Mil veces alanceado, pero nunca muerto
Con esta frase de Andrés Martínez de León, puesta en boca de su Oselito, me fui anoche a la cama.
Resume de una forma sencilla y simple el afán de superación y de supervivencia con que el Beticismo ha tenido que afrontar a lo largo de su historia situaciones muy duras y comprometidas. Pero siempre ha salido a flote y nunca se hundió ni se sometió.
Particularmente tengo una convicción, y es que jamás soy más bético que cuando el eterno rival nos vence. Por ello, en los últimos tiempos, he tenido motivos más que sobrados para reafirmar esa convicción y esa fe inalterable (para alegría de mis amigos y familiares palanganas, todo sea dicho).
Los que me conocen saben cuál es mi opinión sobre el actual modelo de gestión del club, mis ideas sobre la pertinencia del actual técnico y sobre las prestaciones y rendimiento de la plantilla actual. Pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy, sino de algo más profundo y relevante: del Manquepierda.
El Manquepierda nació y se desarrolló en los durísimos tiempos de la Tercera División. No fue nunca conformismo ni resignación, sino el más hermoso grito de rebeldía ante una situación terrible. Pero jamás fue sometimiento al destino ni rebaja en nuestros deseos de superación.
En septiembre de 1951, en pleno ecuador de los 7 años de Tercera División, Pascual Aparicio, presidente en los peores y más dramáticos años del calvario de esta etapa, tuvo que dimitir ante la presión de la afición, después de una derrota en casa frente al Almería.
¿Es que nuestros abuelos, los del Manquepierda auténtico, soportaban estoicamente las actuaciones de las directivas? Rotundamente no. Eran exigentes y peleaban cada día por un Betis mejor.
Otro presidente, tal vez el más importante desde muchos puntos de vista, como fue Benito Villamarín, también tuvo sus litigios con la afición. Su muerte prematura idealizó a posteriori una época, sin lugar a dudas mucho mejor que las anteriores, pero no exenta de multitud de polémicas internas.
Seamos nosotros hoy igualmente exigentes con quienes rigen y dirigen al club. No idealicemos a nadie, algo de lo que ya debiéramos estar más que escarmentados. Todos los que hoy están pasarán, pero, cuando nos vayamos todos, ahí seguirán las trece barras del escudo, las dos B entrelazadas y la bandera verdiblanca. Que esta sea nuestra única y permanente motivación. Basta de ídolos y de caudillismos.
Y nos levantaremos, claro que nos levantaremos, que nadie dude de ello.