San Lorenzo de Almagro: un pasado grandioso, de Manuel Sarmiento

En 1981 San Lorenzo de Almagro, uno de los cinco grandes del fútbol argentino, junto a Boca, River, Racing e Independiente, se convirtió en el primero de ellos en bajar a Segunda División. Solo hacía dos años que había abandonado su histórico campo, el Gasómetro de Boedo, al que ya dedicamos otra entrada en un relato de Osvaldo Soriano.
El periodista de AS Manuel Sarmiento rememoró en 1981 la histórica visita que San Lorenzo de Almagro realizó a España en diciembre de 1946 y enero 1947. Una gira que conmocionó al fútbol español, que en esos años vivía aislado de la comunidad futbolística mundial, debido a la segunda guerra mundial primero, y al aislamiento internacional del régimen franquista.
En el sector sudeste de Buenos Aires, entre el Riachuelo y la calle Rivadavia, hay tristezas, penas, sentimientos, pesares deportivos. Algún nostálgico entona “Cuesta abajo en la rodada” que Carlos Gardel universalizó. Más de una lágrima ha rodado por las mejillas del viejo español residente. Los hinchas sanlorencistas se mueren de pena. Yo quisiera estar en el barrio de Almagro, en Boedo, para tratar de animarlos, consolarlos…
Sólo saben decir con rabia, con ganas, con deseo de cumplirlo ¡Volveremos¡ Todo es lógico, natural.
Desde hace unos domingos, el San Lorenzo de Almagro, una de las glorias como club de Argentina, junto con River Plate, Boca y Racing se ha ido a la Segunda División. Las campanas de la cercana iglesia de Santa María suenan como medio ausentes. Es un golpe casi mortal a una formidable institución, a ese San Lorenzo de Almagro que tanto quieren los españoles de Buenos Aires, a ese San Lorenzo de Almagro que tanto enseñó al fútbol español en los días difíciles de diciembre de 1946 y enero de 1947. Este descenso es para el club de Boedo casi como si el maestro Wagner quisiera ponerle música del “Crespúsculo de los dioses”.
Tendría yo que ser un descastado si no escribiese hoy sobre la tragedia deportiva del San Lorenzo de Almagro. Ya saben mis lectores, porque lo proclamo siempre, que aparte cronista deportivo, soy ante todo un gran aficionado al fútbol. Y si llevo el fútbol en la sangre de mis venas, cómo voy a olvidarme del San Lorenzo de Almagro que un día llegó a España y nos enseñó a jugar un nuevo balompié.
Una posición en el campo, que era una perfecta W-M, que cogió en mantillas a los equipos españoles. Recuerdo su debut ante el Atlético de Madrid, en el estadio Metropolitano, donde hizo un fútbol que aquí nunca se había visto. Ganaron por cuatro goles a uno y jugaron con el Atlético como el gato con el ratón.
Unos días más tarde se enfrentó al Real Madrid, también en el estadio Metropolitano. Es necesario aclarar que en aquel tiempo el Madrid jugaba sus partidos en el feudo de su eterno rival, el Atlético. Se estaba construyendo el actual estadio Bernabéu y los madridistas cumplían allí sus partidos de Liga. Era una justa correspondencia con sus rivales “merengues”, ya que en la temporada 1939-40, primera de actividad futbolística tras la guerra civil, el Atlético Aviación, que era el Atlético de Madrid, jugó sus partidos en el desaparecido y coqueto Chamartín. La guerra había dejado inservibles los estadios del Metropolitano y Vallecas, feudos de los “colchoneros” durante tantos años.
Volviendo al San Lorenzo, todos esperaban una nueva derrota madridista, pero no ocurrió así. Hay que explicarlo todo. Y vamos a hacerlo.
Jacinto Quincoces era el entrenador del Madrid. Vio las evoluciones sanlorencistas ante el Atlético y comprendió que no se podía jugar ante aquellos artistas con alegría. Que había que marcarles muy encima, sin dejarles respiro. Cosa que en España apenas se estilaba. Y así aconteció. El Madrid ganó por cuatro goles a uno, pero justo es decirlo, la nieve que había en el campo, el frío glacial y las terribles juergas nocturnas de los argentinos por los cabarets de moda de aquel Madrid de 1946, Pasapoga, Teyma, Fontoria, Jhay, etc, tuvieron mucho de culpa.
Pero yo puedo asegurar que aquel San Lorenzo era una máquina de hacer fútbol.
Era un juego distinto al que se estilaba en España. Por ejemplo, Herrerita, Epi, Germán, Campos, Escolá, Bedmar, etc, eran grandes jugadores. Pues bien, el San Lorenzo era distinto. ¡Dios mío, qué San Lorenzo¡
Baste recordar que en dos partidos que jugaron con dos combinados nacionales, para entrenar a nuestra selección, fueron dos encuentros de fútbol en que barrieron.
En Barcelona, en Las Corts, con Epi, Escolá, Lángara, Herrerita y Escudero en la línea de ataque de nuestro combinado, España marcó cinco goles, pero el San Lorenzo hizo siete. Y en Madrid fue una apisonadora. Seis a uno a un combinado nacional que se vio inútil ante aquella sinfonía de fútbol. En el partido de Madrid, René Pontoni, el ariete del San Lorenzo, marcó un gol a Bañón, que pasará a la posteridad. Bañón, que aún vive en Alicante, puede dar fe de lo que se expone. Fue un gol de esos maravillosos que quedan para toda la historia del fútbol. Y yo comprendo que después de haberles escrito tanto del San Lorenzo, justo es que les diga cómo eran. Creo que es lo natural.
Y bien. El San Lorenzo tenía un portero muy irregular: alto, desgarbado… Se llamaba Blazina. En la defensa, Vanzini y su suplente Crespy, eran los más flojos del cuadro. Tenían solo fuerza. Blasso, el zaguero izquierdo, era, por el contrario, un jugador perfecto. Un defensa que siempre daba la pelota jugada. Pasaba extraordinariamente bien, tenía fuerza, era rápido. Un coloso.
En la línea media había tres tendencias. Angel Zubieta, el maravilloso medio ala del Athletic de Bilbao, era el capitán del equipo y un jugador completo, con una técnica prodigiosa. Vamos, lo que se dice un futbolista perfecto. Grecco, el medio centro, tenía planta y una gran colocación. Colombo, el medio izquierdo, era un jugador vulgar. Mucho empuje, trotón… Desmerecía en aquel conjunto que jugaba un fútbol modélico.
Y al citar al ataque hay que descubrirse. ¡ Vamos, maestro, ataque con música vibrante, con “Tannhauser”, por ejemplo¡
Había tres extremos que alternaban. Imbelloni, la rapidez con técnica depurada, endiablada. De la Mata, un prodigio de finura y listísimo. Silva, el izquierdo, era muy rápido, con un gran tiro. Tenía un defecto, que casi nadie apuntaba por aquellos tiempos en el fútbol argentino. Me refiero a que era zurdo cerrado. En la tripleta central de ataque, Farro, el interior derecho, era el “motor”. Peleaba noventa minutos pero, al mismo tiempo, con calidad para”vender”. El delantero centro, René Pontoni, fue uno de los mejores jugadores del mundo en ese puesto. Era perfecto, lo tenía todo, incluida, claro está, la elegancia. Por último, el interior izquierdo, un monstruo deportivo, era un chico descendiente de italianos. Se llamaba Rinaldo Martino, y nunca se había visto jugar a nadie como él lo hizo en tierras españolas. Era una maravilla. Hacía todo bien. Sensacional.
Cuando estuve en Buenos Aires en uno de mis viajes, traté de verlos a todos. No pudo ser. Con Pontoni, en su pizzería; con Martino, que por aquel tiempo se quejaba de una cadera, en su club; con Zubieta, con el cual tengo buena amistad y le deseo lo mejor, pude estar con ellos. A los demás, les he perdido la pista.
Pero ahora, que sus descendientes, sus sucesores en el club, han bajado a Segunda División, no puedo por menos de haber escrito esto, porque el San Lorenzo de Almagro fue algo más que un equipo de fútbol que vino a España. El San Lorenzo, en realidad, fue una academia que enseñó a jugar a unos cuantos españoles que en aquellos años aún andaban en pañales.
Aunque Faberio creó “Caminito” en el barrio de la Boca, yo, nostálgico siempre, invoco sus estrofas en honor del San Lorenzo y solo pido a la providencia que les devuelva pronto a la categoría que merecen, en la que enseñaron, en la que hicieron escuela. Y que esos gritos desgarrados que se oyen por las calles, plazas y tabernas de Boedo, esos patéticos ¡Volveremos¡, se cumplan pronto en la luz de un Buenos Aires querido, envuelto en las notas nostálgicas de un tango arrabalero.
San Lorenzo ¡vos tenés que volver¡
Fuente: Manuel Sarmiento en AS 16 de diciembre de 1981