Jorge Morillo, un misionero del fútbol.
Jorge Morillo es un educador social que realiza su labor de ayuda entre los niños y jóvenes de las zonas más desfavorecidas de Sevilla. Su labor, además de la ayuda alimenticia, está encaminada a aportar ilusión, convivencia y esparcimiento entre esos jóvenes mediante la realización de actividades deportivas y de ocio, a las que habitualmente no tienen acceso.
Este reportaje, publicado en el año 2003 en el diario deportivo Marca, reflejaba la actividades de Jorge Morillo en los asentamientos chabolistas ubicados en el extrarradio de la Sevilla del momento.
Jorge Morillo tiene su banquillo en los asentamientos marginales de Sevilla. Se ocupa de entrenar a más de 70 chavales de familias gitanas que reciben el agua y el balón como si les diera la vida. “Les doy pescado y les enseño a pescar”, dice. La Casa Real le concedió la Cruz de Caballero y la FIFA le ha felicitado. Él sigue loco con su fútbol.
Niños de raza gitana que viven debajo de un puente, que necesitan agua, que necesitan ropa. Todos tienen un Rey Mago, al que se le puede tocar cualquier día. Se llama Jorge Morillo, su entrenador, el hombre que aparece en Los Bermejales y en el Charco de la Pava de Sevilla para cambiarle la cara cuando llega por allí con su coche con comida y un balón.
Su misión de organizar partidos para estos chavales le llena plenamente. “Les doy el pescado y les enseño a pescar”. A Jorge le da igual que le hayan roto alguna vez los cristales de su coche: “Lo hacen sin mala intención. Es gente muy necesitada de todo lo esencial, también de cariño”.
El más joven de sus pupilos, con 16 meses, ya le pega al balón; el mayor anda por los 14 años. “El fútbol no es solo patrimonio de las superestrellas. Los niños son como esponjas que lo asimilan todo”.
En el Charco de la Pava hay algo parecido a un campo de fútbol, fabricado por Morillo y otros amigos y voluntarios. Se limpia el terreno de piedras, despojos y otros hierbajos. ¿El marcador? El de siempre, un cartoncito con dos números sobre el coche para contar los goles. Los chavales flipan cuando lo ven. El campo no se delimita con pintura blanca. Nuestro héroe saca del coche unos pivotillos amarillos y rojos y monta el partido, aunque reunir a 22 niños sea complicado, porque también trabajan para reunir el sustento diario con chatarrería, recogida y venta de cartones.
La ropa de deporte “cuando puedo se la consigo” afirma Morillo, “pero ya ves cuáles son sus necesidades”. Reparte yogures, chocolate y alguna fruta. Una de las madres recibe como si fuera el maná un bidón de agua. El Guadalquivir al lado y no tienen agua potable.
“Jorge, ¿hoy jugamos?”, le preguntan. Ángel, con sus churretes, responde a su estilo sobre su equipo favorito: “Yo, de Zidane”. Recogen ejemplares de Marca. “¿Sale Benjamín?”, pregunta otro. Y es que guardan admiración por el jugador verdiblanco, que les ha hecho varias visitas.
“Alfonso, Fernando, Esnaola o el preparador físico del Betis han venido de forma desinteresada”, afirma Morillo. La FIFA le felicitó. “Estoy en contacto con el Madrid y el juez Garzón. No soy una ONG, soy un educador de calle”.