José Ramón Esnaola, de Manuel Fernández de Córdoba.

El 3 de febrero de 1985 el Betis venció 1-0 al Hércules en partido de la jornada 23 del Campeonato de Liga de Primera División jugado en el Municipal onubense, por sanción del Villamarín tras unos incidentes acaecidos en terreno verdiblanco en el mes anterior en un partido contra el Valencia.
En un ambiente de exaltación de la afición bética, que ya vimos aquí, el Betis consiguió su gol en el minuto 57 cuando un pase hacia atrás de Paco fue desviado por Baquero, marcando en propia puerta. Pero en los últimos minutos un providencial Esnaola salvó el empate del equipo alicantino desviando primero un ajustado disparo de Kempes a córner, después salvando un nuevo remate de Reces junto a la cepa del poste y finalmente otro remate de Kempes que desvió pegado al poste. Todo ello sucedió en el último minuto y en los de descuento, con un Hércules volcado sobre la portería defendida por José Ramón Esnaola.
Así lo contó al día siguiente, con su peculiar estilo, el periodista Manuel Fernández de Córdoba en las páginas de ABC.
Marito “Matador” Kempes, sin Bombonera de River, sin papelillos, muchos años después de aquel dorado setentaiocho que le hizo campeón del mundo, la controló en el mismo borde del área, lo que llaman la media luna, levantó la vista, puso los ojos en la escuadra y allá que quiso mandar la bola, rincón de telarañas, imposible para muchos, casi todos, los porteros.
Anda de vueltas el argentino, quemando sus muchas glorias futboleras en un equipo tosco y lejanísimo del regate–¿vos no usás sotana?—que se borda en Río de la Plata cuando los vientos de la victoria soplan por mi Buenos Aires querido.
Va Marito “Matador” Kempes de pura nostalgia. Ya no queda Gordo Muñoz que cantarle quiera goles de celestiblanca, ni Daniel “Terrible” Bertoni para hacerle la pared, ni Passarella para hacer atrás la raya.
Ni aquellos tiempos en ché, Marito, cuando un día, también hace años, no tuvo más remedio que irse bajos los tres palos a felicitar a un portero que le había hecho la parada imposible.
El domingo, en Huelva, con el Betis en el exilio, Marito “Matador” Kempes tuvo un instante de pasada gloria, en la media luna del área, cuando faltaba un minuto de cronómetro, perdía su equipo por la mínima y la pelota iba caminito de la escuadra.
Y allá, como hace tantos años en Villamarín una tarde contra el Valencia, salió un portero, voló, tocó con las puntas de los dedos, desvió lo indesviable y salvaba a su equipo de un empate injusto y dejaba a Marito “Matador” Kempes otra vez con la boca abierta. Repitió el pibe desde el córner, uno de los suyos quiso otra vez sorprender y nuevamente encontró un portero imposible. A la tercera no fue la vencida, porque a la tercera—minuto ultimísimo, todo el Betis con el corazón en un puño y el infarto sobre el reloj—tiro durísimo a la misma cepa del poste, también se encontró a un portero.
Marito anda de vueltas. De darle igual todo. Arañando las últimas pesetas. El portero que tenía enfrente tiene ya—por carné de identidad—edad para ir de vuelta y parece que todavía viene de ida, que está por llegar más que haber llegado de sobra, que no le da igual nada, que no necesita arañar pesetas y todavía llega a la escuadra cuando a la escuadra hay que llegar, y todavía sabe ver por un bosque de piernas hasta adivinar por dónde puede venir un balón con ganas de colarse y todavía sabe—como en tantos partidos, como en tantísima historia—qué hay que hacer para seguir ganándole puntos al Betis.
Faltaba un minuto. Hubiera sido irreversible. Betis, en los ochenta y nueve anteriores, había hecho lo que había podido. No había jugado porque no se prestaba ni el campo ni la nerviosera del exilio. No había hecho más goles porque una vez falló el acierto y otra se encontró larguero por medio. Tan sólo había marcado en carambola y amarraba los últimos instantes para darle una satisfacción a ese Betis de infantería, glorioso Betis, que cogió carretera y manta y llenó el Municipal de Huelva como si todo el añejo recinto fuera el Gol Sur de la Palmera. Entonces fue cuando Marito “Matador” Kempes se quiso acordar de lo que ha sido y entonces fue cuando un portero también se acordó de lo que todavía es ganándole, al menos un punto, a su equipo y recordándole al campeón del mundo, a Marito “Matador”, que por los buenos porteros, como por los vinos buenos, no es malo que pasen años porque eso ganan en solera.