Nostalgia de la radio de cretona, de Lorenzo Díaz

Lorenzo Díaz es un destacado especialista en la sociología de la comunicación y autor de varias obras relacionadas con este campo, como La Radio en España (1992), La Televisión en España (1995), Recuerdo y semblanzas de los protagonistas del dial (1998) o Informe sobre la televisión en España (1999).
Su labor profesional le ha proporcionado dos Premios Ondas y tres Antenas de oro.
En 1993 en el diario deportivo As publicó este artículo rememorando al veterano Carrusel Deportivo, que desde 1954 se emite todos los domingos.
Para muchos españolitos de la posguerra, la radio ha sido nuestro particular mester de fantasía, nuestra fábrica de sueños, el pelargón de aquellos años en blanco y negro, de boniatos, gasógenos y gazuzas gitanas. Me confieso un niño de la radio que aprendí geografía en aquellos espectaculares diales de las viejas Iberia, donde aparecían nombres de ciudades exóticas como Hilversum, Londres o Torino. Luego, a la postre, siempre salía la voz de Bobby Deglané, El Zorro o “Matilde, Perico y Periquín”.
La pasión por el fútbol me vino a través de “Carrusel Deportivo” y “Radiogaceta de los deportes”. Mucho zanganete de medio pelo nos chutamos en vena las soflamas de Juan Tribuna, Mansó Menéndez, Paco Ortiz o Antonio de Rojo, entre otros, que conseguían ponernos a cien con aquella parafernalia hertziana de “Carrusel”. Un invento de Bobby Deglané, aquel prodigioso locutor chileno que vino a la Madre Patria para aturdirnos con su fácil verborrea. Cuentan los malvados ideólogos de la progresía que Bobby estuvo tres horas sin parar de hablar cuando se examinó para conseguir el máster en Filadelfia. El tema que escogió el mozalbete de Iquique fue la figura de Pedro de Valdivia.
Deglané se inventó la radio comercial, con sus cabalgatas y sus carruseles, y ahí toda una caterva de mozos de canilla floja y leche americana que nos destetamos con las voces de estos predicadores del balón. Bajo la batuta elegante pero elegante del llamado Lord del Micrófono, Vicente Marco, todo un equipo de “Carrusel” conseguía emocionarnos a los niños de la autarquía, y cuando el invento llevaba más de tres horas de funcionamiento y llegaban los resultados de Tercera División, grupo vigésimo primero, una voz infantil, al llegar el partido “Emeritense 2: Iliturgi 4”, soltó aquello de “¡Qué partidazo¡”.
Especial relevancia tenían los animadores del programa, como Joaquín Prats y Juan de Toro, especialmente este último con su concurso de Anís Castellana, el gran “sponsor”, con Decano, Enrique Busián y Terry, del fútbol de los cincuenta y sesenta.
Mientras nuestros progenitores se metían entre pecho y espalda toda una rica oferta de bebidas legionarias, los nenes jugábamos al parchís y escuchábamos a Matías Prats, Enrique Mariñas, Pepe Bermejo, y todos soñábamos con estar en El Molinón, los campos de Sports de El Sardinero, Nervión o Mestalla para ver a aquel mítico Puchades.
Uno añora la radio deportiva del pasado, los valses de Strauss y la Vuelta Ciclista a España, las arengas épicas de don Matías emitidas en un precioso castellano del Barroco y cuando Mariñas, desde La Coruña, cerraba con una bella epístola su comentario deportivo en “La jornada del domingo”.
Todavía muchas mañanas me topo con ese venerable locutor de la SER llamado Juan de Toro. Sigue exhibiendo el empaque de antaño cuando, en las tardes del domingo, llenaba de gozo a la chiquillería de la autarquía con sus felices e ingenuos comentarios que coadyuvaban a que la marujona, el jubilata o el labrador postinero que participaban en el concurso acertasen las trascendentales interrogaciones que el bueno del locutor formulaba a los concursantes.
Una tarde, en un exceso de generosidad y un tanto desesperadete de la ignorancia deportiva de una dama un tanto cernícala, que pedía ayuda como una posesa, le soltó: “Señora, ¡no se Le-van-te¡, ¿Qué me levante?, ¡Eso, el Levante¡”.
O aquel otro día que un gañán muy versado en fútbol mesetario no se sabía el nombre de Migueli, y el animador clamaba incoherencias con el deseo de enjaretarle la televisión Radiola y la caja de Castellana, y le soltó aquello de “Miguel, ¿y…?”.
Fuente: AS 1 de mayo de 1993