A mí el pelotón, de Patxo Unzueta
En 1920 se forma por primera vez de manera oficial una selección española de fíutbol. El motivo no es otro que participar en los Juegos Olímpicos que se celebran en Amberes (Bélgica), y que por aquel entonces son considerados el campeonato mundial oficioso, dado que hasta 1930 no se empezará a disputar de forma oficial el Campeonato Mundial.
La selección española realiza un brillantísimo papel, adjudicándose la medalla de plata y siendo superada por el equipo anfitrión de Bélgica.
Es también un momento mítico, pues la selección española será conocida desde entonces por La Furia Roja, sobrenombre asignado por la prensa italiana («la furia rossa») después del partido que el 1 de Septiembre de 1920 enfrenta a España con Suecia y en el que el jugador del Athletic Club Belauste se mete en la portería con el balón arrollando a los defensores suecos y a todo aquel que se le pone por delante.
La selección la integraban 21 jugadores, con predominio del fútbol vasco con 13 integrantes (5 de la Real Sociedad, 4 del Athletic, 2 del Arenas de Guecho y 2 del Real Unión de Irún), 4 del Barcelona, 3 del Vigo Sporting y 1 del Racing de Ferrol. Entre los integrantes Juan Artola, quien militó en el Betis en la temporada 1917-18.
En Enero de 1983 falleció Sabino Bilbao, otro de los integrantes del equipo, y Patxo Unzueta rememoró con este artículo la histórica gesta.
A mí el pelotón
Sabino Bilbao Líbano, futbolísticamente conocido por Sabino, falleció la semana pasada en su domicilio de Las Arenas, no lejos de la campa de Santa Engracia, donde el 3 de Mayo de 1894, tres años antes de que él naciera, se había disputado, entre un grupo de sportmen locales y una selección de marineros ingleses, el primer encuentro de foot-ball celebrado en Vizcaya. Sabino, correoso medio izquierdo del Athletic, entró en la leyenda el día de su debut como internacional, el 1 de Septiembre de 1920, en partido contra Suecia jugado en Amberes. Su nombre va unido a una frase que constituye el acta de nacimiento de la llamada furia española.
Hay frases que, como “el Estado soy yo” (Luis XIV), o “en mis dominios no se pone el sol” (Felipe II), son expresamente dichas para que, convenientemente recogidas por el amanuense de turno, pasen directamente a la historia. Otras, en cambio, pronunciadas inadvertidamente y no estando destinadas a la historia, quedan inscritas en la leyenda. Así el escueto “merde” que se le escapó a Napoleón, ó el “tierra a la vista” que gritó el marinero Rodrigo de Triana en la madrugada del 12 de Octubre de 1492.
A este último género pertenece el “A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo”, santo y seña lanzado por José María Belausteguigoitia, Belauste, para anunciar el gol que se disponía a marcar a los suecos en el tercer partido disputado por la selección española en la Olimpiada de Amberes.
¡Y vaya si los arrolló¡ Se habían adelantado los nórdicos en la primera mitad, merced a un gol de Dahl, y ya la cosa parecía no tener remedio cuando, mediado el segundo tiempo, el referee sancionó a los suecos con un libre indirecto en las proximidades de su área. Varios jugadores españoles cuchicheaban detrás de la pelota, preparando la estrategia, cuando, de pronto, el número 5, Belauste, arrancó como una locomotora en dirección a la portería, a la vez que gritaba la consigna a Sabino. Este lanzó un “friki” bombeado. Con el balón pegado al pecho y arrastrando a tres o cuatro suecos que habían intentado cortarle el paso entró Belauste en la portería. Acababa de nacer la furia española. Para celebrarlo, el extremo izquierda, Acedo, marcaría poco después el que sería tanto de la victoria.
Era aquel el primer partido internacional de Sabino. Corto de estatura, pero de estructura rocosa, su seguridad en el corte y su fogosidad en todos los lances del juego habían hecho a un cronista de la época titular su comentario, tras un partido jugado en San Mamés: “Qué grande eres, Sabino”. Y a un compañero de equipo, declarar a la prensa: “Jugar de zaguero tras el gran medio Sabino es de lo más sencillo, ya que los que se le escapan llegan medio atontados”.
Era, pues, su debut internacional. Se trataba del tercer partido jugado por la selección española en su historia, y el tercero también de los disputados en el Concurso Mundial de Foot-ball, que había sido incluido en el programa de las Olimpiadas de Amberes. Hasta entonces, la supremacía del fútbol británico había sido incontestable. Pero las calamidades del la recién finalizada guerra mundial, por una parte, y la estricta observancia de la norma que prohibía alinear jugadores profesionales, por otra, impidieron a los pross hacer un papel acorde con su fama. Eliminados en la primera fase por Noruega, que venció por 3-1, los británicos pasarían la antorcha a la selección anfitriona, Bélgica, que sería la única capaz de vencer al combinado hispano.
Este había comenzado con buen pie, venciendo por un tanto a cero a Dinamarca, dos veces subcampeona olímpica. Una selección preparada por Paco Brú, antiguo jugador del Barcelona y antiguo árbitro, consiguió mantener imbatida la portería que defendía un muchacho catalán de 19 años que ya entonces, pese a su juventud, se atrevía a llamarse Ricardo Zamora. De los 18 jugadores seleccionados por Brú, dos pertenecían al Barcelona, otros dos al Celta de Vigo y los catorce restantes a equipos vizcaínos y guipuzcoanos. Patricio, delantero del Real Unión de Irún, consiguió marcar en un contraataque, anotándose así España su primer triunfo internacional desde la concesión a don José de Echegaray, en 1904, del Premio Nobel de Literatura.
El partido contra Bélgica, jugado el 29 de Agosto, sirvió, pese a la derrota, para dejar constancia del buen ánimo de los seguidores españoles. A falta de un estribillo como los que ya tenían otras selecciones, los hinchas se dedicaron a animar a sus jugadores, y de paso a tratar de impresionar a los rivales, a base de silabear de manera acompasada y con ritmo de carga de la caballería ligera los dos apellidos más largos de entre los componentes del equipo: “Pa-ga-za-ur-tun-du-a-Be-laus-te-gui-goi-tia”.
Sabino, que no llegó a jugar en los dos primeros encuentros, tuvo su oportunidad frente a los suecos. Junto a él se alineaban jugadores de tanta nombradía como Pepe Samitier o el gran Rafael Moreno Aranzadi, Pichichi. Este último, autor, el 21 de Agosto de 1913, del primer gol marcado en el campo de San Mamés, era un auténtico genio del balompié, aunque, según recuerdan los viejos aficionados bilbaínos, a veces le perdía un carácter excesivamente melancólico que le hacía propenso a esporádicas ausencias del juego, equivalentes a lo que en el terreno de la tauromaquia eran las espantadas del Gallo.
Las crónicas de la época hablan, desde luego, del ardor de la selección, de su indomable espíritu de lucha, de la furia con que defendieron el marco de Zamora. Pero no abundan en ellas las referencias a grandes jugadas. Uno de los cronistas que presenciaron el encuentro dejó escrito lo siguiente: “En nuestra vida hemos visto un partido más brutal, más salvaje y más suicida. El balón era una cosa secundaria y no servía más que como disculpa para darse golpes”.
De donde se deduce que, en el terreno de la épica, no siempre la fama se corresponde a la bondad intrínseca de las acciones, sino a lo acertado del símbolo que las representa. Así, del mismo modo que, respecto del gol que recibió Williams en Maracaná, en el principio estuvo el verbo (de Matías Prats), y solo después la bota de Zarra, la furia española entró en la leyenda, que es a la historia lo que la espuma a la cerveza, antes por el grito de guerra de Belauste que por la guerra misma. Por eso también, Sabino, parte integrante del grito, es más consustancial a la leyenda que quien profirió aquel. De ahí, por lo tanto, que su muerte sea también la de la furia.
Porque, por lo demás, Sabino no solo fue testigo de la furia, sino intérprete destacado de la misma. De ello queda constancia en sus numerosas crónicas periodísticas de los años veinte, en la que se rinde cuenta del ardor de sus intervenciones en el Athletic, donde formó línea con los hermanos Patxo y José María Belausteguigoitia o, en otras ocasiones, con Larraza y Legarreta. En sus últimos años como jugador del Athletic, con el que obtuvo sendos títulos de Copa en 1921 y 1923, Sabino compartió la camiseta número 6 con un joven estudiante de derecho llamado José Antonio de Aguirre y Lekube, que diez años después se convertiría en el primer lehendakari de la historia de Euskadi.
De esa circunstancia probablemente el infundio según el cual, en el País Vasco, para llegar a ser alguien en política hay que haber estudiado en los jesuitas de Deusto o haber sido futbolista. De todas formas, para cuando Aguirre, que reunía ambos requisitos, fue elegido presidente del gobierno de Euskadi, el nacionalismo vasco había evolucionado mucho y hubiera sido impensable ver en la prensa local una frase como la que el 26 de Marzo de 1910 cerraba el artículo “Campeonato de Foot-ball”, incluido en el periódico Bizkaitarra, fundado por Sabino Arana: ”es la raza vasca, por convicción de su positiva superioridad física, una de las más saturada de ese sano espíritu de lucha, de competencia, sintetizado por los sajones con la palabra struggle”.
De lo que no cabe duda es que en Amberes hubo mucho struggle y que su versión autóctona, la furia, ha desaparecido definitivamente con Sabino Bilbao Líbano.