Lo que no se vende del Betis, de Antonio Burgos
El verano de 2008 fue uno de los más ajetreados en ese sainete esperpéntico en el que transcurrió la época final de Manuel Ruiz de Lopera. Todo el beticismo tuvo que asistir atónito al espectáculo de la supuesta venta de la participación mayoritaria del accionariado primero a Luis Castel y luego al misterioso grupo denominado Bsport, que ni siquiera estaba constituido como empresa. Eran las ofertas A y B, que dijo Lopera, quien además especuló con la existencia de otra oferta inglesa, la oferta C.
Nada de este embrollo mediático llegó a concretarse, pero la imagen que se daba del club no era desde luego la más deseable. La supuesta subasta a la que asistían los aficionados, adobada de los tempos a los que estaba adscrita cualquier negociación con Lopera, así como su cada vez peor situación judicial no era desde luego plato de gusto para nadie.
El periodista Antonio Burgos en ABC el 19 de julio lo expresaba en este artículo.
Que sí, que sí, que a La Parrala le gusta el vino, que no, que no, que el aguardiente y el marrasquino. Y el Betis, igual mareo de perdiz: que sí, que sí, que lo venden , que no, que no, que lo que le interesa al otro es la recalificación de La Palmera (la mía, que sea de huevo) más que la clasificación en la Liga. Y ni letrero de “Se vende”, ni trile al uso por parte de quien usted sabe y cuyo nombre no tengo valor de poner, porque luego te manda a tres matones ex presidiarios que llaman por teléfono a tu mujer a las 2 de la mañana para decirle que van a quemar la casa contigo dentro, lo digo por experiencia, porque a mí me ha sucedido, en estas manos estamos.
Que digo que yo que aunque lo vendan o no lo vendan, aunque el paquete de acciones mayoritarias, como la falsa monea, vaya de mano en mano y al final alguien se lo quede, o no se lo quiera quedar, o lo regalen, o lo empeñen en el Monte de Piedad, que es lo que ahora se lleva, o acabe como Martinsa, en concurso de acreedores que qué se habrán creído que quieren cobrar, cuando aquí no hay un duro…
Aunque ocurra todo eso, y aunque cambie de manos, y de Jabugo pasemos, ¿qué digo yo?, a Guijuelo, o a Cumbres Mayores, que más altas han caído, hay cosas del Betis que no se pueden vender ni comprar. Que forman parte consustancial de su patrimonio. Pero no del patrimonio ladrillero o recalificador; del que se aprovechan cuatro tunantes, cinco diteros y seis matatías, si no del verdadero capital no inmobiliario del Glorioso, el inmaterial. Y ese patrimonio inmaterial sí que ni se compra ni se vende, pues es el cariño verdadero de una afición que existía, existe y existirá por encima de los eventuales negocios de quienes comercian con el bendito nombre del club y con su historia sagrada: los hombres pasan y el Betis queda; el mardito parné es el río y el Glorioso el puente que permanece, con sus ojitos hartitos de ver los barcos venir y de verlos marchar.
Por muchas operaciones financieras que se hagan, por muchas acciones que se vendan, por mucho trile que se practique con ofertantes que no existen y compadores que se juanjuanan al ver tanto lío como de testamento de loca, hay cosas del Betis que, aunque quieran, no se pueden vender.
Del Betis no se venden las invictas trece barras de su escudo, en la memoria del capitán Añino.
Del Betis no se vende el recuerdo de aquella marcha verde hacia el campo del Utrera, con la caja de zapatos con la tortilla dentro, donde se salvaron los muebles de la dignidad y de la grandeza.
Del Betis no se vende la foto triunfal en el Ayuntamiento de Sevilla en los años 30, y una ilusión juvenil con una copa de plata, aquellos muchachos con peinado a lo Carlos Gardel, que pronto habrían de sufrir el drama de la Sevilla de Caín.
Del Betis no se vende el recuerdo del descenso al infierno de la Tercera, ni aquel peregrinar por los campos de mi Andalucía, campanilleros de la madrugá en autobuses con gasógeno.
Del Betis no se venden los textos casi evangélicos de Joaquín Romero Murube, Gil Gómez Bajuelo, Santiago Montoto, Manuel Díaz Crespo, donde fue revelada la Verdad del sentimiento trágico que se crece en el castigo, que se sobrepone a la adversidad y que en la derrota halla siempre la mejor de las victorias: la del corazón.
Del Betis no se venden los recuerdos de la gabardina de Iriondo, de la bufanda verdiblanca de la madre del Rey, de los gritos del Chato Moguer, de los ideales de Ventura Castelló, de los pregones de Curro el de los periódicos en La Campana, del campo del Patronato, de la rifa de la vaca para evitar las cornadas que el hambre da a los perdedores.
Del Betis no se vende la nostalgia del señorío de don Pascual Aparicio, el que pagaba a la plantilla de su bolsillo.
Del Betis no se vende la papeleta de sitio de Pepe Valera, hermano número 1 en el sagrado misterio de las Tres Necesidades de la Afición Más Fiel.
Y por si no queda claro, convoco a la memoria de El Pali, cuyo beticismo de peña y saque de honor en la Línea tampoco está en almoneda, tampoco se puede vender, y le pido que me lo resuma todo en una sevillana de nuestro barrio, Arenal puro, que dice así: “Los colores del Betis/no tienen dueño,/son de los que soñamos/con ese sueño…”