Un desempate siniestro en Montevideo, de Alfredo Relaño
En 1967 se disputó la final de la Copa Intercontinental entre el Celtic de Glasgow y el Racing Club de Avellaneda.
El Celtic había sido el primer equipo no latino que ganó la Copa de Europa, sucediendo en el palmarés a Real Madrid, Benfica, Milan e Inter. En la final disputada en Lisboa se impuso sorpresivamente al gran favorito: el Inter de Helenio Herrera. Antes había eliminado a Zurich, Nantes, Vojvodina y Dukla de Praga, para derrotar a los italianos por 2-1 con tantos de Gemmell y Chalmers.
El Racing Club había ganado la Copa Libertadores frente al Nacional de Montevideo, después de sendos empates a 0 y que condujeron a un partido de desempate en Santiago de Chile, donde los argentinos vencieron 2-1.
El 18 de octubre en Hampden Park ante 103.000 espectadores el Celtic se impuso 1-0, mientras que en la vuelta el 1 de noviembre en el estadio Presidente Juan Domingo Perón con 120.000 espectadores el Racing vencía 2-1.
Se hizo necesario un tercer partido, el que se jugó en el Estadio Centenario de Montevideo ante 65.000 espectadores, y en el que los argentinos vencieron 1-0.
Pero lo que hizo atípica esta final fue el clima de violencia que se desarrolló en el terreno de juego entre argentinos y escoceses.
En su obra «365 historias del fútbol mundial que debería saber» el periodista Alfredo Relaño rememora esta final, de la que hoy se cumplen 45 años.

El Celtic de Glasgow, que entrenaba el célebre Jock Stein, había sido el primer equipo no latino en ganar la Copa de europa. Era un equipo formado por escoceses, de Glasgow o alrededores, y con una personalidad muy marcada. Jugaba con una geometría variable, alterando la táctica según las necesidades del partido, pero en todo caso atacando con muchos y defendiendo con muchos.
Ganó la final en Lisboa al temible Inter de Helenio Herrera, si bien es verdad que en este partido a los italianos les faltaba su mejor jugador, Luis Suárez, al que sustituyó un tal Bicicli, jugador menor.
La victoria le dio paso a disputar la Intercontinental, contra el Racing de Avellaneda, y fue tremendo. En el Racing había algunos jugadores célebres, como el meta Cejas, Perfumo, el Coco Basile, Cárdenas y Maschio, pero era un equipo entregado a la violencia, como muchos de los suramericanos de aquella época previa a las tarjetas amarillas. Se había extendido además en ese tiempo una profunda antipatía por parte del fútbol platense contra Europa, y particularmente contra Inglaterra, por los sucesos ocurridos durante la Copa del Mundo de 1966.
El partido de ida, en Glasgow, el 18 de octubre, lo arbitró el español Juan Gardeazábal, que a duras penas pudo sacar adelante el choque. Jock Stein se lamentó amargamente de la forma en que había sido golpeado una y otra vez su pequeño y habilidosísimo extremo Jimmy Johnstone. La vuelta, el 1 de noviembre, en Buenos Aires, ya fue un horror. Antes de empezar el partido el meta titular del Celtic, Ronnie Simpson, fue alcanzado por un objeto que le produjo una fuerte brecha. Tuvo que jugar en su lugar John Fallon. El Celtic se adelantó, con un penalti transformado por su gigantesco lateral, Gemmell, que tenía una pegada tremenda. Pero el Racing, a base de dureza, intimidación y también fútbol, consigue darle la vuelta al partido y ganar 2-1. De nuevo Johnstone fue golpeado una y otra vez, y llegó a ser alcanzado por una botella de cerveza cuando era atendido por los servicios de asistencia fuera del campo.
Entonces aún no se concedía un valor preferente a los goles marcados fuera de casa, por lo que había que jugar un partido de desempate. Se fijó para tres días más tarde, en Montevideo.
Y aquello ya no fue fútbol, sino un ultraje al fútbol. Según los cronistas, toda intención de jugar al fútbol fue abandonada, sustituida por mañas propias de una pelea de bar, con los jugadores golpeándose inmisericordemente unos a otros. Johnstone resultó seriamente lesionado. Cinco jugadores, tres del Celtic (Lennox, Hughes y Auld) y dos del Racing (Basile y Rulli), fueron expulsados. Sorprendentemente, Auld y Rulli se negaron a abandonar el campo, y el árbitro, el paraguayo Osorio, desbordado por los acontecimientos, se lo consintió.
En el minuto 32 de aquella refriega de patadas surgió un tiro milagroso, obra del Chango Cárdenas, que se coló por la escuadra de Fallon (Simpson aún no estaba repuesto de su herida de Buenos Aires) y fue el gol de la victoria.
El Celtic, avergonzado por la conducta de sus jugadores, les impuso una multa de 150 libras a cada uno. Por el contrario, el Racing de Avellaneda regaló a cada uno de sus jugadores un coche.
