Sánchez Mejías, figura deportiva, de Antonio Olmedo
El 11 de agosto de 1934 en la plaza de toros de Manzanares Ignacio Sánchez Mejías sufrió una cornada en el muslo derecho del toro Granadino. Trasladado a Madrid falleció dos días después.
Se iba así uno de los grandes genios del primer tercio del siglo XX. Hombre polifacético, escribió obras de teatro, presidió la Cruz Roja, pilotó aviones, fue jugador de polo, promovió la idea de un aeropuerto para Sevilla, etc, y fue presidente del Real Betis Balompié. Además de codearse con toda la intelectualidad de la Generación del 27.
Impulsó de forma decisiva al club verdiblanco desde que llegó a la presidencia en mayo de 1928, destacando su aspecto social y económico. Remodeló el campo del Patronato, dotándole de una espléndida tribuna cubierta, ampliando su capacidad y dotándolo de toda una serie de instalaciones auxiliares, como almacén, botiquín, vestuarios, etc. Fue también el impulsor del Frontón Betis y dotó al club de una sede espléndida en el centro de la ciudad, en la calle Muñoz Olivé.
Puso las bases del gran conjunto deportivo que destacó poderosamente a comienzos de los años 30, siendo nombrado presidente honorario cuando abandonó la presidencia efectiva al final de la temporada 1928-29.
En 1934 decidió reaparecer en los ruedos , de los que estaba ausente desde 1927 cuando se enfrentó a los empresarios taurinos. Había tomado la alternativa en Barcelona en 1919 a la edad de 28 años. 15 años después murió después de una vida intensa desde todos los puntos de vista.
A su muerte Federico García Lora compuso uno de los más bellos poemas jamás escritos, en su Llanto: «Tardará mucho tiempo en volver a nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura…»
El periodista sevillano Antonio Olmedo se hizo eco de su fallecimiento en este artículo aparecido en el semanario deportivo Campeón el 19 de agosto de 1934.
Los toreros, como lo fue Ignacio Sánchez Mejías, tienen del toreo un concepto deportivo, que excluye, en el momento de la práctica cualquier otro fin. Se recrean con la burla de la muerte, sin otra pretensión durante el arriesgado juego, que el logro de un trofeo, instantáneamente forjado y deshecho al tiempo, de la entrega, que es el aplauso de la multitud, siempre admiradora del gesto de gallardía.
Ignacio, en la tauromaquia, fue todo un deportista. Las peligrosas fintas de la esgrima que practicara en persistente duelo con la muerte misma, no eran sino manifestaciones de carácter deportivo, que dibujaron con trazos permanentes la silueta única del torero.
Por eso, Ignacio, llenó el paréntesis que abriera en su vida de lidiador, con una actividad febril a tono con su dinamismo ingénito, en el mundillo futbolístico.
Sánchez Mejías, supo al tiempo de iniciar su eclipse taurino, que un club de fútbol sevillano languidecía por desasistencias, pese a los derroches valerosos de sus jugadores, a quienes las más de las veces bastaban sus arrestos varoniles para la consecución de triunfos sobre antagonistas más cualificados. Estos muchachos eran los de del entonces Real Betis Balompié, designados por la afición popular con el sobrenombre de “Los machos”. Quizás Sánchez Mejías había encontrado en tal designación la identidad de fines entre las prácticas de aquellos futbolistas y las de profesión tan arriesgada como la que acababa de abandonar temporalmente. Y se dio por entero a la causa del Betis, que bajo los dictados, Ignacio cultivó siempre el imperativo, de su presidencia había de alcanzar rango y honores.
A la iniciativa de Sánchez Mejías, secundada entusiásticamente por sus leales colaboradores, los señores Alfonseca y Cuéllar, debe el Betis la reforma y ampliación del campo, al que da grandeza el graderío cubierto emplazado en lugar de aquella modesta caseta y de aquellos embriones de tribuna coronados por insuficientes palquitos. El Frontón Betis, obligado a tributar al Club, es también obra de Ignacio, quién además bulló por Federaciones y Sociedades, hasta lograr el reconocimiento para la suya de la categoría correspondiente a su prestigiosa historia, derecho hasta entonces siempre discutido y más de una vez negado.
Ignacio, que jamás supo de cosas pequeñas, intentó la realidad de un proyecto magno, cuál era el de adquirir para el Betis todas o la mayoría de las figuras que durante el año 1929 pusieron tan en alto el pabellón español en las pugnas internacionales iniciadas con aquel memorable partido España-Portugal, celebrado el 17 de marzo para inaugurar el hermoso estadio de la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Millares de duros tuvo dispuestos para el caso, y cuando el proyecto se había estrellado contra los cantiles de la legislación futbolística, aún persistía en el intento sin darse por fracasado.
Y luego fue el Betis finalista en la Copa de España, y al llegar el trance con aquella idea, repetía su frase que a los no iniciados podía parecer incongruente: “¡No ha hecho falta¡ ¡No ha hecho falta¡…”
Ignacio, mientras vivió, podía ser difícilmente dominado; nunca vencido.
Cuidó también otro aspecto de la vida del Betis: el social. En la calle de Lombardos, o de Muñoz Olivé, hubo de fundar la Casa bética, que fue uno de los casinos más concurridos de la ciudad, y base para la formación de un nutrido y selecto plantel de “hinchas”.
Su finca de Pino Montano fue escenario suntuoso de fiestas en honor de los más calificados clubs visitantes; cultivó amistades de primates del fútbol, de árbitros, de entrenadores, y así consiguió, con ello y con los triunfos del equipo, que el Betis se abriese paso hasta el lugar preeminente donde actualmente se mantiene. Pero el impulso lo dio Ignacio.
Hoy, los colores blanquiverdes del Betis Balompié están enlutados bajo un velo de crespones negros. Es que Ignacio Sánchez Mejías, su presidente de honor por méritos inigualados, ha caído definitivamente cuando practicaba el más arriesgado de los deportes.