Mahler contra Gabino, de Francisco Correal.
En diciembre de 1986 el presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, visitó a la primera plantilla verdiblanca que entonces entrenaba Luis Del Sol en el Benito Villamarín.
Conocida y pública su profunda y auténtica filiación bética no dudó en enfundarse la camiseta verdiblanca y posar con la plantilla de jugadores béticos.
En las páginas de Diario 16 Andalucía el periodista Francico Correal publicó este artículo, en el que en el título hacía un guiño a la reconocida pasión que sentía el vicepresidente del gobierno Alfonso Guerra, su máximo rival en ese momento por el control del partido en Andalucía, por el compositor austríaco Gustav Mahler, y la devoción de Rodríguez de la Borbolla por el Betis, centrada en ese momento en la figura de Gabino.
Los políticos se pueden dividir en dos, a saber: aquellos a los que les gusta Mahler y los que se pirran por Gabino. No hay eclecticismo posible en materia de gustos. Se pueden reconciliar las clases con pactos y cafeína pero nadie inventó el ungüento que aggiornamenta las aficiones y las fobias. Hay Memorias de Adriano y Memorias de Gordillo, éxtasis en el Museo o alborozo en la grada.
Don José Rodríguez de la Borbolla es la perfecta imagen del socialismo finisecular salvo un pequeño pero nada insignificante detalle: su condición de bético.
Desde Bad Godesberg los socialistas metieron a Marx en una estantería y se dedicaron a ese eufemismo denominado modernización del Estado.
La lucha de clases como concepto teórico es pura arqueología y más de un escolar podría confundirla con una de las guerras púnicas. En resumidas cuentas, Borbolla, de acuerdo con esa evolución, puede negociar con nuncios, banqueros, terratenientes, jornaleros desheredados, pero jamás partirá peras con un sevillista. Ya pueden venir los fantasmas de Lenin y de Campanal para persuadirlo que el presidente andaluz no dará su brazo a torcer.
Desde Montesquieu a Cohn Bendit un hombre es un voto, mal que nos pese. El político de una sociedad de mercado se dirige a una masa amorfa de consumidores porque las urnas ya se encargarán del prelavado. Anguita lo ha explicado más de una vez: seducir desde el púlpito laico de la cosa pública a porteras, militares, ebanistas y cuadros intermedios.
El Betis es para el inquilino de Monsalves la excepción de esa regla draconiana. No cabe la síntesis, la afición es consustancial al conflicto y, sin ánimo de parodiar colores y esencias, da la sensación de que Borbolla sólo haría la revolución de esta guisa calcicorta y blanquiverde con que ha sido recogido por el objetivo del fotógrafo. No es una banalidad. Es el sueño freudiano de un niño con bigote y guardaespaldas.