CONTRACRÓNICA | Histeria
Histeria, dícese del estado de intensa excitación nerviosa, provocado por una circunstancia o una situación anómala, en el que se producen reacciones exageradas y que hace que la persona que lo padece muestre sus actitudes afectivas gritando. Como segunda acepción, definiremos histeria como estado que lleva al bético a perder la paciencia a las primeras de cambio fruto de la incertidumbre y el engaño generado durante los diez últimos años. Nerviosismo, dudas. Incluso pitos. Los fantasmas del pasado volvieron al Villamarín durante una calurosa noche de agosto, aunque en un estadio frío. Maldito pasado.
Impaciencia. El bético ya no quiere esperas. Reclama identidad. Añora sentirse identificado en su equipo desde las gradas. Jornada dos y nadie ve más allá del 6-2 encajado en el Camp Nou y un pobre empate ante el Deportivo. ¿Realmente hay que sacar ya conclusiones?
Calma. Faltó ayer en un Villamarín enfurecido, más aun si cabe tras la rueda de prensa de Gustavo Potet: «No entiendo los pitos del final», manifestaba el uruguayo, sorprendido con la crítica de una afición que, siempre soberana, ha vertido a las primeras de cambios en el nuevo proyecto deportivo.
Se poblaron las gradas de un estadio que se presentaba con lavado de cara. 35.000 fieles a pesar de las fechas apoyaron a un equipo que, ayer si, mostró algo de intensidad, aunque escasas ideas en el terreno de juego. Vertical, con presencia en la zona de tres cuartos, aunque sin apenas criterio y muy blando de cara a portería. Daba la sensación de tener más corazón que cabeza ya que la sala de máquinas no carburó. Felipe Gutiérrez y Fabián no lograron mover a un equipo sostenido por un inmenso Petros y donde todo el peligro cayó en las botas de Durmisi y Sanabria.
Seguro atrás y bien plantado, el Deportivo lograba hacer daño por los laterales, aunque las estadísticas hablan por sí solas: trece córners de los verdiblancos. Tan sólo dos de los gallegos. Pese a ello, la afición vio motivos de sobra para verter la primera gran bronca de la temporada. El hecho de que el equipo no lograra encontrar fluidez en su juego y en sus líneas provocó el primer incendio en las gradas, que la tomó especialmente con Gustavo Poyet. La afición ya venía crispada con el técnico verdiblanco tras sus declaraciones en Barcelona, aunque el empate y la pobre imagen en el Villamarín desataron la ira de casi todos.
El pasado volvió a pesar una vez más en las gradas. Tantos años de dudas y miedos hicieron que la afición verdiblanca explotara a las primeras de cambio. Tras una pretemporada concluida con sensaciones cuestionables, ello se plasmó ayer sobre el césped del Villamarín, un estadio que vio cómo su equipo volvía a ofrecer algo parecido a lo de la pasada temporada. Ello llevó a que el nuevo proyecto se ponga en cuarentena, se coja con alfileres. La ilusión daba paso a la histeria demasiado pronto. Quizá dentro de seis o siete jornadas sea el momento de pedir explicaciones. O quizás esta situación, con calma, de un giro de 180 grados. Tiempo.