Betis-Sevilla, no va más, de Juan Teba

Hoy tenemos derbi en Heliópolis y es buen momento para recordar este artículo que el periodista Juan Teba publicó en las páginas de Diario 16 Andalucía con motivo de otro Betis-Sevilla jugado en el Villamarín en noviembre de 1988.
Lo que se desarrolla en el artículo de forma general sigue siendo perfectamente válido para este encuentro 36 años después; lo único que no sería aplicable son las circunstancias concretas de aquel partido, y que se desarrollan en la segunda parte de la reflexión de Juan Teba. Unas circunstancias que veían un Betis en la curva descendente en la que el club estaba inmerso a finales de la década de los 80, mientras que el Sevilla, fortalecido económicamente por el pelotazo urbanístico que supuso el proyecto Stirling, estaba plenamente reforzado esos años.
Pero la esencia de la rivalidad cainita que protagonizan los dos clubs sevillanos seguía ahí, y seguirá mientras que el fútbol sea fútbol y Sevilla sea Sevilla.
¿Qué queda de la Sevilla de hace setenta años? De la Sevilla humana, claro. Dos cosas únicamente: el derbi del fútbol local y la picaresca. Lo demás se lo tragó la historia.
Algunos ortodoxos del sevillanismo profundo podrían añadir que la Semana Santa y la Feria de Abril, pero estos acontecimientos festivos llevan impresos en su epidermis, incluso en sus interiores conceptuales, las mordeduras del paso del tiempo, que es como decir que tuvieron que adaptarse a las exigencias de los tiempos cambiantes.
Y las razones parecen estar claras. Para sobrevivir en esta ciudad tan saturada de perfumes equívocos es imprescindible una actitud picaresca, un dominio completo de la “tierna malicia” que hay que poseer desde la más temprana edad. Hoy, ciertamente, los pícaros visten de manera distinta que en otras épocas, algunos incluso poseen despachos y se lo montan con secretarias bilingües, sin olvidar a los que llegan a tener escolta policial, pero a todos ellos los reconocería Miguel de Cervantes con un simple golpe de vista.
Y luego se nace bético o sevillista. Se es del Betis o del Sevilla mucho antes de asistir al primer partido de la máxima rivalidad. A veces por inercia familiar y, otras, precisamente, por lo contrario. Nadie es neutral en esta ciudad ante el fenómeno. Ni siquiera los tibios, esa fauna tan numerosa en el censo local. Y ni siquiera los que llegan a despreciar el hecho futbolístico como un fenómeno de masas logran ser neutrales y acaban decantándose a favor de uno y en contra de otro.
Podrán, por tanto, modificarse las reglas del ceremonial y hasta el ropaje del espectáculo, pero nunca la pura esencia del enfrentamiento, que sustentado en una rivalidad que es deportiva, estética, sentimental, cultural y política, hasta alcanzar el grado de signo de identidad.
Así que esta tarde tenemos un espectáculo sevillano por antonomasia: Sevilla contra Sevilla. Un duelo despiadado, sin concesiones, donde lo más importante, lo único importante, es machacar al adversario, humillarlo y tenerlo sometido psicológica y deportivamente hasta, al menos, la fecha del siguiente enfrentamiento.
En esta explosión de rivalidad total y de rechazo absoluto a lo que representa el adversario, no podía faltar evidentemente el desprecio y hasta el odio, sentimientos mayores, con mayúsculas, pero imprescindibles para el carácter eterno e inmutable del acontecimiento. Sin embargo, desprecio y odio presentan un componente marca la casa, un toque sevillano, la constatación última y suprema de una realidad mil veces comprobada: Sevilla amaga y no da, no cruza el Rubicón, no traspasa el punto de no retorno. Sevilla inicia con calor todas las polémicas y a mitad de la bronca se olvida de ella y acaba adormeciéndose ante un espejo.
O sea, tanto desprecio y odio por el adversario está perfectamente delimitado en el tiempo y en el espacio, y nunca trasciende a lo total. Esta tarde el presidente Cuervas y su colega Retamero darían cualquier cosa por la victoria, llegarán a despreciar y a odiar, pero en la vida civil Cuervas bromea con un bético, tiene amigos entre “la murga”, como Retamero tiene afectos entre “la canalla blanca”. Los ejemplos serían interminables. A fin de cuentas lo que en cualquier sitio es contradicción profunda, en Sevilla es pura coherencia.
Al margen de los elementos inmutables del derbi, el choque de esta tarde presenta sus peculiaridades. Apenas seis jugadores de la cantera sevillana intervendrán en el partido de este santo día de hoy. Pero, con todo, lo más llamativo es la diferencia de los papeles que desempeñan los presidentes Retamero y Cuervas. El primero es un mandatario a la defensiva, cauteloso en sus salidas públicas, contestado por una buena parte del clamor verdiblanco, que ha ido sacrificando a tipos como Paco García de la Borbolla o Luis Del Sol, por citar algunos ilustres de la vieja guardia, aislado visiblemente por su desconfianza creciente y por la adversidad de los resultados deportivos, debido, en buena parte, a la pura mala suerte. Por su parte, Cuervas es un presidente que maneja con pericia el populismo, hasta el punto de haber resucitado cuasi religiosamente el misticismo del sevillismo militante e incondicional que acuñó el mítico Ramón Sánchez Pizjuán, si bien toda esta áurea populista del “nacional-sevillismo” sería impensable sin los petrodólares del suelo sevillista. En cualquier caso, este imán del sevillismo que es Cuervas está íntimamente convencido de ser un triunfador.
Por lo demás, dentro de unas horas, las imágenes del derbi de hoy se unirán a la fantasmagoría de los recuerdos de otros derbis, imágenes como las de aquellos saques de esquina en el estadio de Nervión que remataba un poderoso Paco Gallego, como aquellas cantadas del meta Cardoso o el engaño al que sometió Baby Acosta al bético Telechía en el Villamarín y que le costó un punto al equipo local, o como aquella expulsión de Rogelio al responder a la provocación del “indio” Cabral. Los Hierro, Puma Rodríguez, Polster, Mino, Rincón y Ramón, se unirán en el museo de cera de la memoria a las figuras de Enrique Lora, Quino, Bergara, López, Buyo o Esnaola, de manera que dentro de poco será imposible distinguir entre unos y otros.
Y hasta una guinda presenta este menú que se servirá en el mantel verdiblanco: la presencia activa del tránsfuga Diego. ¿Quién da más? Pero la historia de los Betis-Sevilla no finaliza hoy. Seguirá en el tiempo, seguirá siempre mientras exista esta cultura e incluso esta civilización que necesita al deporte como fórmula de escape de las tensiones sociales. Por todo ello no merece la pena solidarizarse con los vencedores ni con los derrotados. Al que venza hoy aún le queda una larga ristra de derrotas, y viceversa. Apuesten, no va más.