Osvaldo Soriano, delantero de papel, de José Antonio Martín «Petón»
Osvaldo Soriano, periodista y escritor argentino, fue un hincha destacado de San Lorenzo de Almagro, el equipo del Ciclón de Boedo.
Militante en partidos de izquierda tuvo que exiliarse a Europa durante la etapa de la dictadura militar argentina.
Este relato de José Antonio Martín «Petón» en su libro «El fútbol tiene música» evoca el descenso de San Lorenzo de Almagro de 1981, y cómo lo sintió y sufrió Osvaldo Soriano desde la redacción de un periódico de París, conectando telefónicamente con Buenos Aires. El drama se consumó en un partido en el que San Loranzo falló un penalti decisivo por dos veces. Se fue a Segunda División, pero su afición nunca le abandonó: “Yo soy de la gloriosa hinchada de San Lorenzo, la que perdió su cancha y se fue al descenso. A pesar de los golpes, los momentos vividos, siempre estaré contigo San Lorenzo querido”…
El fútbol tiene la significación de una guerra sin muertos,
Pero con conflicto. Con drama, reflexión e ironía.
Y amalgama a la familia, cosa que no consigue la política.
Esto, tan hermoso, lo pensaba cuando ya era gordo y exfutbolista, un argentino hijo de español, catalán, que por hacerle la contra al padre, liberal y de River Plate, abrazó con pasión infantil el peronismo radical y la camiseta azulgrana de San Lorenzo de Almagro. De lo primero se fue, de lo segundo jamás. Se llamaba Osvaldo Soriano y tenía 13 años cuando pasó dos días llorando sin parar porque había muerto Evita.
Delantero centro en equipos del interior, tenía menos don con el gol que con la pluma y se trasladó a Buenos Aires como periodista. La ventaja era que así, cada sábado o domingo, disfrutaba con la pegada del Bambino Veira; luego, la elegancia de Ramón Armando Heredia y la electricidad de Rubén Hugo Ayala; el disparo asesino de Héctor Scotta, después. Tardes del Gasómetro al amor del Ciclón de Boedo, “¡dele Cuervo!”.
Pero el Gasómetro, Wembley porteño, 75.000 espectadores en gradas de madera, una mala noche se rindió a los especuladores, cayó el gigante, se convirtió en un supermercado (*) y San Lorenzo de Almagro quedó sin casa. Alquilando canchas, jugando siempre de forastero, en 1981 San Lorenzo perdió el nervio cuando empezaba el torneo por una descarga eléctrica: la que acabó con la vida de su central Hugo Tomate Pena, corazón del equipo. Sin quitarse el desánimo llegó a la última jornada ante Argentinos Juniors en duelo fatal: para uno de los dos era el descenso. Desde la redacción del periódico parisino donde vivía el exilio, un antiguo delantero centro llamado Osvaldo Soriano telefoneaba cada poco a Radio Rivadavia para conocer la marcha del partido. Caían los cigarros más rápidos que los minutos de espera y a Osvaldo le miraban estupefactos y divertidos los periodistas gabachos.
Cuando quedaba un rato para el descanso el Gordo volvió a conectar. Te pongo en escucha que hay penal para el Cuervo, le dijo nervioso su interlocutor. Osvaldo tuvo que agarrar el auricular con las dos manos. Si acertaba con el gol, el uruguayo Delgado habría salvado a San Lorenzo porque con empatar evitaba el primer descenso de uno de los cinco grandes argentinos, pero el lanzador falló; el árbitro mandó repetir y volvió a errar. Luego otro penalti al revés y Argentinos acertó. Después, nada. Así se consumó, en una tarde francesa llena de melancolía, el drama del Ciclón.
Osvaldo Soriano, el fana del Cuervo, permaneció media hora con las manos sobre el teléfono, la cabeza apoyada en la mesa, los ojos ciegos de lágrimas, el alma doblemente desterrada. A la hora volvió a llamar a la emisora bonaerense para hablar con alguien que entendiera su dolor. El mismo técnico de control que le diera informaciones mientras se jugaba, le dijo: “Te pongo en línea con el estadio, escucha”. Sesenta minutos después del triple pitido, ni uno de los seguidores del Ciclón se había movido del campo de Ferro. Y todos juntos cantaban: “Yo soy de la gloriosa hinchada de San Lorenzo, la que perdió su cancha y se fue al descenso. A pesar de los golpes, los momentos vividos, siempre estaré contigo San Lorenzo querido”…
A esa hora de la noche, en la abigarrada redacción de un diario francés, con un boli sobre la oreja, un cigarro en la mano, un teléfono en la otra, un antiguo delantero centro lloraba sin disimulo, muy triste y muy orgulloso. Al cabo, Soriano volvió a Buenos Aires, triunfó en su profesión como ningún otro y siguió amando a los gatos, el buen tabaco, a los suyos y sobre ellos a la camiseta de San Lorenzo. Con ella puesta, hace unos años le enterramos. Un pequeñín vestido con los mismos colores del Ciclón sale en la foto despidiéndole. Su hijo Manuel. Manuel Soriano De San Lorenzo de Almagro.
(*) Todo lo que este libro encierra viene en una carta del Gordo Soriano a Eduardo Galeano. Porque yo he sentido lo mismo alguna vez, pero jamás lo contaré como el cabronazo de Osvaldo. Aquí va tal cual:
Querido Eduardo:
Te cuento que el otro día estuve en el supermercado Carrefour, donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: “Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca”. Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice:”Fue el gol más rápido de la historia”.
Concentrado como esperando un córner, me cuenta: “Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevila se llamaba, se asustó, pensó: a ver si no cumplo”. Y ahí nomás Sanfilippo me señala la fila de los frascos de mayonesa y grita: “¡Acá la puso!”. La gente nos mira, azorada. “La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?”-me señala el estante de abajo, y de golpe como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos 8 lustrados-: “La dejé picar y ¡plum!”. Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar.
Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo.
En nombre de todos los miembros de la Peña Osvaldo Soriano del Cuervo de Madrid, que esperamos la vuelta a Boedo cantando los goles de San Lorenzo en un bar de Boadilla, aunque sea por la radio de Internet. Amén, Osvaldo, amén.