Teoría del beticismo, de Antonio Hernández
El pasado 7 de septiembre falleció el escritor y poeta Antonio Hernández, de quien hemos publicado en Manquepierda diversos textos periodísticos relacionados con el Betis.
Hoy rescatamos otro texto publicado en Diario 16 Andalucía en febrero de 1993 y en el que expone su particular teoría sobre el beticismo, un tema sobre el que ha reflexionado con frecuencia. En esta ocasión liga el beticismo a su visión sobre la belleza, la añoranza del tiempo perdido y su identificación con idea de Andalucía, vista siempre desde el prisma de la emigración.
Desde que vivo en el centro de Madrid, y ya va para quince años, cuando está a punto de llegar el Año Nuevo lanzo al aire la música y la letra de dos himnos que me saben a gloria: el del Betis y el de Andalucia. Cada Nochevieja nos armamos en casa de almirez, panderetas, castañuelas y zambombas y les respondemos a los vecinos, que son del Madrid y no tienen más bandera que la de España, con la cosa de Gordillo y Blas Infante.
La Nochevieja pasada estábamos eufóricos porque el Betis había cogido la cuesta arriba de la tabla y teníamos la esperanza de que al domingo siguiente íbamos a cantar por lo bajinis el vals que canta su gloria con el equipo en un puesto de ascenso directo a Primera División. Queríamos entrar con buen pie en el noventa y tres de los zurriagazos y, aunque sabemos que una derrota del Betis es algo menos que un triunfo, pero más que un empate de otro club, nos bullía la idea de que sienta bien tomarse las uvas con el ánimo del vencedor. Por lo menos ese día, que es cuando los italianos tiran los muebles por la ventana y los béticos el manquepierda hasta los sótanos del olvido. Después, a la costumbre, o sea, a entreverar el fracaso con el recuerdo de la gloria.
Mi teoría voluntariosa del beticismo es que somos tan afortunados a lo largo de los días de la semana que necesitamos uno de ellos para ser infelices. Decía Goethe que no hay nada más aburrido que una sucesión de días bellos, y a la frase del alemán nos apuntamos en la conciencia de que los vecinos se hicieron del Madrid para tener una jornada de desahogo. Hay quien con un día de éxito pretende llenar toda una semana de desastres, y quien, con toda una semana de satisfacción, se reserva una fecha para seguir recordando que la matriz de la luz es la sombra, de la misma manera que no hay mal que por bien no venga, ni amor al que no bese el llanto.
Digo yo que lo del Betis es como lo de la lotería del Zodíaco, que sólo puede tocar una vez a la semana, pero al revés: como si tocara todos los días menos cuando se juega. La ilusión va por barrios, como la risa y la pena, y en un rincón del barrio de Salamanca una familia de andaluces se viste de ilusión y se pone a cantar lo que más que himno es una añoranza: el recuerdo de que el portal de Belén se encuentra en un pueblo del sur como una grímpola con las franjas verdes del río y el lago dándole escolta central a la blanca central en caserío de cales.
Dijo el clásico que basta que a uno lo sacuda la risa para que se quede desarmado, y esa risa que va por barrios en Nochevieja es el disfraz de la ternura.
Al margen de sentimentalismos, he de decir que las doce campanadas me cogieron enarbolando la bandera andaluza y con la camiseta del Betis calada hasta las cervicales, alternando los himnos con los villancicos, pero también con un nuevo cántico que aprendí en un Madrid-Betis de segunda, por el que nuestra afición puso de manifiesto que ganar es menos importante que reírse. Sucedió que empató el Betis y, mientras todavía las blanquiverdes llenaban la grada de alegría sureña y emigrante, desempató un pelotero de color que jugaba en el equipo contrario. Y el “Ay, mamá Inés, ay, mamá Inés/todos los negros tomamos café” rebotó por l estadio como si el africano fuera de los nuestros. No hay confusión posible—a no ser que se tratara de un homenaje subrepticio al rey mago Baltasar—porque en el cemento del Bernabéu todos éramos del Betis.
Como en esta casa madrileña de Claudio Coello, a la que el último día del año convertimos en un graderío vociferante dando respuesta cantora a quienes creen que el éxito consiste en ganar un partido de fútbol los domingos. El Betis es algo más que un chut y un club, porque a los que andamos lejos de Despeñaperros nos trae en su camisola una geografía que también se concreta rotunda en una seguiriya o en una copa de vino sin remontar. En unos colores. Y eso, más que un éxito momentáneo, es la plenitud que desborda el almanaque o se convierte en almanaque donde tiene sitio la emoción del arraigo. Quizá yo, que no soy de Sevilla, sea del Betis porque en su vitola de duende indisciplinado lo identifico con la imagen de una Andalucía que da la de cal y se le reconoce en todos los sitios menos aquí, ésa que le otorga carácter a España. O que da la de arena y se entera toda la piel de toro. Todavía existen palizas batuecos dispuestos a decir que la cachurra ha venido a visitarnos cuando surge, por ejemplo, un premio Nobel andaluz, y si algo nos sale clamorosamente bien, como la Expo, prefieren difundir el logro catalán, que hasta en Madrid refulge por las paredes a mayor gloria de Barcelona 92. Más de una vez me han entrado ganas de ponerle debajo el resultado adverso: Caja de Ronda 94.
Porque la verdad es que ciertas cosas hay que tomárselas a broma en vista de lo horro de dones con que el personal se presenta impresentable a la hora de entender que quién creó el negocio, originó el ocio; el que luego, vino a engendrar la filosofía. En este caso, la nuestra de comprender cómo tomar el sol a diario es conquista más saludable que engordar sin objeto la cartera, que la eternidad también incluye un presente que se nutre del pasado, o por el contrario que el éxito puede hacer legítimo una monstruosidad como el fin político justifica los medios espurios.
A nuestro espíritu le sienta mejor el espíritu de Séneca que el de Maquiavelo, y preferimos a la inmediatez del éxito fugaz la permanencia de la plenitud, aunque sea como vestigio de un feliz pasado. Hoy es ayer todavía, lo fugitivo permanece y dura o el pretérito persiste como posibilidad de tiempo por venir. Pura dialéctica de lo imaginativo o tres movimientos en uno: el de la ensoñación que neutraliza lo perecedero. Sabiduría de saber que el Edén hizo mutis, dejando estancando se rastro de aroma por el Aljarafe o la vega de Granada. Lo opuesto y lo complementario actuando en todo eso que no tiene explicación y tiene sentido: Andalucía como una queja del Paraíso; el Betis como la derrota que ya hace invencible al que la experimenta. (Por el cante terrible, pero mágico, por los resultados adversos que nunca escalan hasta el desencanto, sino hasta el instante en que fuimos mejores). O como un encantamiento que no quiere cederle el paso a la realidad, que es chata y fea.
Mejor así. Porque será la única forma de que la próxima Nochevieja, como en la anterior y en la otra y en la otra, me tome las uvas en Madrid sin haber salido nunca de Andalucía.