La tramoya de la gran final, de Luis Carlos Peris
En la imagen de los vestuarios del Calderón despues de la final: el periodista Pepe Nieto entrevistando a Javier López, Juan Manuel Cobo, el directivo Antonio Moreno, José Núñez Naranjo, Juan Petralanda, Antonio Picchi y Antonio Biosca.
Cuatro días después de la final del Calderón de 1977 Luis Carlos Peris publica en el diario Suroeste una crónica en la que narra su visión de todo lo que aconteció en el prepartido, ya en el Hotel Alameda donde se alojaba el Betis ó en los interiores de los vestuarios momentos antes de iniciarse la gran contienda.
Un acercamiento personal que nos deja el testimonio de nervios de los jugadores momentos antes de lanzarse la tanda de penaltis, diálogos entre éstos y el entrenador, y las vivencias íntimas y personales de directivos, ex-jugadores ó el médico del club.
La tramoya de la gran final
Nunca, nunca, nunca, había vivido Madrid un acontecimiento futbolístico del colorido y el atractivo que tuvo la final de la primera Copa del Rey. Se encontraban los dos equipos que arrastran las aficiones más fieles, desenfadadas y apasionadas que existen en nuestra piel de toro. Por eso, conviene parar las manillas del reloj y no tener en cuenta que ha pasado un tiempo en que cualquier noticia periodística se convierte como de hemeroteca. Ya sé que han pasado cuatro días desde que García Carrión dio la orden de zafarrancho de combate, pero, lo ocurrido tardará en borrarse, no importa.
Cuando llegué a Madrid, mañana del sábado, la capital parecía como si el Bocho se hubiera trasladado a orillas del Manzanares. Tal era la proliferación de distintivos vascos. Distintivos vascos que portaban unos seguidores convencidos que por la noche el Rey pondría en las manos del Chopo el preciadísimo trofeo. Y es que la convicción de los seguidores , nunca me expliqué en qué estaba basada, era tan absoluta que más bien parecía que el equipo de sus amores iba a enfrentarse a un terceradivisión, y no al Betis de Iriondo, dos puntos menos que los leones en el campeonato liguero.
Tranquilidad hasta cierto punto
En la mañana del partido, cuando el corazón de Madrid estaba tomado por el aluvión vasco, la muchachada bética parecía como olvidada en un hotel escondido en los alrededores del aeropuerto de Barajas. La tranquilidad era como de partido de trámite, pero cuando se ahondaba un poco en el ánimo de los protagonistas pronto se comprendía que esa tranquilidad sólo era geográfica, dado el enclave del alojamiento.
Cuando llegué al Hotel Alameda, en los jardines de la fachada, unos corianos se fotografiaban con sus paisanos Rogelio y Bizcocho. Nada más entrar me tropecé con ese buen directivo que es Pablo Belloso, delegado para la historia de los verdes: “He dormido fatal. Me he dejado las gafas en Sevilla y no pude leer para conciliar el sueño. Para colmo me quedé sin cerillas y, entre no poder fumar y pensando en el partido me dieron las siete de la mañana sin poder pegar un ojo”.
José María Fernández, buena lección de profesionalidad la tuya, gallego, entrevistaba a todo el que se le ponía por delante para los informativos que daba cada hora por Radio Popular. Iriondo hacía oídos sordos a los requerimientos que le hacían por el servicio de megafonía interior a las llamadas telefónicas.
Jaime Sabaté atendía a unos vecinos de su casa de Badalona que habían viajado expresamente para animar al amigo. En la barra del bar, José Manuel Rodríguez Escobar se olvidaba por unos momentos de la temporada de Paco Camino, charlando con su amigo y compadre Rogelio y viviendo en bético y muy de cerca el “avant match”.
Sería algo más de las doce cuando marché hacia la capital. En unos grandes almacenes me encontré con un matrimonio amigo de siempre y viejo conocido él de la afición bética: Antonio Pallarés. Antonio vive en Madrid y me dijo que aunque va muy poco al fútbol, estaría en el Manzanares para ver ganar a su equipo.
Tensión y visitas importantes
Dando un paso delante de varias horas, nos encontramos a la entrada del estadio atlético al seleccionador Ladislao Kubala, con su inseparable Gustavo Biosca: “¡ Nunca vi una cosa igual ¡. Este ambiente es el que nunca permitirá que el fútbol muera. Lo que no me explico es esa condición tan acusada de favorito que trae el Athletic. De ganar, lo hará con mucho trabajo.”
Cuando se jugaba la final de chavales bajé a las entrañas del gran estadio donde el espectáculo era como un ritual y no menos atrayente que el que se vivía en las gradonas. Las cámaras de televisión se habían instalado en ambos vestuarios y los habían convertido en platós improvisados. Alfonso Aparicio actuaba de maestro de ceremonias como intermediario entre el vestuario del árbitro y los camarines de ambos equipos. A las ocho y veinte mandó llamar al delegado y entrenador de ambos equipos para la firma previa del acta que efectuaron los dos capitanes, Cobo e Iríbar, y, al mismo tiempo, dar las instrucciones de rigor. Durante todo ese tiempo Eguidazu entraba y salía del vestuario rojiblanco como queriendo ahuyentar esos nervios que le atenazaban ante el último partido que tendría ocasión de vivir como presidente del club de Bertendona.
Falta media hora para las nueve cuando, acompañado de Ginés López Cirera, hace su aparición en el rincón bético el alcalde de Sevilla. Fernando de Parias saluda uno por uno a los jugadores y, TVE por testigo, les promete que el lunes la Plaza Nueva los espera en el Ayuntamiento para recibirlos como campeones de España. A Alberto Tenorio se le van los nervios por todos los poros del cuerpo y se le alegran los sentidos cuando ve aparecer al secretario general del Partido Socialista Obrero Español, al que saluda con el alma a requerimiento de los peloteros. Felipe González lucha por no pronunciarse partidario de nadie y al final se traiciona a sí mismo: “No puedo olvidar que nací y me he criado a la verita misma de vuestro estadio”. Después de una entrevista que le hizo Mari Carmen Izquierdo saludó a su viejo conocido Rogelio. Hablan de un amigo común, paisano del jugador, que se llama Luis Yáñez y que ha salido como diputado del Psoe en el Congreso por la provincia de Badajoz.
Una nota que me dejó huella fue cuando Megido y Benítez tuvieron que ayudar a Sebastián Alabanda a soportar el dolor de una inyección de novocaína que, suministrada por el doctor Rodríguez del Valle, se introducía buscando huecos en el crónicamente lesionado tobillo del jugador. Y así lleva jugando un montón de partidos.
Pablo Belloso se fumaba el enésimo cigarro y me decía que por momentos se encontraba más nervioso, cuando hizo uso de la palabra el presidente de la entidad para decirles que el título que se jugaban era el único que no estaba inventariado en la calle Conde de Barajas, y que era la ocasión de darle una satisfacción completa a una afición que lo merece todo.
Fuera, entre ambos vestuarios, ya se encontraba García Carrión preguntando una vez más que cuánto quedaba del partido de juveniles. El árbitro valenciano me diría que estaba muy agradecido a ambos clubs por la confianza que habían depositado en él al designarlo como juez. El inquieto José María García iba y venía precediendo a un larguísimo cable y jurando y jurando que jamás, jamás había visto un ambiente parecido. Hasta las tripas del Manzanares llegaban los gritos acompasados de las gentes venidas del Norte.
Hacía de médico de la Federación el que lo es del Atlético de Madrid, doctor Garazábal: “Muy confiados veo yo a éstos. De ganar, les va a costar más trabajo del que piensan. Me gusta mucho el equipo del Betis` porque está muy compensado en todas sus líneas. Hace poco estuve viendo a Sabaté. Le habían dicho en Barcelona que tenía roto un ligamento de la rodilla. Yo no aprecié tal cosa y ahora parece que está jugando bien”
Suena el timbre del árbitro avisando a ambos equipos. La suerte está echada…
Antes, en y después de los penaltis
Estamos en el descanso del tiempo reglamentario y noto que me avisan por la espalda. Es un viejo amigo que fue portero del Betis y que había venido con los juveniles del Zaragoza. Manolo Villanova me dijo que le estaba gustando una barbaridad su antiguo equipo y que de seguir así rompería todos los pronósticos.
Ha pasado hora y cuarto y el marcador se ha movido por igual en los dos casilleros. Hay que proceder al lanzamiento de penaltis. Para vivirlo de más cerca salto a la hierba. “Si hay Dios arriba tenemos que ganar”. Es Antonio Benítez quien lo dice todavía con la pena honda de su perfecto servicio a Dani. “El hijo de … estaba escondido, pero dónde. No ha hecho nada en todo el partido y… Me ha tenido que pasar a mí” Iriondo se le acerca y le dice que se prepare, que será uno de los lanzadores. “Que no, mister, que no. No tiro un penalti por nada del mundo. En estos momentos lo fallaría aunque no hubiera portero”. Se quitó las botas y no hubo manera. Entonces el entrenador se lo pidió a Cardeñosa. Tampoco le hizo gracia al Von Karajan de Valladolid: “Por favor, no me lo pida. No tengo confianza”. “Venga, Julio, tíralo. Si no entra qué le vamos a hacer”. Y no entró. Está Cobo a mi lado: “Ahora le toca a Dani. Este no falla nunca. Se acabó si la Virgen del Rocío no lo remedia. ¡Lo ha parado, lo ha parado¡ ¡Viva Esnaola y la Virgen del Rocío¡”.
¿Quién quiere tirar un penalti?
Ahora se le presenta otro problema a Iriondo. Hay que buscar, donde no hay, gente que esté tranquila para seguir los lanzamientos. Sabaté se resiste. Alabanda dice que si empiezan los vascos no tiene inconveniente, pero que por delante… Megido le dice a todo el que coge que un penalti lo mete cualquiera, que no tengan miedo, que son unos fenómenos, que hay que ganar como sea, que ellos están más nerviosos… Alguien le dice a Rogelio que se ponga otra camiseta, a ver si pican. Cuando Esnaola le pega un corte de mangas al destino cogiendo el disparo de Villar hubiera hecho falta un barco de coramina. García Carrión se pasa, y bien, cuando anula el primer lanzamiento de Chechu Rojo y hay quien se acuerda de la madre que parió al valenciano. Se han tirado diecinueve penaltis y “Gorriti” Esnaola mira al cordón de la medalla de la Reina de las Marismas que está enredado en el costado de la red antes de mirar al presunto verdugo. El Chopo lo tira y el portero bético lo para con el corazón. “¡Campeones¡ ¡Campeones¡ ¡Campeones¡” Las banderas vascas se quedan a media asta, el orfeón vasco enmudece y las verde, blanca y verde se multiplican en pura progresión geométrica.
“El fútbol es lo más grande de toda mi vida ¡Viva el Betis¡” Me lo dice Belloso llorando como un hombre. “Que te lo dije antes. Que no se podía perder. Que alguna vez la suerte nos tenía que venir de cara. Aquí los únicos que podían perder eran los de los cohetes y el tambor”. Este era el estado de ánimo de uno de los jugadores más significativos en la historia de los de la verde, blanca y verde: Rogelio Sosa Ramírez.
Un hombre incapaz de vivirlo
Mientras se tiraban los penaltis, en lo más hondo del vestuario, un hombre que vivió hasta hace poquito tiempo la camiseta verdiblanca le volvía la cara al destino tapándose hasta los oídos, como pegándole media verónica al infarto. El montañés Julio Iglesias, media hora después, todavía andaba por el vestuario ahuyentando los mengues de un partido que tuvo de todo: “He hecho el viaje expresamente para estar al lado de mi gente. Ahora mismo vivo el resultado como si aún estuviera en la plantilla; y te juro por lo más grande del mundo que jamás lo pasé tan mal y tan bien en un campo de fútbol”. El doctor don Ramón Rodríguez del Valle me decía, casi ininteligiblemente, que se podía morir en cualquier momento y, ya en broma, que le diera besos a sus niños si tal cosa ocurría.
La fiesta seguiría en el Hotel Alameda, en el aeropuerto de Barajas, en el de San Pablo, en el estadio, en la Plaza Nueva, en… Y es que un título de España no se consigue todos los días. Aunque en la recepción del Ayuntamiento un destacado bético me dijera “el año que viene habrá que organizarlo mejor…”
Luis Carlos Peris en Suroeste 29 de Junio de 1977
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