Se ha ido un hombre, de Emilio Vara.

El 17 de abril de 1978 en la Hoja del Lunes el periodista Emilio Vara, todo un veterano en este terreno, dedicaba esta columna en su sección Trazos a Manuel Simó Mateos, quien había fallecido tres días antes después de una larga trayectoria al servicio del Real Betis Balompié.
Emilio Vara nos cuenta sus inicios en el periodismo en el año 1944 de la mano de otro personaje fundamental como Gil Gómez Bajuelo y cómo éste le presentó a Manuel Simó en la secretaría bética entonces ubicada en la calle Sierpes.
A partir de esa tarde de agosto de 1944 se fue forjando una relación de amistad, respeto mutuo y colaboración que pervivió durante mucho tiempo, y a la que Emilio Vara rinde su homenaje en este artículo. Relata algunas anécdotas recogidas de Manuel Simó y desgraciadamente, como él mismo dice, por falta de espacio y tiempo, nos dejó de transmitir todo lo que de Simó aprendió.
También recalcar que el periodista comete un error al ubicar el fichaje de Eduardo Sobrado en la campaña 1953-54, en la que el Betis salió de la Tercera División, cuando realmente Sobrado llegó al Betis en la temporada 1955-56.
Por último, señalar que Emilio Vara termina el artículo afirmando que recordaría a Manuel Simó mientras viviese. Rescatando su artículo póstumo de 1978 volvemos a recordarlos a ambos, a Manuel Simó y a Emilio Vara, fieles testigos de una época ya pasada…
Sí, se nos ha ido un hombre. Un hombre en toda la extensión de la palabra. Un gran hombre. Un caballero en su vida particular y en sus relaciones humanas, y un caballero también del deporte. Se nos ha ido Manuel Simó.
Era una institución en el Betis, a cuyo club le dedicó toda su vida como secretario general del mismo, viviendo con él, con hidalguía y sin perder jamás su estilo señorial, momentos de alegría y momentos amargos. Manuel Simó siempre estuvo en su puesto y en todo momento laboró por el engrandecimiento de su Betis, no sólo en las conquistas deportivas, sino también en las relaciones sociales. Él supo estar siempre al quite para todo y obrar en todo instante para el bien del club.
Recuerdo el día que me lo presentaron, allá por el año 1944, cuando yo, siendo un chaval, en estudiante de Químicas, iba a iniciar mi carrera periodística en el diario FE y en el semanario Tanto. Ha llovido mucho ya desde entonces y no olvido aquella tarde de declive del verano, en los últimos días de agosto del 44, cuando en la secretaría del Betis, que estaba entonces en el piso principal de una casa de la calle Sierpes, donde en la actualidad hay en el bajo una conocida óptica, frente a aquel célebre puesto de refresco de Dolorcitas que ya no existe; no olvido aquella tarde, repito, en que el gran periodista sevillano, maestro de la crítica deportiva, Gil Gómez Bajuelo, “Discóbolo”, desaparecido igualmente ya hace muchos años, me puso delante de Manuel Simó y me presentó como el muchacho que iba a empezar a escribir de fútbol y tendría que ir con frecuencia a verlo para que me diera “noticias”. Manuel Simó me acogió desde el primer momento con esa enorme cordialidad que le caracterizaba y fue desde entonces, para mí, el mejor amigo que tuve en el fútbol sevillano.
Manuel Simó fue quien me presentó posteriormente al primer entrenador del Betis a quien yo hice mi primera interviú periodística, Solé, y Manuel Simó fue quien también me fue poniendo en contacto con los futbolistas béticos y el que me brindó la oportunidad de tener la satisfacción personal de estrechar por primera vez en mi vida la mano de jugadores que habían sido mis ídolos en mi niñez, como los veteranos Peral y Saro, a los que tampoco olvido.
A partir de aquel momento yo fui casi todas las noches a la secretaría del Betis, y allí Manuel Simó me entusiasmaba contándome anécdotas y hechos vividos por él en el fútbol. Con sus relatos, Manuel Simó me fue descubriendo las interioridades del balompié y me fue formando para el mejor desempeño de mi misión. De él adquirí bastante experiencia y tengo que proclamar que él me enseñó a sentir con toda la pasión que se quiera los ideales de unos colores, sin que por ello se deje de respetar, en ningún momento, los del contrario.
Recordar yo ahora las cosas del fútbol que he sabido por Manuel Simó me obligaría a escribir páginas y páginas, para lo que no dispongo en estos momentos, desgraciadamente, ni de tiempo ni de espacio. Pero sí quiero recoger algunas que considero curiosas a estas alturas en que estamos, al borde de la década de los ochenta. Y, así, una de ellas fue la que me contó refiriéndose a lo que le sucedió a Gómez en la temporada en la que el Betis fue campeón de Liga, o sea en los años treinta. Jugaba el Betis en el campo del Patronato contra el Oviedo y míster O´Connell le dijo a Gómez que le vigilara constantemente a aquel legendario delantero centro que se llamaba Lángara. Y Gómez cumplió tan bien al pie de la letra la consigna de su entrenador que, una vez que el Oviedo fue a sacar de banda y se dispuso a hacerlo Lángara, el medio centro bético se pegó al lado del ariete ovetense en la misma línea de banda. Y me contó Simó que Lángara le dijo a Gómez: “Niño, ¿pero es que no me vas a dejar en toda la tarde?”. Y Gómez contestó: “A mí me ha dicho el míster que siempre a tu lado, y tú vas a orinar y yo voy contigo”.
Cuento la anécdota para que vean ustedes que eso de los estrechos marcajes no es tan de ahora como se piensa, sino que ya se practicaba en los primeros años de la Liga.
Otra anécdota del bueno de Simó fue cuando el Betis bajó a Tercera División. Recuerdo que me dijo: “Hemos decidido jugar el año que viene en el grupo del Centro y no el del Sur. Razón, que en el Sur, en Cádiz, en Huelva…nos van a tirar a matar y nos va a costar mucho trabajo volver a subir. Así es que nos vamos a jugar con el Talavera, Badajoz, Valdepeñas… y en un año, a Segunda otra vez”. El bueno de Simó se equivocó, porque el Betis se llevó siete años en Tercera.
Manuel Simó era una historia viviente del Betis. Y con el Betis tuvo sus satisfacciones y sus horas amargas, sintiendo en su ser las vicisitudes por las que ha atravesado el club. Parece que lo estoy viendo el año en que el equipo consiguió salir del pozo de la Tercera División, cuando fichó a dos viejas glorias del fútbol español que venían al Betis ya de vuelta de todo y le dieron al club un gran rendimiento, contribuyendo a su ascenso. Me estoy refiriendo a los fichajes de Eduardo Sobrado y Sabino Barinaga. “Emilio, el Betis vuelve por sus fueros”, me dijo. Y en efecto, el Betis retornó a la Segunda División en 1954 y a partir de entonces se inició su resurgimiento hasta escalar de nuevo primeros puestos en el fútbol español, con un título de Copa recién conquistado y la aportación de valiosos jugadores a la selección española.
Pero, insisto, por encima de las vicisitudes, por encima de las alegrías y de los sinsabores, lo que siempre había en Simó era un ejemplo constante de lealtad y entrega total a los colores de un club, junto con el trato exquisito, correcto y señor para con todo el mundo, lo que era otra forma de laborar también eficazmente por el Betis.
Por eso era querido, admirado y respetado por todos. Por eso su presencia en la secretaría era una garantía de buen tacto y eficacia, sin olvidar el acierto de su labor, de tantos años, de contacto directo con los árbitros que venían a realizar su misión a Heliópolis, a los que trataba, pasara lo que pasara en el terreno de juego, de una forma ejemplar. Por todo esto Manuel Simó era Manuel Simó y por ello su muerte ha sido sentida por todos como algo que se nos ha ido dejando un vacío tremendo muy difícil de cubrir.
Yo quiero testimoniarle con estas líneas el homenaje póstumo de despedida que merece el hombre que supo ser siempre, en todo momento y en todo lugar, un amigo noble y leal, a la vez que un caballero en todos sus actos. Yo quiero testimoniarle a Manuel Simó, una vez más, todo el cariño, toda la admiración y todo el respeto que me inspiró siempre su persona.
Y le digo sinceramente, de todo corazón, que lo recordaré mientras viva. A hombres como Manuel Simó no se les olvida jamás…