Panizo, de Patxo Unzueta
José Luis López Panizo es uno de los grandes en la historia del fútbol español. Integrante de la mítica delantera del Athletic en los 40 y 50 (Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza), representaba en ella la distinción, el fútbol templado y de toque. 17 temporadas en el Athletic, 326 partidos de Liga con 126 goles, 79 de Copa con 37 goles, 1 título de Liga, 5 de Copa, 14 veces internacional y 2 goles con la selección, con la que obtuvo un 4º puesto en el Mundial de Brasil en 1950, son algunos de los números que jalonan su trayectoria.
Patxo Unzueta le realizó esta entrevista en Junio de 1982 para El País, posteriormente recogida en su libro A mí el pelotón.
Cuando yo empecé, ya podías hacer maravillas, que si no marcabas muchos goles o eras de esos que al correr arrastran al defensa que te agarra de la camisa y tal decían que eras lento, que no valías. Por eso yo me alegré mucho cuando vinieron a San Mamés los argentinos del San Lorenzo de Almagro, que era entonces uno de los mejores equipos del mundo, y la gente se quedó asombrada y decían: “¡Anda, si juegan todos como Panizo¡”.
Precursor del fútbol moderno dicen que fue este José Luis López Panizo, el cerebro durante muchos años del Athletic y el director de orquesta, según Gaínza, de la selección que obtuvo en Brasil la mejor clasificación, cuarto puesto, alcanzada por España en un Mundial (hasta el de Sudáfrica de 2010).
Con el pelo repeinado y la frente un poco abombada, como corresponde a un auténtico interior izquierda, llámese Puskas ó Luis Suárez, Panizo conserva el aspecto clásico de cerebro del equipo. “Nunca he entendido, dice, que algunos aficionados prefieran que mandes la pelota al buen tuntún antes que retrasarla. Conmigo se metían cuando me daba la vuelta para buscar algún compañero desmarcado, o cuando retrasaba el balón. Ahora es diferente, pero entonces la gente no entendía, decían que era lento, que paraba al equipo. Estos últimos años ha habido algunos que decían lo mismo de Chechu Rojo, sin darse cuenta de que un pase suyo al hueco, aunque antes hubiera retenido la pelota, hacía avanzar más al equipo que cinco galopadas sin sentido o una docena de patadones a donde vaya”.
Panizo es la margen izquierda, de Sestao. “Del barrio de Simodrogas, precisa, lo mismo que Venancio y que el club de remo Kaiku”. También nació en Sestao Fidel Uriarte, y no lejos de allí Saro, que jugó en el Betis, Elices, Urra y el gran Gorostiza, que era de Santurce.En el ambiente metelúrgico de la ría del Nervión dio Panizo sus primeras patadas al balón. “A los 11 años jugaba en el Puerto Nuevo, un equipo de barrio, y luego en el Arsenal. Yo era el cuarto de una familia de 10 hermanos. Mi padre trabajaba en los astilleros, aquí, en la Naval. Pero le mataron en la guerra. También a mi hermano mayor, que cayó en Villarreal. Y el siguiente se tuvo que exiliar a Francia. Así que y me tuve que poner a trabajar. Entré de aprendiz, también en la Naval. Como en casa me reñían por romper tantas alpargatas, algunas veces he llegado a jugar descalzo. En el 38 me fichó el Athletic, mejor dicho el Bilbao, que es el nombre que provisionalmente pusieron al equipo que formaron con chavales para sustituir a los que se habían ido a América. Naturalmente, yo tuve que seguir en la fábrica porque había que sacar a la familia adelante”.
La primera vez que recibió un sueldo del Athletic, Panizo sintió “una sensación rara; eso de que te paguen por hacer lo que más te gusta en la vida no me entraba en la cabeza”. En cualquier caso “nos vino Dios a ver con esto del fútbol, porque en casa había muchas bocas y pocos jornales”. Por eseo Panizo, “lo mismo que Zarra y la mayoría de los que jugamos en el Athletic de los años cuarenta”, se casó tarde “porque antes había que preocuparse de sacar adelante a los hermanos”. Gracias a las gestiones de un directivo consiguió Panizo que pudiera regresar de Francia el hermano exiliado, y luego “pusimos una ferretería, que es de lo que seguimos viviendo”.
El elogio que más aprecia Panizo es el que le dedicó Luis Suárez cuando el gallego era el mejor interior del fútbol europeo y dijo que su maestro había sido el de Sestao. También lo han dicho otros, como Pedro Escartín o Gaínza. Este último declaró a la vuelta del mundial de Brasil: “Sin molestar a ningún compañero, cuando faltaba Panizo, nuestro directos de orquesta, parecíamos un barco sin timonel”. Aunque es posible que el periodista de la época le echase un poco de literatura al asunto, y que lo que en realidad dijera Piru fuera que, sin Panizo, el equipo pareciera “una goibetera sin manillar”. Lo cierto es que todos los que jugaron con él dicen que “las ideas las ponía Panizo y nosotros lo demás”.
En Brasil, Panizo jugó cuatro de los seis encuentros en que intervino España. “Dicen que mi mejor partido fue contra Chile, a cuya selección vencimos por 2-0. Los brasileños nos estuvieron espiando y dijeron que reservaban un marcaje especial para mí. Nos metieron seis goles. Eran una máquina. Yo siempre he sido partidario del fútbol-arte, o sea del fútbol brasileño”.
Del Mundial de Brasil recuerda Panizo, aparte del gol de Zarra (“que lo hubiera marcado un cojo; Telmo hizo cientos de goles de más mérito”), la lesión que sufrió en el partido contra Suecia. “Nosotros les habíamos estado viendo entrenar y nos dieron la impresión de unos chicos fuertes, bien alimentados, sanotes y tal, pero que de fútbol no tenían ni idea. Bueno, pues llegó el partido y nos ganaron por 3 a 1. Benito Díaz introdujo algunos cambios porque alguna gente estaba muy machacada. Recuerdo que no jugaron los Gonzalvo, ni Igoa, ni Gaínza. Y encima, nada más empezar, un defensa sueco, rubio, grandote, me dio un rodillazo que me dejó inútil. Como entonces no había posibilidad de cambios, seguí los 90 minutos, cojeando. A consecuencia de aquello pasé varios meses sin jugar. Creo que nunca llegué a recuperarme del todo. Y aunque volví a ser internacional, dos veces contra Bélgica y una contra Turquía, ye nunca estuve en plenitud”.
Ya entonces Río de Janeiro era una ciudad turística, “demasiado bonita para estar todo el día en el hotel”. El caso es que a los delegados de la Federación “debió de parecerles peligroso que siguiéramos en Copacabana, donde estuvimos durante la primera fase, y nos mandaron a un hotel de la montaña, junto al Cristo de Corcovado. No sé ahora, pero entonces aquello era prácticamente la selva. Y allí nos tuvieron : ellos, los directivos, se quedaron en Copacabana, en plan jeque árabe, diríamos ahora, papeando a base de bien, mientras nosotros nos aburríamos como ostras allá arriba. Entonces el presidente de la Federación era un médico famoso de Madrid que se llamaba Armando Muñoz Calero. Con él fueron por lo menos otros diez. Tuvieron así unas vacaciones pagadas en Río de Janeiro, que en los tiempos que corrían en España era casi como ir hoy a la Luna”.
Panizo sigue conservado íntegra su afición, le gusta ver al Athletic en San Mamés, equipo del que su hermano Oscar, que también fue futbolista, es directivo. “Hoy están mejor preparados y tienen más técnica, pero, como espectáculo, el fútbol ha bajado mucho. Porque no es solo que ahora se marquen la mitad de goles, o la cuarta parte, sino que antes era normal que un portero tuviera que intervenir, en balones lanzados a puerta, cincuenta o sesenta veces por partido. Ahora hay encuentros en que el portero no toca la pelota más que media docena de veces, de las cuales más de la mitad son cesiones de sus defensas; y se pitan más faltas, de forma que si empiezas a descontar el tiempo que la pelota está parada, mientras forman la barrera, esperando para sacar de banda o de puerta, enseñando tarjetas y todo eso, el tiempo real de juego vendrá a ser de 60 minutos por partido, como mucho. Quizás habría que estudiar alguna fórmula similar a la del baloncesto, que paran el reloj cuando el balón sale fuera ó el juego se detiene por lo que sea”.
De la abundancia de faltas deduce Panizo que hoy cada vez es una jugada más importante el golpe franco directo, y le parece significativo que muchas de las figuras actuales “se hayan especializado precisamente en sacar este tipo de faltas, como Maradona y otros”. Dado que el fútbol es como es, piensa Panizo que en los entrenamientos “habría que ensayar más el saque de faltas, directas o indirectas, porque es casi la única oportunidad que hay de rematar a puerta”. Respecto a Maradona, al que solo ha visto por televisión, piensa que “es bueno, pero no se puede comparar con jugadores como Wilkes, Kubala o, sobre todo, Di Stéfano, que ha sido el mejor que yo he visto en un campo de fútbol”.
Otra cosa que da mucha pena a Panizo es que el Athletic, “por las causas que sea”, no disfrute ya del calor popular con que antes se le recibí en todos los campos de España. “Había peñas hasta en los pueblos más insospechados, en todas partes. Venían a vernos al hotel, hablaban con nosotros, se identificaban”. Y ello porque “veían que éramos gente normal, que no nos lo creíamos, que no íbamos por ahí en plan figura. ¡Cómo íbamos a ir en plan figura si todo el mundo sabía que, de no ser por el fútbol, estaríamos con el mono en la fábrica o sacando patatas en la huerta¡”.
El amigo íntimo da Panizo fue siempre Zarra, “con el que compartí siempre la habitación desde que llegó al Athletic. El fichó un año después que yo, venía del Erandio. El primer día que jugamos juntos noté que se me ponía al lado, en los vestuarios y que me miraba insistentemente, hasta que me di cuenta de que era porque no sabía atarse las botas, y miraba para ver cómo lo hacía yo. ¡Cómo íbamos a ir en plan figura si casi no sabíamos ni atarnos las botas¡” .
De la utilización política que el franquismo hizo del fútbol y de los futbolistas “la verdad es que no éramos muy conscientes, y si alguien lo era se guardaba mucho de decirlo. Entonces puede decirse que, como solo había una política, no había política, así que las ideas que pudiera tener cada uno se las guardaba para él y nada más. El que ahora diga lo contrario, miente”.
Panizo recuerda con gran pesar su retirada. “Me habían prometido seguir un año más, pero vino Daucick y prefirió a los jóvenes que al años anterior había ido sacando Antonio Barrios. Era gente de gran clase, como Maguregui, Uribe y todos aquellos, así que no puedo decir nada, porque es ley de vida. Pero nos daba tanta pena dejar el fútbol que el año siguiente nos fuimos Rafa Iriondo, Zarra, mi hermano Oscar y yo al Indauchu, que acababa de subir a Segunda. Venancio tampoco quería retirarse del todo y fichó por el Baracaldo, también en Segunda entonces, donde acabo jugando de central. Piru, por su parte, siguió cuatro ó cinco años más en el Athletic. Y es que para nosotros el fútbol era, no sé hoy se entenderá bien esto, pero para nosotros eso de jugar en el Athletic, de llegar a internacionales, de poder sacar a la familia adelante , eso, en los años cuarenta, después de la guerra con la miseria que había y demás, que te pagasen por hacer algo que te gustaba por encima de todo, era como una bendición del cielo y, claro, nos daba pena dejarlo”.