Loreto, el viaje y las alforjas, de Francisco Correal
En octubre de 1992 el Betis recibió en el Villamarín al Palamós en partido de Liga de Segunda División. En una tarde de lluvia intensa, que convirtió el campo en una laguna intransitable, el Betis ganaba por 2-0 a falta de 20 minutos; 20 minutos fatídicos en los que el equipo catalán empató con tantos en el 71 y 92.
La delantera que ese día alineó Jorge D´Alessandro estuvo compuesta por dos canteranos: Francisco Javier Zafra y José Luis Loreto, precisamente los autores de los dos goles verdiblancos. Desbancaron de la titularidad a Pepe Mel y a Roman Kukleta, que eran los habituales titulares.
A Loreto le dedicó este artículo en su sección Marcaje al hombre, en la páginas de Diario 16 Andalucía, el periodista Francisco Correal.
Quisieron hipotecar su vida deportiva por el aval de un coche, pero José Luis Loreto es el único hueso del beticismo con el que se ha tropezado el expansionismo de Luis Cuervas Vilches. En su caso, la cantera es mucho más que una denominación de origen; la defensa de unos colores, mucho más que un arrebato patriótico.
Su tránsito de ida y vuelta fue mucho más rocambolesco que el de Martín Vázquez, sin necesidad de cambiar de casa, de aprender idiomas ni comprar diarios deportivos con liras o con francos. Sin necesidad, obviamente, de hacerse archimillonario a tres bandas y asegurar la vida de sus tataranietos.
Más de una vez habrá pensado que para este viaje no hacían falta aquellas alforjas. El sentimentalismo le costó el descenso, la suplencia, la intransigencia de más de un entrenador. Y quién sabe si ahora sería uno de los niños mimados de Carlos Salvador Bilardo.
Este futbolista se curtió como costalero—para desesperación de algún que otro directivo—y en esos menesteres se doctoró en las disciplinas del sufrimiento y de la fidelidad. El futbolista se convirtió en un caso y el “caso Loreto” no acaba todavía de alcanzar su madurez en el campo de juego.
Ayer gozó de su enésima oportunidad, siempre pendiente de que el entrenador le retire la confianza a Mel, a Kukleta o a los dos. Ha calentado mucho banquillo, ha amortizado el chándal, y gracias a un golpe en la mesa de Ruiz de Lopera volvió al equipo inicial. Cuando se escriba la historia de esta Sevilla del 92 habrá que repartir el protagonismo entre Jacinto Pellón y este Lopera que es mitad Perot, mitad Cánovas del Castillo.
A Lopera le sobran los foráneos y D´Alessandro estrenó la delantera autóctona Loreto-Zafra. Marcaron los dos, aunque de poco sirvió. El primero falló un gol increíble a pase del segundo. Se batió el cobre en todos los lances, le señalaron media docena de faltas y fue sorprendido cuatro veces en fuera de juego. Hizo su primera entrega de balón con el pecho, veleidad cofrade, y en sus botas se gestó el gol de Gabino que todos vieron menos el árbitro.
No marcaba Loreto desde que lo hiciera en Riazor en el partido de ida de la promoción. Su cabezazo en la portería coruñesa mantuvo quince días el espejismo de la Tierra Prometida, de un ascenso que se esfumó desde el momento en que Miroslav Djukic dijo aquí estoy yo en el Benito Villamarín.
Marcado por Manchado o por Juanjo, vivió su particular Espectáculo del Lago, émulo de Estiarte. Amén de sus carencias, vive el partido intensamente. Cuando disputa un balón; cuando conspira con Gabino; cuando increpa al juez de línea; cuando se dirige veloz al banquillo para concelebrar el gol en el sitio que tradicionalmente es su escaño.
Quizás por eso no se fue, porque la alegría no debe ser la misma cuando uno juega de alquiler.