Los de la Copa del Rey…, de Manuel Férnández de Córdoba
Los jugadores que ganaron la Copa en 1977 han mantenido durante muchísimo tiempo la bonita costumbre de reunirse periódicamente en torno a una mesa y un mantel, para seguir manteniendo una larga relación de amistad. Todo una ejemplo del magnífico grupo humano que conformó esa plantilla que en 1977 consiguió, de manera increíble y sufriendo hasta el límite, traer para Sevilla la primera edición de la Copa del Rey.
El periodista Manuel Fernández de Córdoba en las páginas de ABC de hace ya 27 años, 1995, ponía de relieve la importancia de este vínculo entre los futbolistas, técnicos y directivos. Hoy ya son varios los ahí mencionados que desgraciadamente ya no están entre nosotros. El paso del tiempo es inexorable, pero su recuerdo y memoria está presente entre todos los que vivimos esos días del 77…
Todos los últimos viernes de cada mes, allá por la verita del Altozano, Triana se hace un poquito madrileña y el Guadalquivir se convierte, por unas horas, en Manzanares porque allí, sin faltar ni una de esas fechas, se reúne un grupo de amigos para traerse a la conversación los mejores recuerdos y regarlo con el vino de la amistad para que no se seque nunca su inseparable compañerismo. Son, y no hay que decirle más al beticismo, los de la Copa del Rey…
Son aquellos que, hace ya mucho tiempo, pero parece que no pasa éste ni por aquellos ni por lo que consiguieron, se trajeron para Sevilla—sí, sí, sí, la Copa ya está aquí—el título más importante que ha llegado a la ciudad en las últimas décadas y que, desde entonces, aunque colgaran las botas, jamás perdieron esa compenetración amplia, hermosa, profunda, que aúna amistad con camaradería, para rememorarla cada viernes último de cada mes sólo para esto: hablar, traerse recuerdos, rebuscarse en los adentros de sus propias historias y mantener, como el primer día, aquella sensación de tocar el cielo futbolero con las manos que tuvieron entonces.
Allí van todos los que aquí en Sevilla viven; y no se descarta nunca que, un viernes de éstos, cuando pasen las calores, aparezca el míster—Rafa Iriondo–, Jaime Sabaté, Eulate o Alfredo Megido. Por allí fueron este viernes, José Ramón Esnaola—penaltis, medalla en las redes, gargantas rotas en gol–, Bizcocho—plateado el pelo, nervio puro bajando de Coria–, Biosca—alicate en las manos, tan en forma como entonces, acero–, Juan Manuel Cobo—la Copa en alto, SS.MM junto a él–, Sebastián Alabanda—esa fortaleza física cuajada en hombría de bien–, Julio Flaco Cardeñosa—catedrático indiscutible de todas las épocas–, Rafael Del Pozo—regate eléctrico por bulerías–, Juan Antonio García Soriano—slalon imposible para defensas–, Manolo Campos—suplente porque no podían jugar dos porteros–, y tan solo faltaron de los inolvidables del Vicente Calderón de aquella noche tan grande, Javier López, Antonio Benítez y Rogelio Sosa.
Pero no termina ahí la lista. En la foto símbolo de aquel día, y ahí ahora también, Vicente Montiel—casi cuarenta años de señorío y maneras en verdiblanco–, José María De la Concha—la historia verdiblanca en su vida y en su memoria–, el Dr. Ramón Rodríguez Del Valle—paisano entrañable—y, como me decía Sebastián Alabanda, “no falta nadie, porque mira quién acaba de llegar”…
Llegaba José Núñez Naranjo. Presidente. Aquel de tantos años y tantos logros; del “poquitos, pero buenos”; del “cada bético vale por dos para animar”, el del balcón del Ayuntamiento; el del Betis, que llegó hasta donde los vientos dan la vuelta…
Allí, en Triana, la historia del Betis se reúne el último viernes de cada mes.