sin cesar. Culo de mal asiento, al final se llevarán noticias suyas casi todos los rivales. Repaso somero: a Lecumberri le hace un quiebro de cintura a dos metros de Diezma; Chuchi evita que remate de cabeza en la portería bilbaína; le muestran tarjeta por entrada a Edu Alonso; es objeto de una tarascada de Sarasola que le vale a éste una nueva tarjeta; le hace a Josema un penalti clarísimo con la suficiente habilidad como para que el colegiado no se entere; insulta, ¿en búlgaro?, a Suances, al propio Edu Alonso y a uno de los jueces de línea; se infiltra en la tangana que acaba en expulsión de Iru y Loreto.
Ivanov era así y no iba a cambiar en su segunda etapa como verdiblanco. Cuando llegó a este equipo, estrenó capitanía cuando todavía no sabía dos palabras de español. Se convirtió en ídolo fugaz, intercambiable como todos los ídolos, derrocado muy pronto por los idólatras.
Ahora ha regresado con más humildad, hasta el punto de que su presentación quedó eclipsada por coincidir con la de Rafael Gordillo. Es el típico futbolista que entra y sale del partido sin avisar. A veces, la da la razón a Helenio Herrera y deja a su equipo con diez, veleidades místicas que compensa con creces cuando vuelve frenético y por duplicado a la carga.
En aguas del Betis, Trifon Ivanov gusta de sumergirse en los ojos del Guadiana; parece dormido y de pronto su pierna pasa como un cortacésped junto a los tobillos de un contrario, que salva milagrosamente su integridad.
Vehemente y caprichoso, a Trifon Ivanov no se le puede negar nunca su préstamo épico al espectáculo: de sus botas salieron las dos incursiones más ofensivas de los locales, demostrando que aprendió la lección del profesor D´Alessandro sobre las diferencias entre la jugada individual, que el técnico defiende, y el juego individual, que detesta.
Estuvo a punto de marcar en la meta de Iru e hizo la estatua en la de su compañero Diezma cuando los filiales de Lezama pusieron un dos provisional en la quiniela.