Cardeñosa, el 10 del Betis…»Don Julio», de Manolo Rodríguez
Julio Cardeñosa es uno de los futbolistas más importantes de la historia del Real Betis Balompié.
A lo largo de sus 11 temporadas en verdiblanco demostró la capacidad técnica que atesoraba.
Este artículo de Manolo Rodríguez publicado en ABC el 22 de noviembre de 1987 repasa la carrera verdiblanca de Julio Cardeñosa, cuando sólo hacía dos temporadas de su retirada de los campos de fútbol y era, por aquel entonces, entrenador de los juveniles del Betis.
Un día, la afición bética le puso un nombre para referirse a aquel futbolista menudo que tocaba la pelota en el centro del campo como si tuviera un guante en la mano. Don Julio…
De Cardeñosa quizá se pueden decir muchas cosas. Quizá se pueda catalogar de muchas maneras su indiscutible calidad e impresionante magisterio. Pero, sin duda, el calificativo más acertado fue el que le aplicó ya hace algunos años la afición del Betis. Esa combativa y sabia grada de Heliópolis, que un buen día se limitó a definirlo como “Don Julio”. Y se le quedó. Pasó con él a la posteridad, resumiendo tan sólo en dos palabras la categoría excepcional de un futbolista que fue un maestro, un sabio delgado, un cerebro vestido de “10”, que todavía no ha tenido sucesor en la yerba heliopolitana. Julio Cardeñosa, “Don Julio”, ese “arquitecto licenciado”, como lo denominó el diploma confeccionado para su homenaje, sigue siendo hoy día un recuerdo permanente en boca de la afición. Desde la tarde que se fue, las cosas no volvieron a ser igual. Dolorosamente para el Betis…
Cardeñosa, sin embargo, no quiere estancarse en el recuerdo. Sobre todo porque su trabajo actual, su labor docente en los juveniles, le hace confiar en que cualquier día la cantera verdiblanca pueda poner en órbita un astro como fue él mismo. Pero es difícil, muy difícil. Tanto como pedir que la ciudad pueda oler a azahar en diciembre.
Y todo ello, a pesar de que Cardeñosa no es un producto sevillano, ni siquiera andaluz. El “Flaco” nació hace 38 años en la adusta tierra vallisoletana, en el seno de una familia campesina que recurrió a la ciudad para mejorar su nivel. En tierras de Castilla empezó a jugar al fútbol, y muy pronto llegó a ser una de las grandes promesas del balompié patrio. Pasó por la selección sub-21 cuando la entrenaba el doctor Toba, y enseguida tuvo la oportunidad de fichar por el Barcelona. Pero lo rechazó Michels. Le pareció bajito, como si la calidad estuviera en proporción a la estatura. No lo quiso el Barça, y de ello se aprovechó el Betis. Pepe Núñez pagó al contado su traspaso, y en el verano del 74 atravesó por primera vez los límites de una ciudad que ya es la suya. Ese día, en el puente del Patrocinio, Cardeñosa le dijo a su mujer: “que sea lo que Dios quiera”. Y fue. Fue para bien. Cambió su vida, empezó a conocer lo que significa ser y sentirse bético, y se incardinó en un club que se hallaba en transición.
“Un club, como recuerda Cardeñosa, que tenía a Rogelio como líder, y en torno al cual giraba una plantilla que empezaba a adquirir su plena madurez”.
De cualquier modo, los principios fueron difíciles. El primer verano lo castigó sin piedad el calor de Sevilla, hasta el punto de que “hubo momentos en que tuve que dejar de entrenar porque me ardían las fosas nasales”, pero logró superarlo. Fue providencial el apoyo de su mujer, e importante también resultó la opinión de la prensa, que pidió su alineación cuando Szusza lo postergaba en el banquillo. Un olvido que también venía derivado de su escasa presencia física, como si resultara difícil entender que se podía ser bajito y sabio. Por todo ello, tardó en entrar en el equipo, pero cuando lo hizo ya fue para quedarse. Aquel era un equipo “de auténticos amigos, de gente sana”, al que todavía no había llegado, lo haría un año más tarde, Juan Antonio García Soriano, “alguien que para mí es como un hermano. Desde que nos conocimos en el Betis hemos estado juntos, hoy somos socios, y lo hemos compartido todo”,
Así, entre veranos de calor, y temporadas de asentamiento, se fue preparando el gran momento. Aquella Copa del 77 que significó la gesta más importante del Betis contemporáneo. Un título que “ganamos partido a partido, minuto a minuto, sin que nadie nos regalara nada”. Una Copa que sólo tuvo tragos dulces en Baracaldo y Sestao, porque incluso el Valladolid estuvo a punto de atragantarse en los octavos de final. “Contra mi ex equipo sufrimos muchísimo porque nos fueron ganando durante casi todo el partido, y porque en realidad nos dieron un baño impresionante”.
Más tarde, Esnaola salvó la eliminatoria en Alicante, y dos goles de Biosca pasaportaron al Español cuando el triunfo parecía imposible. El Villamarín gritó a pleno pulmón aquello del “sí, sí, sí, el Betis a Madrid”, y comenzó a prepararse la cita del Manzanares. Fue, no se le puede olvidar a Cardeñosa, un 25 de junio, en el que la caseta rebosaba optimismo. “Todos estábamos convencidos de que se le iba a ganar al Athletic… Iriondo, el primero”. Un convencimiento que surgía de lo más íntimo, “porque no podíamos fallar en el último momento”. Pero había que jugar el partido. El Betis arrancó con timidez, y el Athletic se puso en ventaja. Empató López, y así se llegó hasta la prórroga. Dani hizo el 2-1, y rugieron los leones. Todo parecía perdido. Los federativos bajaban la Copa para entregársela al Athletic, cuando García Carrión pitó una falta a favor del Betis. “La quiso tirar López, pero le dije que se fuera al segundo palo. Le pegué fuerte, y la remató, fue un golazo”. Con empate a dos se hacía necesaria la muerte súbita de los penaltis. “Yo le pido a Iriondo tirar el último. Así ocurre. Llega mi hora cuando vamos cuatro a cuatro. A medida que me acerco al balón pienso que tengo que amarrar, que le voy a pegar fuerte y al centro. Pero intento golpearla con tal violencia que le doy al suelo. La pelota se va fuera. Sentí un dolor impresionante, pero cualquiera cojeaba. No que ría que se entendiera como una excusa…”
- ¿Qué se le vino entonces a la cabeza?
- Todo, en un segundo se me vino encima la decepción de los béticos, la tristeza de mis compañeros, las consecuencias que podía tener para el club. Y una infinita pena…
Afortunadamente no pasó nada. Esnaola paró el disparo posterior de Dani, y Cardeñoza se abrazó al portero como quien despertaba de una pesadilla. Después llegó el triunfo. Un éxito sin precedentes que, un año más tarde, se vistió de descenso “porque afrontamos la competición con una plantilla muy corta. Fue una pena, ya que de haber reforzado el equipo convenientemente podíamos haber aspirado a todo. Aquel Betis era un gran equipo. ”
Un espléndido conjunto que tenía al “Flaco” como maestro de ceremonias. Fue mundialista en Argentina, donde padeció los rigores de la Martona y la tragedia del gol fallado ante Brasil, y a la vuelta estuvo a punto de ser traspasado al Barcelona. “Incluso llegué a hacerme a la idea, pero un día me llamó Pepe Núñez y me dijo que la afición no lo consentía. Lo entendí, y pedí un contrato por cuatro años. No se volvió a hablar más del asunto”.
Así hacía las cosas Cardeñosa. Desde entonces ya fue el capitán del Betis moderno, el jugador más inteligente del fútbol español, y el gran hacedor de un “monstruo” llamado Rafael Gordillo. “Es cierto que hasta que Rafael pulió sus defectos yo le supe explotar sus cualidades poniéndole la pelota en largo, y evitando que se complicara con ella en los pies. Pero que no le quepa duda a nadie que Gordillo es un fenómeno porque tiene todo lo necesario para ello. No lo hice yo. Ya lo era”
Precisamente Gordillo fue quien recogió el testigo del maestro. El sucesor del “jefe”, aun cuando Rafael fuera todo corazón y “Don Julio” todo cerebro. Pero no sólo eso. Cardeñosa fue más. Fue un jabato de camiseta desmayada que se mató por esos campos los días del ascenso; que se convirtió muchas veces en padre y abogado de toda la plantilla, y que tranquilizó a la afición heliopolitana sólo con su presencia. Cardeñosa fue un futbolista. Por eso en el Villamarín se sigue hablando todas las tardes de él.