La infantería bética, de Manuel Fernández de Córdoba
El mes de junio de 1992 fue muy complicado para el Betis. Como consecuencia de su clasificación en la Liga de Segunda, en la que el Betis quedó cuarto, se disputó una promoción para ascender contra el Deportivo de La Coruña, el equipo que defendía su posición en la Primera División. Con marcar un gol en el partido de vuelta, tras perder 2-1 en Riazor en la ida, se hubiera subido a Primera, pero el partido acabó como empezó.
Y luego había otra batalla ya no deportiva, sino institucional, derivada de la conversión del club en Sociedad Anónima Deportiva, tal como exigía la ley en esa temporada. El Betis tenía que cubrir una fuerte suma, (en torno a los 1.175 millones de pesetas) y entre dimes y diretes de notables y directivos el tiempo se echó encima hasta el último día.
Pero de esos días de angustia y zozobra quedó el recuerdo de una afición abnegada que sí supo movilizarse y acudir a la llamada en defensa de su club. Ese sentimiento está presente en este relato del periodista Manuel Fernández de Córdoba del 26 de junio en ABC, junto a esas listas que se publicaban a diario y en las que se informaba de las aportaciones de los aficionado béticos, de la infantería bética como se le denomina en el artículo.
Es ese bético anónimo, de mucho corazón y muy poquito dinero, que jamás sale en las fotos, ni en los papeles, que se guarda para sí mismo y su propio sentimiento el buen trago de una Copa Grande o el malísimo, vinagre puro, de un ascenso frustrado, el que, a fin de cuentas, mientras se deciden otros béticos más notables, está sacando a flote, con las fatiguitas de sus escasos caudales y el capital incalculable de su cariño al club, el torito negro de las acciones, ese capital social a cubrir que, de no juntarse, puede buscarle y encontrarle las femorales a un Betis que hace muy poquito tiempo recibía el revolcón de un ascenso que no pasó del sueño a la realidad.
En ese Betis del goteo diario de las acciones, de las diez mil pesetas que, más de una vez, han llegado a las dependencias del Villamarín, o a las entidades bancarias, en billetes tan usados como sudados, como si llevaran en sus propias tintas el sudor que costó ganarlos y juntarlos para, así, del tirón, ponerlos allí, sobre la mesa, con el orgullo y la satisfacción de un íntimo deber cumplido: el que el Betis, su Betis, le llamaba desde el SOS desesperado que lo estaba poniendo al mismo borde de la muerte porque sabía su Betis que él, el de la fiel infantería, el que nunca sacó pecho más que de su orgullo bético, no le fallaría nunca.
Pasó la promoción, no pudo el sueño hacerse realidad para, desde allí, soñarlo de nuevo; pasaron las fatiguitas, todavía no terminadas, por lo menos hasta el año que viene, del infierno de la Segunda; pasó este sinvivir del sube o no sube que metió al beticismo en la caldera del Villamarín para intentar desde las gargantas lo que no se podía conseguir solo desde las botas y hubo, tras el desastre y el mismo puente del Corpus que le vino detrás, un bajón grande en las recaudaciones, como si el beticismo que faltaba por llegar se hubiera vuelto en el camino y le hubiese vuelto la espalda al club de sus amores. Pero no ha sido así y, poquito a poco, golpe a golpe, acción a acción, se está volviendo a las listas, al granito de arena, a no ser más importante el que da más, porque todos son parejos en voluntad de darlo, sino el que más trabajo le costó darlo porque más esfuerzo le costó lograrlo.
Me han contado casos que no resisto a guardarme: ese viejito que fue, billete a billete, desliando sus ahorros de mucho tiempo, manos sarmentosas del mucho trabajar, dedos temblando de emoción a recontar lo que ya muchas veces habría contado en su casa para ver si llegaba a la cifra y que, a la hora de extenderlo a quien atendía, salirle del alma el suspiro emocionado del “perdone que no traiga para más de una acción, pero le traigo todo lo que tengo”, que se convertía, desde la misma humildad de quien lo decía, en todo un monumento a la fidelidad de toda una vida. O quien llevaba orgulloso la lista de nietos para apuntarlos a todos en la lista del Betis.
No sé hasta donde dará de sí esta infantería cuando es muy larga la cantidad y muy pocos los recursos de muchos de ellos, pero ese es el reto. Ya escribí un día que en la fiel infantería verdiblanca estaba el alma del club, porque sabe estar incluso mejor en las duras que en las maduras. Y esta prueba de cubrir el capital es auténticamente de fuego, a vida o muerte porque, para ascender el año que viene, hay que estar vivo…
Fuente: Manuel Fernández de Córdoba en ABC 26 de junio de 1992