Esnaola: los mitos nunca se marchan, por Antonio Araujo
Hoy les voy a hablar de José Ramón Esnaola Larburu. Y lo va a hacer una persona que nació un año después de que el “Gorriti” se retirara en el club donde ha permanecido la friolera de cuarenta años. O lo que es lo mismo, no tuve nunca la fortuna de verlo en directo defendiendo la meta verdiblanca. Por eso mis palabras tomarán cuerpo de leyenda, precisamente lo que es el vasco en la más que centenaria historia del Real Betis Balompié. Leyenda porque lo que conozco de él ha sido a través del relato, sí, ese bien preciado de todo bético que se precie a través del cual uno se imagina de la misma forma el recibimiento a los campeones del 35 que a los aficionados intentando ir en barca al Municipal de Heliópolis en la riada del 61. No hay mayor tesoro que vivir y sentir las trece barras a través de las palabras de un abuelo, una madre o un hermano que tuvo la suerte de vivir lo que, por ley natural, uno no pudo.
El otro día comentaba nuestro protagonista que el cincuenta por ciento de los que hoy estarán en el Villamarín hoy no lo habrán visto jugar nunca porque hace veintiocho años que no estaba en la portería y que si le tienen cariño será porque sus padres les habrían hablado bien de él. Y sin quitarle una pizca de razón, José Ramón debe saber que ese porcentaje es del cien por cien de los béticos que no recuerdan un Betis sin Esnaola. Ya sea como portero, entrenador de los diferentes equipos o formando y haciendo mejores a los diferentes guardametas que han pasado por la entidad. Qué cosa más difícil imaginar un Betis sin él. Pensar en un Betis sin ese héroe –visto en VHS, CD y ahora Youtube- de la tanda de penaltis que llevó al club a conquistar la primera Copa del Rey siendo más Betis que nunca, sin el mejor guardameta sacando a bote pronto del planeta fútbol, sin una persona que cayó, cae y caerá bien tanto a béticos como sevillistas, sin el futbolista con más partidos con las trece barras de la historia, sin uno de los máximos exponentes del primer EuroBetis, sin el portero –con mayúsculas- contemporáneo de varias generaciones de béticos o, simplemente, sin la imagen de Esnaola saltando al terreno de juego en un trofeo Ciudad de Sevilla.
Hoy se despide del Villamarín un inmenso profesional y un hombre fiel, honrado y modesto. Todas y cada una de las personas a las que he preguntado por él coinciden plenamente en esas virtudes y le desean lo mejor.
Los mitos, aun despidiéndose, nunca se marchan. ¡Gracias José Ramón! ¡#GraciasEsnaola!