Cañoncito Pum, de Montero Glez.
El 17 de Noviembre de 2006 fallecía en Budapest Ferenc Puskas, uno de los mejores jugadores de la historia y máximo goleador del siglo XX. Figura del Honved de Budapest y de la magnífica selección húngara que asombró al mundo en los primeros años 50. Compañero suyo en este equipo nacional húngaro, conocido como » los mágicos magiares», fue el posteriormente entrenador bético Ferenc Szusza.
En España su figura se popularizó a raíz de su fichaje por el Real Madrid en 1958 y se le conoció como «Cañoncito Pum» por su terrible disparo. En el Real Madrid jugó hasta 1966, ganando 5 Ligas, 1 Copa, 3 Copas de Europa y 1 Intercontinental, además de proclamarse Pichichi en 4 ocasiones.
Al día siguiente de su fallecimiento el escritor español Roberto Montero González evocaba en ABC su figura con este artículo.
CAÑONCITO PUM
Cuando llego al Real Madrid contaba treinta y un años y un cuerpo con más trazas de botijo que de futbolista. Era forastero, venia de un país rojo y de él se decía que andaba hecho una ruina. Desde los de la reventa hasta presidencia, pasando antes por el banquillo y sin olvidarnos del que voceaba rico bombón helado, de una punta a otra del estadio, todo el mundo se hacía lenguas. Sin embargo, don Santiago Bernabéu, el de los puros, hizo oídos sordos al asunto. Su instinto nunca le engañaba y sabia que, con el fichaje húngaro, remataba una delantera que era lo más parecido a una brigada internacional; una línea de ataque que consiguiese lo que siempre se le resistió a Franco, o sea, el imperio.
Y en ese plan, así ocurrió durante cinco años con una alineación en la que brillaban Kopa, Di Stéfano, Rial, Santamaría y el húngaro Puskas; años de gloria en que los tercios madridistas arrasaron Europa y en las escuelas se volvían a recitar de carrerilla las hazañas de la raza con la cabeza bien alta y el brazo también, Stade Reims 4-3, Fiorentina 2-0, Milan 3-2, Stade Reims 2-0, Eintracht 7-3. Hay que hacerse cargo, pues eran tiempos de caldo concentrado, maquinillas de afeitar y chicle, por llevar algo en la boca.
Las lecturas de aquel entonces estaban más cerca de una dialéctica de puños y pistolas representada en cada viñeta por Roberto Alcázar y Pedrín que de cualquier otra cosa. Con el Real Madrid y el NO-DO, el mundo entero estaba al alcance de los españoles y eso era suficiente.
Cualquier tiempo pasado siempre fue peor, y quien sostenga lo contrario es sospechoso de no ser libre; sin embargo, en lo tocante al Real Madrid, quien sostenga que cualquier tiempo pasado fue peor, se equivoca de cadenas.
Aunque ahora no sea el momento, no está de más recordar que cada encuentro del Real Madrid era una fiesta que se repetía en cada transistor. Cinco copas de Europa y, por si fuera poco, una intercontinental. Chúpate ésa, decían los madridistas a la que sacaban pecho y se ajustaban el bombín a la cabeza. Chúpate ésa con los nombres de Kopa, Di Stéfano, Rial, Gento y ese otro que venía de los mágicos magiares y que tenía más pintas de tinaja que de jugador de futbol. El citado lucía panza de sandía y pantorrilla prieta y, en realidad, no se llamaba Puskas, pues lo de Puskas se lo puso él mismo cuando quiso ocultar su origen germano, no fuera que le confundieran con un primo de ese tal Adolfo. Buscando un apellido sonoro encontró lo de Puskas que, en húngaro, viene a decir escopeta. Y qué mejor que llamarse escopeta en unos tiempos en que la pólvora aún estaba reciente en Europa.
Aquí en España, por no perder la cercanía semántica con el campo de batalla, le bautizamos como Cañoncito Pum. Todo un acierto, pues el bueno de Puskas se llevaba por delante todo lo que encontraba a su paso, incluso al portero. No contentos, por esa bendita manía que tenemos de cambiar el nombre a las personas, sobre todo si son forasteros, también se lo cambiamos a él, bautizándole como Pancho Puskas. Y nos quedamos tan frescos.
Cuentan los papeles que en sus últimos tiempos había perdido la facultad de la memoria. Con todo, no está de más recordar sus encuentros vistiendo la camiseta del equipo merengue. Fechas históricas para la afición como la del 18 de mayo de 1960 en el Hampden Park de Glasgow, jugándose la quinta Copa de Europa contra el Eintracht de Frankfurt. Ciento treinta y tantos mil espectadores que acabarían todos con la boca abierta. En aquella alineación jugaban Marquitos, Miguel Muñoz, Zárraga, Kopa, Gento y Di Stéfano, que consiguió el primer gol del empate y otro más, al poco, adelantando el marcador con el 2-1. Era el minuto treinta de la primera parte y empezaba el espectáculo. Lo que vino después sería célebre, pues Cañoncito Pum empezaría a romper las redes de la portería germana, sumando goles como el que cose y canta. En un periquete llegaría el 3-1, de su bota y después el 4-1, con un penalti que él mismo lanza y, por si esto fuera poco, el siguiente gol también lo consigue Cañoncito Pum con un remate de cabeza, tirándose en plancha tras el pase de Gento. El 6-1 sería otro cañonazo que hará temblar los palos y, si Pitágoras no se equivoca, también será el cuarto gol para Pancho Puskas.
Aún así, los germanos no se arrugan y siguen dando guerra como si nada estuviera perdido todavía. Cuando quedaban poco más de quince minutos para finalizar el encuentro consiguen un segundo gol. Y con éstas, el Real Madrid se crece y, otra vez más, de nuevo, como si el milagro de los panes y los goles fuera posible en una España hambrienta, Alfredo di Stéfano, tras un regate de galanura a dos defensas germanos, marca el séptimo gol del Real Madrid. El último tanto del partido lo consiguen los germanos y, con diez goles en total, aquel encuentro pasará a formar parte de la memoria de la raza: una memoria puñetera hecha a base de retales pegados con chicle, brazo en alto y viñetas de Roberto Alcázar y Pedrín. Eintracht 7-3, será la letanía final, la cola de un pescado escurridizo que luego recuperará el equipo yeyé.
Pero no adelantemos el reloj de la memoria perdida, recordemos lo que los papeles dejaron escrito en ella. Este mismo periódico anunciaba en titulares cómo el equipo merengue había arrollado al Eintracht: “Marcaron los alemanes el primer gol, pero los españoles, en una briosa reacción, consiguieron llegar al descanso con tres a uno. Puskas, que logró cuatro goles, y Di Stéfano , que obtuvo los otros tres, fueron unos auténticos maestros”.
Las letras de molde eran una manera de contagiar la alegría de aquella hazaña: “El Real Madrid, único y desde ahora, por quinta vez, campeón de Europa, ha sido coronado en este larguísimo crepúsculo escocés, acunado por las marciales cornamusas de los Highlanders, en medio de la más entusiasta apoteosis que se ha ofrecido nunca en un campo de fútbol”.
Al día de ayer murió uno de aquellos hombres que formaron parte de los tercios gloriosos de la avanzadilla merengue por Europa. El mismo que un día se escapó de la bota comunista y que, mucho tiempo antes, se cambió el apellido para que no le confundiesen con otra cosa. Cada vez que tocaba un balón metía dos goles, por eso mismo todos le conocíamos como Cañoncito Pum. Cuentan los papeles que, antes de perder la sombra, había perdido la memoria y que ya no se acordaba de su nombre verdadero, y que tampoco se acordaba de ninguno de los nombres con los que tiempo después acabaría llamándose. Al día de hoy se lo devolvemos. Descanse en paz.