El verano que marcó mi rumbo

Recuerdo que fue un verano de lo más caluroso. Aún no se hablaba de Cambio Climático, ni mucho menos. Y si se hablaba, mi cerebro no alcanzaba a entenderlo. Pasaba los días pateando a un balón en una plaza donde siempre rondaba algún malhumorado. De esos, los hubo hasta que colgué las botas.

Por aquel entonces, había pocas cosas en mi mente. Después de pasar un año aburrido en el colegio, jugar era mi entretenimiento. Bueno, y todo lo que tuviera que ver con el Betis. Por eso, recuerdo especialmente un día.

Mi memoria, caprichosamente, guarda algunas cosas de aquel momento. Yo ya tenía ocho años pero en mi pequeña ciudad del extrarradio de Madrid y con una tradición tan poco apasionada por el fútbol, lo mío por el Betis era de lo más raro. Pero hice una promesa.

Años antes, más con instinto que con la cabeza fría, marqué mi senda con el verde y blanco. Mi padre me dijo: “si eliges al Betis, será para siempre. No puedes cambiar”. Y las consecuencias de mi impulso siguen hoy vivas y como parte de un sexto sentido.

Pero aquel verano del que os hablaba fue quizá el mejor de cuantos he vivido. Para mi cumpleaños, en pleno agosto, mi abuelo junto con mis padres pensaron. Regalemos Betis. Y eso hicieron.

En el Madrid de entonces había pocas tiendas de deportes con equipaciones del Betis, así que imagináos lo que costaría en una Villa del sur de Madrid. ¡Pero lo encontraron! No sé cómo, pero lo hicieron. Y fue abrir ese paquete con la indumentaria del Betis y volverme loco para siempre. Debió de ser algo así como: “Ahora sé que seré del Betis para siempre”.

Aquel regalo, la camiseta de Kappa de 1994, sus pantalones y medias, me hincharon el alma. Seguramente uno de esos momentos que me pasarán ante los ojos antes de marcharme de este mundo.

¡Pero había más! Las blancas y relucientes botas con las que conviví años, y aquellos números que observaba como un loco mientras mi madre los cosía. Desde ese mismo instante, en que cogí la indumentaria, mi balón (del Arsenal, por cierto ¿?) y mis botas blancas y comencé a patear balones, mi pasión por el fútbol, y el Betis, no fue sino en aumento.

Esa indumentaria me acompañó casi una década. Curioso, con lo que crecemos de niños de un día para otro. Incluso, alguna torcedura de tobillo hubo por llevar botas de tacos de goma altos a todas partes. De paseo, al colegio…

Llegó un día en que esa indumentaria, le fue legada a otra persona. Era uno de mis recuerdos. De hecho, el más importante hasta la fecha, seguramente. Pero hubo alguien que lo necesitaba más que yo. Hasta habrá servido para afiliar a más buena gente al sentimiento bético.

A mis casi 25, aún recuerdo con nostalgia todos los momentos que pasé con la equipación del Betis, con Alfonso a la espalda. Y me da por pensar: ¿Será por eso que el fútbol es mi vida? ¿Será por eso que escribir Betis me da un vuelco al corazón? ¿Será por eso que Alfonso siempre será mi mayor ídolo? ¿Será por eso que aún confío en los sueños?


Comentarios

Una respuesta a «El verano que marcó mi rumbo»

  1. Muy emotivo el relato, mi primera camiseta fue dle 1992 y aun la conservo como algo preciado. La verdad que ser del Betis es algo misterioso, muchas veces nos hacemos béticos sin ser sevillanos, sin saber siquiera por qué nos sentimos atraidos hacia el equipo. Pero es que somos béticos sin saberlo hasta que descubrimos la filosofía del manquepierda, el amor por los colores, es algo inexplicable pero pasa. Yo soy gaditano y aunque quiero a mi Cádiz, no es el amarillo el que llena mi corazón sino el verde y blanco desde muy pequeño. Soy andaluz y lo tengo más cerca eso sí, pero no importa de donde somos, los béticos nacemos donde nos da la gana. Un saludo

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