Prólogo de Eurobetis, de Manuel Fernández de Córdoba
El periodista sevillano Fernando Gelán es el autor de la obra «Eurobetis. Historia de una gran final», en la que se relata paso a paso la conquista del título de la Copa del Rey en 1977 por el Real Betis Balompié.
Fernando Gelán es uno de los históricos del periodismo sevillano, con más de 50 años brillantes en esa profesión y en la que pasó por casi todos los medios periodísticos sevillanos de la épca (ABC, Suroeste, El Correo de Andalucía, La Hoja del Lunes, etc).
En esta tarea seguía la labor iniciada por su padre, Angel Gelán, periodista y fotógrafo sevillano de la década de los años 20.
«Eurobetis. Historia de una gran final» es una brillante y emotiva obra que fue prologada por ese gran genio de la pluma que fue Manuel Ramírez Fernández de Córdoba.
Con ese prólogo os dejamos.
Estaba seguro. Sabía que, no más tirar Iríbar y parar Esnaola, y casi antes de que allí —a orillitas del Manzanares—y por aquí –a orillitas del Guadalquivir, que también se llama Betis…– saltarán miles de gargantas, por ese graderío ya se estaba pensando—seguro, seguro—en escribir ¿la crónica? ¿el libro? ¿el comentario? ¿todo a la vez? Por un periodista que siempre viaja con dos máquinas—la de escribir y la de fotografía—y… su polémica. Estaba seguro y no me equivoqué: aquí está el libro de Fernando Gelán.
Y si un equipo que viste– ¿casualidad?—en verde, blanco y verde, triunfa en la yerba–¿sólo en la yerba?–, un periodista lo apunta y lo dispara en lo suyo: el documento, el reportaje, el traerse de un tirón un pedazo de la historia de los verdes para servirlo a toda marcha. La historia de los verdes; casi nada…
La historia de un equipo que tocó techo—como en esta primera Copa del Rey—y suelo—con aquel peregrinaje en vagones de tercera—haciendo suyo, propio, el grito masoquista del “manquepierda”. Un grito–¿casualidad también?—que tanto le cuadra por destino a esta tierra tan suya y tan nuestra.
Porque lo primero que salta a la vista son las casualidades –¿casualidades?—de estos colores, de este club, de esta afición, de esta particularísima forma de entender la vida. Llévele cohetes al campo y verá lo que tardan los verdes en cerrar la noche en tormenta. Llévele aires de fiesta y verá lo que tardan los verdes en descompasarla. Llévele papel de víctima y cariacontecido semblante de tragedia o ridículo y verá… verá lo que es bueno.
Nunca se sabe, ni se supo, ni se sabrá, por dónde van los tiros con este Betis. ¿Embrujo? ¿Le pagamos un tiento a los duendes? ¿Le hablamos del destino? ¿Le cantamos la copla de su idiosincrasia?… En cualquier método lógico que queramos encuadrarlo se nos saldrá de madre y hará de su mundo una ventolera. Cuando se le espera… desespera. Cuando nadie da un duro por él… vale un potosí. Cuando se espera todo… no es capaz de nada. Cuando se presiente el nada…lo da todo. Y al fondo–¿casualidades?—los colores verde, blanco y verde…
La noche del Eurobetis tiene muchos libros por hacer y ha hecho correr ya mucha tinta. En esta carrera de las prisas—el periodismo tiene que trabajar de noche para que usted se desayune tempranito—que vivimos los que tenemos que escribir, es difícil—muy difícil, ¿imposible?—adelantarse a este galgo que se llama Fernando Gelán, porque ya está sentado a la máquina cuando Iríbar se ha ido al punto de penalti y Esnaola—la Virgen del Rocío pegada a un palo—se ha puesto en la línea; porque ya lo tiene casi todo hecho cuando aún no ha salido el primer grito del graderío y la primera bandera a la calle…
Y en estas prisas tiene Fernando Gelán un sprint a prueba de pruebas. Siempre, como en la prórroga de aquella noche, lucha contra reloj: corre, vuela, lo da todo… y regresa a s sitio con el hablar bajo y el nervio pronto. Siempre con un norte; siempre con una idea: el galopar a revienta calderas para llegar por delante. Algunas veces—y muchas—apenas si anda con tiempo de escribir lo que piensa o pensar lo que escribe; y algunas veces—y muchas—ha tenido que sacrificar el arte por la prisa, la confirmación de una noticia por la rapidez de contarla. Oí una vez que trabaja como siete. Y es verdad. Y usted, amigo lector, sabe—tiene que saber—que es así, aunque algunas veces no le guste lo que Gelán le cuente; que a nadie le gusta que le den en el clavo, cuando a ese clavo pensaba agarrarse si pintaban bastos. Muchas batallas las ha ganado después de muchos desmentidos oficiales. Otras–¿es que siempre se tiene que acertar?—las ha perdido…de momento. Hay quien le achaca mucho acierto—muchos aciertos—por tirar a muchos blancos, cuando la munición de la noticia no se le raciona a nadie; hay quien le achaca escribir con ligereza confundiendo—muchas veces—esta palabra con algo muy distinto: el escribir ligero. Hay quien le achaca papel de enredador cuando lo suyo—pienso—es contar, o querer contar, lo que enredan los demás.
Ya lo decía antes: viaja con dos máquinas—escribir, fotográfica—y su polémica. O cae bien, o cae mal. A nadie—que uno sepa—deja igual. Y uno, que lo ha visto correr por muchos campos, ha llegado casi a un convencimiento: nació para esto y por aquí estará mientras no le partan una almohadilla en los ojos o le pongan un monumento al reporterismo contra reloj…
Este libro es el primero de una noche que arrastró historia. Pasará el tiempo y–¿por qué no?—habrá que escribirle más libros a hazañas como ésta. Y si a la hora de las alegrías-en tierra de rivalidades—no ha habido distintos colores, a la hora de los deseos tampoco tiene que haberlas. Uno quisiera, para terminar, pedir muchas copas—unas a las vitrinas blancas, otras a las vitrinas verdes—para una tierra que sabe como ninguna—y no sólo en esta anécdota del fútbol—sufrir y soñar, vivir en la esperanza y no desesperar de la vida, alegrar las penas y ponerle palmas de oro a la apoteosis. Y uno quisiera—y quiere—que estas copas—y no sólo de fútbol—llegaran pronto, muy pronto. ¿Cuándo? Si no puede ser mañana, que sea el año que viene