A Antonio Hernández, de Antonio Burgos.

El 29 de marzo de 1992 el Betis disputó su partido de Liga en el estadio jerezano de Chapín, como ya vimos aquí.
La sanción federativa que recayó sobre la entidad verdiblanca obligó al traslado del encuentro, y al desplazamiento masivo de en torno a 15 mil aficionados béticos en una tarde fría y ventosa, que dejaron en taquilla una recaudación de cinco millones y medio de pesetas.
El partido, que concluyó con victoria 2-1 del Betis, metía al equipo en la zona de promoción de ascenso a la Primera División, el gran objetivo del club, inmerso en los terribles problemas económicos que conllevaba la entrada en el Plan de Saneamiento, y la posterior conversión del club en SAD.
Al día siguiente, en las páginas de Diario 16 Andalucía, el periodista Antonio Burgos dedicaba este artículo en su sección El Recuadro, al escritor Antonio Hernández, autor de «La marcha verde», en el que resaltaba la mística del desplazamiento bético a Jerez, divagando sobre la esencia del beticismo en unos momentos tan trascendentales como el club iba a vivir en los meses siguientes.
Querido tocayo y correligionario:
Cero en conducta para usted y otro cero en aplicación para servidor, que nos perdemos las mejores, y esta vez no acompañamos a nuestro pueblo bético por el camino del destierro hasta el estadio jerezano de Chapín donde renació ante el Eibar el espíritu del Currobetis, el Ave Fénix de la estética del campo del Utrera, la filosofía del manquepierdismo.
No iban, Antonio Hernández, quince mil béticos llorando por la carretera, como en el chiste de los gallegos, sino quince mil tocando tambores del Rocío, enarbolando enseñas listadas con las gloriosas trece barras, que sabrás que somos tan masoquistas que la calle principal de nuestro pueblo la nombramos con la bicha, Sierpes, y al escudo de nuestros amores le ponemos trece barras, doce más uno, manteca, Yáñez, nao Victoria, puente del Alamillo, pabellón de los Descubrimientos. Arte.
Y llegaron los béticos a Jerez y sacaron de las viejas botas de las andanas el sentimiento trágico de Unamuno y Peral, la filosofía de Rogelio, simbolizada en Pepe Mel.
El beticismo, Antonio, es siempre un vino generoso. Tú decías aquello de “dadme un punto de apoyo, que me bebo Domecq y González Byass”. El Betis, Antonio Hernández, tuvo un punto de apoyo en los quince mil béticos del peaje de la autopista. El beticismo, sabes, es una religión como sacada de los versos de tu homónimo Miguel, toro que se crece en el castigo.
“Post hoc exilium” jerezano se nos acaba de mostrar en toda su plenitud y gloria. Fíjate: estamos sólo recién regresados a la zona de promoción de ascenso, y parece que ya hemos ganado la Copa de Europa, ¿nos conformaremos con poco, en nuestro culto a la adversidad? ¿No te parece nuestro pueblo bético como una escultura barroca de San Jerónimo, golpeándose siempre el pecho con una piedra?
Menos, evidentemente, da una piedra de la Segunda B y Jerez va a ser como la bola de Wall Street para que apoquinemos todos esos millones que necesitamos. Que Betis son acciones, Antonio, y no buenas razones de la utopía de nuestros sueños blanquiverdes. ¿Te imaginas qué gloria, si esto no se lo puede permitir ni Rockefeller, ser accionista de una utopía?
El Betis, Antonio Hernández, le dio una lección a Sevilla, a Andalucía, a España y a la Humanidad, como siempre hace. El Betis, Antonio Hernández, ha demostrado que aún hay en la sociedad española sectores pujantes, donde no ha llegado el gas asfixiante del Estado. El Betis se conquistó este resurgir a brazo, como el chocolate. A golpe de alpargata, en su tradición de pueblo errante y perseguido. Lo importante de la victoria de Jerez, Antonio Hernández, es que no estaba patrocinada por la Sociedad Estatal del Quinto Centenario, ni por la Junta de Andalucía. Aquí abajo tú sabes que todo lo que funciona es del Estado o de la Junta. Entre el empleo comunitario y los puentes de la Expo, aquí nos lo dan todo hecho. Nos están creando a todos una mentalidad de funcionarios, y para que las cosas funcionen, el bético Felipe González tiene que mandar a Jacinto Pellón, que es del Racing de Santander.
Los quince mil béticos que cogieron autopista y manta demostraron todo lo contrario: que son los pueblos los que se sacan a sí mismos de las ruinas, sin enviados de los dioses y sin redentores. Que el 92 no será 92 propiamente dicho si el Betis no vuelve a los verdes campos del edén de honor de la Primera. Y nosotros que lo veamos, tocayo y correligionario.