Un minuto menos, una Copa de Europa más, por J.M. Navarro
Un minuto, sesenta segundos, eso es lo que le sobró, al visitante de esta jornada intersemanal en el Villamarín, para ser Campeón de Europa. Sucedió el 15 de mayo de 1974 en el Estadio Heysel de Bruselas. Aquel día nació la leyenda del pupas. Y el Club Atlético de Madrid no se convirtió en el segundo equipo español en alzar la orejona.
Pero, vayamos por partes.
Para empezar, habría que indicar que, en la temporada 73/74, a lo que hoy conocemos como Champions League, solo accedían los campeones de Liga de sus respectivas federaciones. Para continuar, tendríamos que señalar que el sistema de competición era por eliminatorias a doble vuelta desde el primer choque y, para finalizar, que no existían los lanzamientos de penaltis, como método para encontrar vencedor si persistía el empate más allá de las prórrogas.
Los del Vicente Calderón, para llegar al día decisivo, eliminaron a Galatasaray turco, Dinamo de Bucarest rumano, Estrella Roja de Belgrado yugoslavo y Celtic de Glasgow escocés. Enfrente, pugnando por su primer cetro continental en la competición mayor de la UEFA, el Bayern de Munich.
Los bávaros formaron con Sepp Maier, Hansen, Paul Breitner, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Roth, Zobel, Uli Hoeness, Kapellmann y el Torpedo Müller. Nombres, como se habrá notado, clásicos en la historiografía del Fútbol mundial y, en algunos casos, activos aún si bien, obviamente, en otras funciones dentro de la propia entidad roja. Su Mister fue, el gran Udo Lattek.
Los colchoneros, a las órdenes de Juan Carlos Lorenzo, saltaron con Reina, Melo, Capón, Adelardo, Heredia, Luis Aragonés, Eusebio, Irureta, Ufarte, Gárate y Salcedo.
Los noventa reglamentarios concluyeron con las tablas iniciales. A falta de seis minutos, el ex-bético Luis Aragonés puso el uno-cero con un tanto de falta directa, especialidad de la casa. Todo parecía listo para sentencia porque, con lo que quedaba y las sensaciones que transmitían ambos, lo que ponía el tablero parecía definitivo. Entonces sucedió lo impensable. Uno de los centrales extranjeros, Schwarzenbeck, subió la pelota desde su área. Los madrileños esperaban colocados convenientemente cuando, desde su casa, más por amor propio que por convencimiento, quizás como una manera digna de morir dándolo todo, este disparó con más fuerza que precisión. Miguel Reina, padre del speaker de la Roja campeona, se quedó con el molde y el balón se coló junto a un palo.
No dio tiempo para más: habría que recurrir al replay.
Los futbolistas alemanes festejaron como si ya fuesen campeones. La España que tuerce por los colores rojiblancos, observó con infinita tristeza, como los suyos caían al suelo en un anticipo de lo que iba a pasar.
Dos días después, en el mismo escenario aunque solo con veintitrés mil espectadores, los de la ribera del Manzanares iban a sufrir un severo correctivo. Dos goles de Hoeness y otros tantos de Gerd Müller, elevaban al marcador un cuatro-cero tan cruel como injusto. Psicológicamente, los rojiblancos pagaron el hecho de verse con el ánfora romana en sus vitrinas.
Desde entonces, el Atleti, el viejo y gran Atleti, espera su revancha. Le llegará, no nos cabe duda. Así podrá cerrar un palmarés de ensueño.
José Miguel Navarro Barrera

Noticia por Selu Vega
Bético de nacimiento, vocación y pasión. Desde Manquepierda intento acercarme a cada bético que puebla el mundo. Director del grupo Manquepierda.com. Si tienes alguna sugerencia o queja, conmigo puedes hablar. Vivo en Canarias pero tengo el corazón instalado en Heliópolis.