Telmito el miedoso. El hijo de Pichichi, de José Antonio Martín «Petón»
Telmo Zarra es, sin lugar a dudas, el mejor delantero centro del fútbol español en toda su historia. Jugador del Athletic Club desde 1940 a 1955 e integrante de la famosa delantera constituida por Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Máximo goleador de la liga en seis ocasiones, máximo anotador de la Primera División a lo largo de toda su historia con 252 goles, máximo anotador de la Copa en su historia con 81 tantos y máximo anotador de la historia del Athletic con 333 goles. Autor del famoso tanto que derrotó a Inglaterra ( la pérfida Albión, en el lenguaje de la época) en el Mundial de Brasil en 1950. La segunda cabeza más famosa de Europa después de la de Churchill, como se decía de él en los años 50.
Pero además de estas excepcionales cualidades futbolísticas Telmo Zarra era un señor fuera y dentro de los terrenos de juego. Sobre esto nos ilustra José Antonio Martín «Petón» en este artículo, en el que podemos también conocer el orígen del popular cántico del Alirón, con que las primeras décadas del siglo XX se saludaban los numeroso éxitos del club bilbaíno.
Por cierto, y en relación con el Betis, Zarra fue uno de los jugadores a los que intentó fichar Benito Villamarín cuando accedió a la presidencia verdiblanca en junio de 1955.
Telmito el miedoso. El hijo de Pichichi.
Teresita Zazá era una cupletera de ojos verdes que se presentó en el salón Vizcaya de Bilbao en 1913. Tenía un aire inofensivo que, hartas de lagartonas, se ganó el favor de las madres de familia, sobre todo en Buenos Aires donde también era diva.
Entre su repertorio anunciaba un cuplé de los maestros Retana y Aquino llamado “La Canción del Alirón”. Lo de saber que era el alirón tenía para un rato, salvo que fueras un minero de la comarca de Las Encartaciones, pegada al Bocho, y hubieras esperado ansiosamente a que el encargado colgara el sábado en la puerta de la mina un cartel que decía en inglés “All Iron”, dicho en español tal cual está escrito: Alirón.
Significaba que el precio del hierro había subido y también la paga. Los esforzados mineros lo festejaban a gritos: ¡Alirón, alirón¡
La letrilla de La Canción del Alirón terminaba “en Madrid está de moda la canción del alirón…”, pero unos muchachos, apasionados del foot-ball, que estaban en la parte de atrás del teatrillo y conocían la letra, decidieron cambiar ese final e imponer el suyo propio; rugieron aquellos leones de tal modo que la cándida Tersita Zazá aquella noche terminó cantando así: “Empezando por Pichichi, y terminando por Apón ¡Alirón, alirón, el Athletic es campeón¡”. Cuajó el grito y se unió al escudo.
La gloria de Rafael Moreno, Pichichi, el amigo de los goleadores, había empezado a hacerse música antes de que la muerte joven se llevara al goleador allá donde viven los mitos. Unos años más tarde, con la misma música, cambiaron los protagonistas y al alirón le acompañaban otros dos ilustres: “Empezando por Panizo y terminando por Bertol ¡Alirón, alirón, el Athletic es campeón¡”.
Pero entre Bertol y Panizo, alirón, alirón, estaba la sombra de Pichichi. El delantero rojiblanco del que hablamos desde siempre había desbordado por intuición. El balón que tanto le gustaba dominar en driblings insultantes cuando era niño le llegaba ahora, de profesional, para jugarlo a un toque o dos y llevarlo a la red.
De niño, cuando se quedaba hasta las mil y monas en la campa de Munguía, chutándole a uno de sus nueva hermanos, le llamaban Telmito, el miedoso, porque siempre era el mejor hasta que empezaban las patadas. Luego, su hermano, el que volaba de piedra a piedra tras la casa ferroviaria del jefe de estación, llegaría a ser el guardameta del Arenas y Telmito, el miedoso, dejaría el miedo y los regates colgados de una percha en la casa del jefe de estación, su señor padre.
Ya habían salido de Asúa, ya eran unos munguiotarras más, cuando el pequeño empezó a jugar en el Pitaberetxe. Allí fue donde se dio cuenta de que el balón va más rápido que el jugador más rápido, que siempre hay un centímetro que el defensa no domina, un segundo al que el zaguero llega tarde; aprendió que lo más valioso es el gol. De que lo había aprendido se dio cuenta el Erandio y lo fichó; estaba a punto de llegar lo bueno.
Dejaron de llamarle Telmito, el miedoso; era Zarra. Y aunque no quería líos, si había que ir al combate se apuntaba el primero. Y el gol era su amigo. Tanto que un día le llamaron del club de los sueños y allí le presentaron a Pichichi. Allí estaba el goleador de mármol, a la entrada de San Mamés, en aquella tarde suavemente mojada por el sirimiri bilbaíno. El busto de Pichichi, el campeón que ganó la eternidad con 29 años, sonrió sin poder disimular su alegría. Lo supo al verle: Pichichi acababa de conocer a su hijo: Telmo Zarra.
Estamos en 1940 y muy pronto el joven ariete va a conocer el color de la tristeza. Por un error suyo pierde el Athletic la copa del 42, pero arrasa en la temporada siguiente: campeón de liga y copa, máximo artillero, sus hazañas crecerían cada año hasta ganar seis trofeos de máximo goleador para honrar a Pichichi, su amigo. La gabarra victoriosa bajaba el río Nervión.
El apocado pocholín del Pitaberetxe era un nueve de acero que se quedaba con Iriondo y Gaínza tras los entrenamientos para rematar. La segunda cabeza de Europa, después de la de Churchill, salía ensangrentada muchas mañanas de aquelllas oleadas de balones cruzados que Zarra mandaba a las mallas.
Se récord de 38 goles en un solo campeonato nunca fue superado; lo igualó Hugo Sánchez en la mejor temporada del mejicano, con una liga de muchos más equipos.
Su caballerosidad, su bonhomía, fueron inigualables; sólo Gárate se le acercó a lo lejos. Una vez campeón de liga, cuatro de copa, dieciséis años en el Athletic Club de Bilbao, 253 goles en 279 partidos de liga, casi a un gol por partido, 81 en 74 choque coperos, ¡más de uno por encuentro¡, llenó San Mamés y España de partidos memorables. Zarra hizo cuatro goles para pintar de rojo y blanco una final de copa ante el Valladolid. Pero esa no fue su mejor tarde, ni siquiera otra de ese mismo 1950 cuando, a medias con Matías Prats, detuvo la Historia de España con su gol a Inglaterra en el Mundial de Brasil.
Fue grande aquella tarde pero no fue la mejor. Ni siquiera la segunda mejor. La segunda mejor la firmó ante el Depor. Caído en un choque el central Ponte, Zarra eludió rematar para que le atendieran.
Y la mejor… la mejor la firmó en Málaga. El delantero rojiblanco había desbordado por intuición, como casi siempre. Ganó la espalda a la defensa del Málaga y ahí estaba, un solo toque, y superaría al portero para marcar a puerta vacía. Arnau, central malaguista, había sido el último en intentar pararle. En su empuje, el burlado Arnau se golpeó con los tacos traseros de Zarra que ya solo tenía que empujarla. Telmo oyó el grito de dolor del zaguero, miró, paró, miró y envió el balón a treinta metros del gol para que atendieran al compañero caído.
A Telmo Zarraonandía Montoya le enterraron en invierno de 2006 envuelto en admiración. Con sus botas quizá, siempre un número menos para hacerlas con dolor pero ajustadas perfectamente al pié. Quizás también con un botafumeiro de plata, regalo del Deportivo a su deportividad y con la insignia de oro y brillantes el Málaga, regalo a su nobleza.
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Amigo Petón, yo si tengo dudas sobre que Zarra sea el mejor delantero centro de nuestra historia. Para mí lo es Isidro Lángara. Un abrazo
Don Bernardo, un placer recibirle en esta página. Matizar que la calificación de Telmo Zarra como el mejor delantero centro español de la historia no pertenece a José Antonio Petón, sino que la hice yo en la «presentacion» del texto. ¿Zarra? ¿Lángara? Pienso que cualquiera de ellos podría ser calificado como tal. Creo que Zarra tuvo una mayor repercusión en el tiempo porque sus años en activo en España fueron bastantes más. Sin embargo Lángara se vio, en este sentido, perjudicado por sus años de exilio en Argentina. Y eso que allí dejó un recuerdo imborrable por su calidad y su facilidad goleadora, pero en esos tiempos las noticias no circulaban como hoy en día. Otro nombre que apunto a este trono de los delanteros españole es César, cuyas prestaciones tampoco fueron moco de pavo