Clemente, de Patxo Unzueta

El entrenador en la actualidad del Real Sporting de Gijón, Javier Clemente, es un hombre conocido por todos. Desde luego nunca ha pasado desapercibido en la larga historia de banquillos por los que ha pasado: el Athletic Club en 3 ocasiones, Español en 2 ocasiones, Atlético de Madrid, Betis, Real Sociedad, Olympique de Marsella, Tenerife, Murcia, Valladolid y Sporting, además de las selecciones de España, Serbia y Camerún. Son ya 32 años de entrenador en activo, en las que sólo descansó una temporada: la 2004-05.
Esta prolífica carrera alcanzó sus mayores éxitos en sus años iniciales en el Athletic, cuando obtuvo 2 títulos de Liga ( 1983 y 1984) y 1 de Copa (1984). Precisamente de Abril de 1984 es esta entrevista que Patxo Unzueta, corresponsal de El País en Bilbao, realizó y que se recoge dentro de un magnífico libro de relatos relacionados con el Athletic: A mí el pelotón.
En la entrevista Javier Clemente repasa sus inicios en el fútbol, desde que era un chavalín en Baracaldo, su corta pero exitosa carrera como futbolista profesional, su grave lesión y retirada, y cómo tuvo que empezar desde abajo de nuevo, ahora como entrenador.
Una avispa. Con la camiseta del Baracaldo, amarilla y negra como esa clase de himenópteros, los brazos en jarras, calzones hasta las rodillas y botas de verdad, con tacos y todo, sujeta con su pierna izquierda, la buena, un balón de reglamento. Seis años tenía el rubiales cuando fue hecha la foto. La cabeza un poco inclinada y la boca algo torcida dejan entrever, por debajo de la seriedad que momento tan importante exige un deje de ironía. Un instante después saldrá corriendo tras el balón que le ha comprado su padre, obrero de Altos Hornos, jugador aficionado en sus años mozos, y regateará a su sombra. Como si de una conversación con un periodista se tratara, amagará por un lado y saldrá de improviso por el otro. Con rapidez de avispa.
– ¿Qué recuerda usted de su infancia, del Baracaldo de los años cincuenta, de sus primeras patadas al balón?
– Yo nací en 1950. Del Baracaldo de entonces recuerdo pocas casas y muchas campas. Las había por todas partes, y los chavales podíamos estar jugando todo el día. Los de ahora no pueden, no tienen dónde. Nací en la calle Arrandi, el quinto de una familia de seis hermanos, dos chicos y cuatro chicas. Luego nos fuimos a vivir a unas casas de la empresa, de Altos Hornos, casi enfrente del colegio La Salle, donde estudié hasta el final del bachillerato. Desde luego, pasaba más horas con el balón que con las matemáticas, aunque iba para aparejador. Formamos un equipo con el que participábamos en los torneos de la zona. Yo no era el mejor del equipo, pero el equipo sí era el mejor del pueblo. Jugaba por la izquierda, de extremo ó interior. Recuerdo desde siempre que yo era el encargado de hacer la lineación, pero no porque pensase en ser entrenador. Simplemente ocurría que, como el balón era mío, porque mi padre me compraba uno nuevo cada año, los demás pensaban que eso me daba derecho a formar el equipo. Sigo teniendo relación con los amigos de entonces, y cuando voy a ver a mis padres nos juntamos la cuadrilla para tomar unos potes por los bares del pueblo. Porque yo no he cambiado y sigo haciendo lo que hacía, y teniendo las costumbres que habría tenido si no me hubiera dado por esto del fútbol.
Es la primera vez que lo dice, pero luego la misma afirmación se repetirá varias veces a lo largo de la entrevista; que él no es un creído, que no va en plan figura, que la fama no le ha hecho cambiar, que no es un chuleta.
– Siempre he sido un tío seguro de mí mismo y bastante directo. Si tengo dudas me callo, pero si estoy convencido de algo se lo digo al lucero del alba. No me gusta andar mareando la perdiz con que si esto o si lo otro. Pero no es cierto que yo sea un tipo soberbio, que haya cambiado por la fama y tal. Todo lo contrario. Creo que, al menos desde los 20 años, y tengo 34, mi carácter y mi forma de ser no han cambiado nada.
A los 15 años, Javier Clemente fue fichado por el Baracaldo juvenil. Estuvo solo una temporada, porque enseguida le vieron los ojeadores del Athletic y le propusieron pasar al equipo bilbaíno. Fueron Ipiña y Piru Gaínza los primeros que vieron algo especial en el rubiales. Internacional juvenil, junto con su inseparable Igartua, un medio volante pequeño y correoso, ambos comenzaron a entrenar con el primer equipo cuando apenas habían cumplido los 18 años. Y fue el propio Gaínza quien hizo debutar a ambos en Primera División, a comienzos de la temporada 1968-69. El 5 de septiembre, Clemente jugó ya con el primer equipo, en partido amistoso disputado en San Sebastián, contra el Huracán argentino, que finalizó con victoria rojiblanca por 2-1. Volvió a salir en el primer partido de Liga, contra el Elche, y luego estuvo un par de meses a la expectativa. Hasta que Iriondo, que había sustituido a Piru, le dio la oportunidad definitiva en partido jugado en San Mamés el 1 de diciembre de 1968, y que finalizó con victoria local por 3-1, frente a la Real Sociedad. No sólo fue titular el resto de la temporada, sino que se convirtió en el ídolo de la afición bilbaína. Obtuvo el premio otorgado por la Asociación de la Prensa al jugador más destacado del equipo, y aparecieron unas pegatinas, que la gente colocaba en el cristal trasero de su coche, y cuya leyenda proclamaba: “Clemente, el 10 del Athletic”.
– Aquella temporada ganamos la Copa, derrotando en la final al Elche por 1-0, marcado por Antón Arieta. Yo formaba ala con Chechu Rojo.
– …Del que luego fue usted entrenador, y con el que se dijo que había tenido algún pique
– Tuvimos unas palabras un día, pero no fue nada. Yo he sido rojista toda mi vida. Para mí ha habido tres ídolos: de chaval Di Stéfano y Koldo Aguirre. Y luego, ya de jugador, Chechu Rojo.

Con Rojo a su lado, Clemente sería internacional sub-23 a comienzos de la temporada siguiente. La selección española, en la que también figuraban, entre otros, Sol, Gregorio Benito, Quino y Asensi, venció por 2-0 a Italia, con goles de Arieta y Clemente, en partido jugado en Sabadell. Sería precisamente en la ciudad lanera donde, un mes después, se truncaría la carrera del joven interior baracaldés.
– Jugábamos en la Creu Alta. Ibamos ganando 2-1, lo que nos confirmaba en el puesto de líderes. Faltaban dos minutos para terminar. Yo tenía el balón controlado, una pelota sin peligro en el medio campo, junto a una de las bandas. Fidel Uriarte, que estaba en el banquillo, dice que me gritó: “Salta, Javi, salta”. No sé si no le oí, o no me funcionó el bolo con suficiente rapidez; el caso es que me cazaron. Fue Marañón, que entonces ya estaba en el ocaso de su carrera. Me alcanzó de lleno, aquí, en la parte de debajo de la pierna izquierda. Me sacaron en camilla.
A los 19 años, “el jugador de más clase que ha salido en España en muchos años”, en opinión expresada en su día por Miguel Muñoz, veía cortada su meteórica carrera. Pareció que se recuperaba, y hasta volvió a ser internacional, pero la pierna no le respondía como antes y hubo que esperar. Todavía llegaría a jugar algún partido hasta que, el 24 de enero de 1971, en La Romareda, la lesión se reprodujo. Fue su último partido oficial. Tenía 20 años.
– Para alguien que había llegado tan pronto, aquello tuvo que ser muy duro, una frustración terrible.
– Hombre, yo tenía esperanzas de recuperarme. Pasaron cinco años con otras tantas operaciones, antes de que se viera que la cosa no tenía remedio. Cada vez que entraba al quirófano, pensaba: “Esta es la definitiva, ahora sí van a acertar, y en unos meses, como nuevo”. Pero parece ser que no acertaron la primera vez, y luego ya era difícil remediar aquello. Cuando me di cuenta me lo tomé con filosofía. No soy hombre dado a las lamentaciones, a estar rumiando las frustraciones. Enseguida me planteé otras cosas, por ejemplo, ser entrenador. Pero antes hubo un momento bastante malo.
– ¿Cuándo no lo renovaron?
– No, antes. No recuerdo en qué año, después de una de las operaciones, parecía que me recuperaba. Fui al entrenador y le propuse bajar al segundo equipo, al Bilbao Athletic, para ir cogiendo forma antes de reintegrarme al primer equipo. O sea que fue iniciativa mía. Por entonces me tocaba renovar la ficha, que era bastante baja, porque había firmado siendo todavía juvenil. Serían unas 450.000 pesetas. A la hora de firmar vino el gerente, Zarza, y me dijo que, puesto que pasaba al segundo equipo, me bajaban la ficha, no recuerdo, a 300.000 pesetas, o cosa así. Eso, en aquellos momentos en que necesitaba más moral que nunca, fue un golpe bajo, algo que sentí en lo más hondo. Una injusticia.
– ¿Quién era entonces presidente?
– Eguidazu. Por eso, no sé de qué se extraña la gente cuando me dicen que me mojé demasiado en apoyo de la candidatura de Duñabeitia, y luego de la de Aurteneche. Creo que parte del éxito actual del equipo se debe a que hay una directiva formada por gente corriente, y no por grandes señores. Los de ahora son aficionados normales que no se meten para nada en lo que hace el entrenador, que te dejan trabajar a gusto. Yo no estoy frustrado por mi lesión, por haber tenido que dejarlo tan joven, pero sí estoy dolido por algunas cosas…
– ¿Por ejemplo?
– Pues que cuando me retire del todo en 1975, a los 25 años, fui al club pidiendo que me dieran algún trabajo en Lezama, porque ya estaba casado, tenía dos hijos, y ninguna perspectiva de trabajo. Y me dijeron que no. Así, sin más.

Los aficionados de San Mamés no han olvidado el nudo que se les puso en la garganta el 20 de agosto de 1975, día del homenaje de despedida a Clemente, cuando vieron aparecer en el centro del césped, para hacer el saque de honor, a su ídolo apoyado en unas muletas.
– Yo no me emociono mucho, vamos, no me descontrolo. Pero aquel día sí. Cuando el público comenzó a corear mi nombre, y viéndome allí, de inválido, sabiendo que nunca ya…
– Pero enseguida comenzó su carrera como entrenador
– No de inmediato. Durante dos o tres años estuve como representante de una casa de deportes. Pero yo quería volver al fútbol como fuera. Fiché por el Arenas, y ascendimos. El año siguiente fiché por el Basconia, y también ascendimos, aunque un año después volvimos a bajar. Y me llamaron a Lezama. Volvía al Athletic cinco años después. Primero estuve en el Bilbao Athletic, y hace tres temporadas pasé al primer equipo.
– Se dijo que usted había echado a Senekowitch
– Yo no eché a nadie. Lo que pasa es que lo que veo lo digo, y en una reunión de técnicos que hubo dije lo que veía: que al austríaco no lo entendían los jugadores, que estaba destrozando al equipo pretendiendo romper su estilo tradicional, y que hacía unas distinciones entre unos y otros componentes de la plantilla que estaban resultando fatales para la unidad y la moral del equipo. Como era verdad, lo dije, y eso fue todo.
– Nada más fichar dijo que el Athletic sería campeón
– Yo encontré un equipo con bastante poca confianza en sí mismo, pese a que, en mi opinión, había condiciones para aspirar a ganar a cualquiera. No dije “vamos a ser campeones”, sino “podemos serlo, y vamos a ir a por ello”. A mí no me gustan las medianías, eso que dijo Seneka de que “a ver si no nos meten más de dos goles” (y aquel día perdimos 7-1 en el Bernabéu), o “a ver si nos clasificamos para la UEFA”. El Athletic que me encontré, como el de ahora, no tiene, en mi opinión, grandes estrellas, pero creo que como equipo es el mejor de la Liga.
– Antes incluso de empezar los entrenamientos dijo usted que tenía en la cabeza una alineación ideal que sorprendió por la inclusión de jugadores poco conocidos entonces, como Endika, Urtubi…
– Urtubi es el mejor 10 de España
– ¿Mejor que Cardeñosa?
– Cardeñosa es un monstruo. A un 10 hay que pedirle visión de juego y rendimiento. En visión, Cardeñosa es el número uno, pero es que Ismael Urtubi, además de ver bien el fútbol, tiene un rendimiento tres veces superior al de cualquier otro interior izquierda de la Liga.
– En aquella alineación ideal figuraba Dani como delantero centro, y no entraba, por ejemplo, Sarabia.
– Yo siempre he considerado que Dani es más un 9 que un 7. Lo que pasa es cuando yo le cogí ya tenía el hábito de jugar como extremo, aunque con tendencia a irse hacia el centro, y no es fácil cambiar los hábitos de un jugador. Pero Dani es extraordinario con cualquier número y en cualquier puesto.
– ¿Y Sarabia? ¿Por qué esa manía de mantenerle muchas veces en el banquillo durante toda la primera parte?
– Sarabia es un genio del fútbol. Los que me critican que a veces no salga al comienzo olvidan que fui yo quien le hice titular indiscutible. Lo que pasa es que yo tengo que hacer cada domingo, no el mejor equipo en teoría, sino el que va a servir para ganar ese partido. Además la gente no entiende bien lo de la sustituciones, se piensan que es solo un método para cambiar a los que no tengan su tarde. Y no es eso. Hablando claramente: el mejor equipo posible, en teoría, no tiene por qué ser necesariamente el que salte inicialmente; puede serlo el que salte en el segundo tiempo, o en el último cuarto de hora, depende. Pero para ganar un partido concreto, dadas las características del contrario, a lo mejor resulta que es más conveniente desgastar previamente al rival, trabajándole con los hombres más adecuados para ello, antes de sacar ese equipo ideal. Cada partido es diferente. Ha habido ocasiones en que, al revés, Sarabia no tiene su tarde y le empiezan a silbar y a pedirme el cambio, y yo le mantengo porque a lo mejor veo que ese partido solo lo podemos resolver a base de una jugada personal suyo. Pero no es por llevar la contraria, sino porque acertadamente o no, en ese momento pienso que es lo mejor para ganar el partido.
– ¿Piensa usted que el entrenador es un factor importante en el rendimiento de un equipo? ¿Hubiera sido campeón el Athletic con un entrenador menos ambicioso que usted?
– Para mí, el entrenador debe ser el exponente de la confianza de los jugadores en sus propias posibilidades. Luego, puedes acertar o no en el planteamiento táctico y demás, pero eso es secundario. Un entrenador lo que tiene que hacer es conseguir que cada jugador saque lo mejor de sí mismo en el campo. Para ello es imprescindible que el jugador confíe en el míster, personal y deportivamente, que sepa que no le va a fallar. Podría yo citar a algunos entrenadores que solo van a su lucimiento personal, a los que todo lo demás, incluidos los jugadores, les importa un pito. Luego está el ambiente. Dicen que en el Athletic nos reímos mucho en los entrenamientos. Es verdad. El fútbol nos gusta con locura, y nos lo pasamos bien ensayando jugadas, chutando, corriendo. Además, yo no soy partidario de abotargar a los jugadores a base de entrenamientos duros y tal. Esta es una profesión en la que el trabajo fundamental se realiza el domingo, y no entre semana. En cuanto a eso de que si soy o dejo de ser ambicioso, es que seo de ir a por una derrota honrosa no va conmigo. Pero una cosa es ser ambicioso y otra ser un fantasma, o un bocazas, como dijeron una vez en Barcelona.
– No le quien mucho por allí, por lo que parece ¿Cómo reciben al Athletic en otros campos?
– Hubo unos años en que la cosa estuvo mal, por cuestiones políticas y demás, esa manía de la gente de mezclarlo todo. Ahora, en general, nos reciben bien. Quizá los campos en los que nos tratan peor son los del Sevilla y el Manzanares. No sé la razón, porque en otros campos de castilla, y en particular en Valladolid y Salamanca, tenemos buena imagen, y lo mismo en Andalucía, excepto en el Sánchez Pizjuán. El Villamarín, por ejemplo, es un campo que me encanta, con una hinchada muy jaranera y que anima mucho a los suyos. En eso se parece a San Mamés.
– ¿Usted se imagina como entrenador de un equipo que no sea el Athletic?
– Perfectamente. Naturalmente, me gustaría quedarme siempre en San Mamés, pero ya sé que es imposible y que un día u otro me darán la cuenta. Pero si llega ese momento,
– será capaz de distinguir perfectamente entre el color de mi corazón, que seguirá siendo rojiblanco, y el de mi cabeza, que será la del color del equipo en que esté. Para mí eso no será un problema, aunque, lógicamente, no iría a cualquier equipo. Depende de lo quieran de mí, porque yo, para ir de payaso, aunque me paguen la intemerata, me quedo en casa.
– El que usted haya dicho claramente que e siente nacionalista vasco, incluso aquello de la “raza especial” en el programa de Mercedes Milá ¿ha podido influir en esa imagen que se tiene de usted en determinados lugares?
– El ser futbolista o entrenador no debe ser obstáculo, faltaría más, para que cada uno tenga sus ideas. Ya pasaron aquellos tiempos del futbolista como el bruto que masca chicle y no sabe por dónde le da el aire. Nosotros, en Lezama, leemos los periódicos, procuramos estar informados, hablamos de todo, si bien, como es lógico, más de cuestiones deportivas y, en general, poco de política. No sé a qué viene eso de algunos listillos que vienen aquí y te empiezan a hacer preguntas para demostrar que los futbolistas no somos unos premios Nobel. Lo nuestro es el fútbol, no somos especialistas en otras cosas, pero eso no significa que seamos unos catetos. Yo he dicho que voto al PNV cuando me lo han preguntado, pero no voy por ahí proclamándolo a voz en grito. También me han preguntado qué pienso de ETA, y yo he dicho lo que pensaba, y nada más: que el más radical suele ser el más equivocado, porque no admite los puntos de vista de los demás y, por tanto, no admite la democracia. Y que estoy en contra de la violencia, y por ello tan mal me parece ETA como el GAL. Porque la gente tienen que morirse en la cama y nadie, más que Dios, tiene derecho a decidir quién debe vivir y quién debe morir. Si alguien ha hecho algo, que se la juzgue, que pueda exponer sus razones, y no que alguien venga y se lo quite de en medio por la vía rápida. Y eso vale tanto para unos como para otros. En cuanto a lo de la raza…, yo lo que digo es que somos un pueblo diferente, y el que no le entienda es porque no quiere entenderlo. Raza o pueblo, lo de menos son las palabras. No lo decía en el mal sentido, eso de los nazis, de “somos los más guapos y los más fuertes”, sino en el sentido de una forma peculiar de ser que se expresa incluso en nuestra forma de jugar al fútbol.
Patxo Unzueta en El País 23 de Abril de 1984