Soladrero, Pancho Villegas y Arrigorriaga, de Manuel Sarmiento

El 17 de octubre de 1976 fallecía en San Sebastián Enrique Soladrero Arbide, jugador bético de los tiempos gloriosos de la década de los años 30.
En el diario deportivo AS el periodista Manuel Sarmiento Birba le dedicó este artículo tres días más tarde, aprovechando también para recordar a otro jugador de los años 40 que también falleció esos días, Pancho Villegas, argentino que pasó por el Sevilla con más pena que gloria.
Y también rindió un homenaje al pueblo natal de Soladrero, Arrigorriaga, muy cercano a Bilbao, aprovechando para recordar el día 3 de mayo de 1935 cuando en Lisboa ante Portugal se alinearon los dos grandes futbolistas del pueblo, Enrique Soladrero y Simón Lecue. Ese día en un amistoso que terminó con empate a 3 se alinearon: Eizaguirre (Sevilla); Areso (Betis), Quincoces (Madrid); Cilaurren (Athletic), Soladrero (Oviedo), Lecue (Betis); Vantolrá (Barcelona), Regueiro (Madrid), Lángara (Oviedo), Iraragorri (Athletic) y Gorostiza (Athletic). Un auténtico equipazo.

Las noticias que el pasado domingo, muy de madrugada, nos llegaron por los teletipos eran doblemente dolorosas. Una procedía de San Sebastián. En la misma se decía que Enrique Soladrero Arbide, un hombre muy conocido del fútbol español, acababa de morir en dicha ciudad. Otra venía de Méjico, Distrito Federal, y decía que Pancho Villegas también había muerto en la capital del país azteca.
Enrique Soladrero Arbide fue un gran valor de nuestro fútbol en los años anteriores a nuestra guerra y aún después. Internacional y formidable jugador en el Betis, de Sevilla, en el Real Oviedo y en el Zaragoza.
Pancho Villegas ya es menos conocido para nuestro fútbol. Fue un futbolista argentino que estuvo enrolado en el Sevilla en los años de 1942 y 1943. En una época tan añorada por nosotros, pese a tantas dificultades, en los días en que éramos unos verdaderos hinchas del fútbol. Tiempos en que Martín era una gloria en el Barcelona. Epoca en que Panizo hacía el mejor fútbol que se recuerda en San Mamés, con el de Josechu Iraragorri. Tardes de Vallecas, donde Paco Campos hacía auténticos arabescos. Años, en suma, cuando Herrerita y Emilín eran una doble fortaleza en el Oviedo. Héroes futbolísticos que ni siquiera conocieron ni oyeron mencionar tantos “pontífices” que hoy hablan y charlan, más charlar que hablar, de fútbol. Sí; aquel escorzo de César, la finura de Pepe Escolá, la velocidad de Epi o el bien hacer de Chus Alonso…
Tengo que escribir más de Enrique Soladrero. Porque fue mejor, más constante, internacional y una estrella nuestro balompié. Villegas, desgraciadamente, apenas podía hacer nada en Sevilla, teniendo por delante a Raimundo y a Pepillo, no confundir, señores, al Pepillo de aquellos años con el Pepillo de los años sesenta, y cuando el ataque blanco sevillano arrancaba ¡ olés¡ jubilosos en el viejo Nervión. Cuando esa enciclopedia del fútbol que es el actual gerente del Real Madrid, Antonio Calderón, llevaba el fútbol de Sevilla en su alma y era el mejor y más capacitado impulsor de una cantera pródiga en valores sensacionales. Ese Antonio Calderón, de tan irritables reacciones como de corazón generoso y amigo, sabio del fútbol y que aun hoy, a sus muchos años, podría dar lecciones balompédicas con más altura que su añorada Giralda.
Eran años de un buen fútbol, y donde porteros como Martorell, Acuña, Bañón ó Ignacio Eizaguirre eran verdaderas murallas ante sus adversarios. Unos contrarios como Piru Gaínza, que hacía diabluras en las esquinas de San Mamés, dejando en mantillas a tanta ridiculez como existe hoy. Sí, Villegas apenas pudo hacer nada.
Pero Enrique Soladrero fue un gran medio centro. Pasaba bien, era exacto en su juego, abarcaba mucho campo y supo hacerse un sitio en el Betis sevillano con los Adolfo, Peral, Timimi, y en el Oviedo de los Lángara, Herrerita, Emilín, Sirio, Chus, Casuco, etc. Tras la guerra se fue un año cedido al Zaragoza. Cuando Buenavista fue reparado de los destrozos del asedio de Oviedo, volvió a la capital astur y contribuyó a la difícil andadura del Oviedo por la Primera División. Luego, ya con bastantes años, se fue al Zaragoza, y tras una estancia en este equipo acabó en el Calatayud como jugador-entrenador. Fue el adiós hacia San Sebastián, donde ejerció durante años como funcionario del Instituto Nacional de Previsión. Ultimamente, jubilado, vivía sus años en la capital donostiarra y hacía sus escapadas habituales a Oviedo, población donde había contraído matrimonio y donde aún mantenía lazos de amistad perdurable con Chusle, Rufo Martínez ó los Rayón.
Soladrero había nacido un 13 de abril de 1913 en Arrigorriaga, ese emporio industrial del papel cercano a Bilbao. Un año, antes que él, en el mismo pueblo, había nacido Simón Lecue. Y lo que son las cosas, un 5 de mayo de 1935, en Lisboa, España empataba a tres goles con Portugal. Y en la línea media, llevando a Cilaurren como compañero, jugaron dos muchachos nacidos en Arrigorriaga. Eran ellos Enrique Soladrero y Simón Lecue. Fue un día bueno para la pequeña población de la vertiente del Nervión. Dos trapaces del pueblo habían jugado por España, hubo más de una juerga en las tascas del lugar y se cantó, por más de uno, aquello de “Arrigorriaga, rediez, tiene la culpa…”
En otro lugar de nuestra edición tenemos un recuerdo gráfico para Enrique Soladrero. Un viejo “león” de nuestro fútbol, que ya ha entrado en la eternidad.
Fuente: Manuel Sarmiento Birba en AS 20 de octubre de 1976