Manolo Preciado, el fútbol como siempre debió ser
“Ni antes éramos el Milán ni ahora somos la última mierda que cago Poncio Pilatos». Por soez y chocante que pueda parecer, la frase que lanzó en rueda de prensa Manolo Preciado (El Astillero, 1957) define muy bien cómo fue en todo momento su personalidad: Afable, directo y carismático.
Por eso, la noticia de su muerte esta madrugada, tras sufrir un infarto a sus 54 años, ha conmocionado el fútbol nacional. Y si se le quería tanto era porque ese trío de adjetivos, afable, directo y carismático, formaba parte de su ADN. Era la humanidad del fútbol.
En Manquepierda no vamos a ser oportunistas. No vamos a evangelizar al técnico. Es más, no le haría ni puñetera gracia. Manolo Preciado siempre fue una persona de fútbol, pero no de cualquier tipo, sino del de verdad. Como buen cántabro, siempre tomaba el toro por los cuernos y a la verdad, por su nombre. Por eso, entre otras mil cosas, era tan querido por todos.
El mundo ya está lo suficientemente pervertido de adornos como para andarnos con rodeos y Preciado decía lo que pensaba, cuando lo pensaba. Genio y figura hasta la sepultura, pese a algún roce con Mourinho.
Ese carisma le permitió llegar al Sporting de Gijón en 2006, tras pasar por el Gimnástica de Torrelavega (1995/96), Racing de Santander B (2000/01), Racing de Santander (2002/03) y (2005/06), Levante (2003/04) y Murcia (2004/05). Siempre con su filosofía de vida a cuestas.
Una filosofía que jamás perdió: “Cuando murieron mi mujer y mi hijo tenía dos opciones. Tirarme de un puente o seguir adelante. Decidí lo segundo”.
Asturias, la rojiblanca y la azulona, juntas, le recordarán siempre como un maestro del fútbol. Su llegada a Gijón despertó la magia que la entidad tenía. Lora, Canella, Botía, son sólo algunos de los hombres que Manolo Preciado transformó en pilares del equipo, campaña tras campaña, hasta su reciente adiós. Siendo el segundo entrenador con más partidos (232), tras José Manuel Díaz Novoa (282). Seis años rojiblancos.
Preciado, como persona del fútbol puro y apartado de los artificios mediáticos modernos, cambió el fútbol del Sporting de Gijón. Desde un fútbol gris, con poco aporte al fútbol, se avanzó a la solidez defensiva como punto de partida para dar la campanada, cuando la ocasión lo permitía.
Así fue como el míster logró que el Sporting fuera un clásico de La Liga, año tras año. Fácil de decir, difícil de conseguir. ¿Cuál sería la clave? Sinceramente, no lo sé.
Pero sí tengo una hipótesis. En su etapa como futbolista, era carismático, aguerrido y directo, y eso debió de transmitir siempre a sus pupilos. A pesar de ser un defensa central experto en provocar penaltis, Preciado enamoró al Racing de Santander, del que salió.
Me recuerda al ‘fenómeno Puyol’. El catalán se parte la cara por defender su zona, sus colores y su Selección. Nadie lo duda. Algo así, salvando las distancias, era el defensa Preciado.
No voy a hablar de sus logros. Para eso queda Internet. Porque Manolo Preciado fue, durante más de 35 años, el símbolo del esfuerzo, del trabajo y el sacrificio del norte, mal que le pesara a quien acabó con su etapa en Gijón. Manolo Preciado fue la definición del concepto fútbol hecho carne y hueso: Esfuerzo, trabajo, sencillez, humildad y sobre todo, cojones.
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Noticia por Miguel Rolle
Periodista Manque la crisis. En busca de la piedra filosofal que me muestre cómo vivir de mi sueño. Hasta entonces, trabajo y esfuerzo son mis lemas, que ya habrá tiempo para dormir cuando el tiempo se acabe.
Un hombre de fútbol. Descanse en paz.