Hay entradas para la final, de Alejandro Delmás
Al día siguiente de vencer al Español en la semifinal y clasificarse para la final de Copa contra el Athletic se publicó en ABC este artículo del periodista Alejandro Delmás.
En él rememora el clima de euforia que la noche anterior se había desparramado por el Villamarín y sus aledaños, con motivo de la clasificación.
El «Sí, sí, sí, el Betis a Madrid», fue el grito de celebración gozoso de una hinchada que 46 años después era partícipe del partido más importante de la temporada.
Delmás nos desvela algunas particularidades de ese partido, desde el llanto de la estrella españolista, Daniel Solsona, hasta el papel jugado por Rogelio Sosa desde la banda del campo. Y el detalle que nos relata de la publicación en la prensa del anuncio dando a conocer la venta de entradas para la final en la secretaría bética de Conde de Barajas… Otros tiempos, otro fútbol, en el que llama poderosamente la atención que las entradas no estaban reservadas en principio a los socios del club y que cualquiera podía adquirirlas.
Noche, madrugada grande. La caravana delirante por los aledaños heliopolitanos, el llanto de Daniel Solsona… Adquiría el choque ribetes trágicos, épicos quizá, cuando Biosca echó al césped a medio mundo y logró una conmoción repentina en las ondas radiofónicas. Luego, otra vez el almeriense halló la llave de las mallas blanquiazules. Para qué contar el estallido del estadio…
En el entreacto, Manuel Meler, negando terminantemente toda conexión de su equipo con la final; en esos momentos, rechazaba la caída de Megido como castigo máximo. Los clamores del seguidor verde contra el juez castellano enviaron a Lamo Castillo como un celaje furioso en dirección a vestuarios. Amenazas de expulsión a Echevarría, si no trucaba el color de su jersey y, papeles perdidos, zapatiesta en las tripas del recinto heliopolitano, ordenando despejes inmediatos en las cercanías de la sala de prensa.
Al segundo de la explosión provocada por Biosca, cuando muchos caminaban hacia el descanso hogareño, Solsona envía el cuero contra el cuerpo de Esnaola, pletórico de reflejos. Dos minutos más, fin del choque, y el geniecillo de Sarriá crispa sus puños en el llanto rabioso que miraba a Santamaría.
En el reposo acelerado previo a la reanudación, el Villamarín vibra como nunca lo ha hecho. Y, al final, fuera gorros blanquiverdes. “Sí, sí, sí, el Betis a Madrid”…claro. Biosca ha ejecutado al Español. Rogelio, sin poder mandar en el terreno lo ha hecho desde la banda en una forma que tiene mucho de “show”. Espectáculo nunca visto, el campo del Betis parece desgajarse en borbotones de alegría nerviosa, reventones de pasión.
En la sala informativa, Fernando de Parias… “Por supuesto que voy a Madrid”… Meler mascando el habano de la desesperanza, y un vasco bueno y honrado, Rafael Iriondo, sin topes a su locura verde, blanca y verde. Alfredo Megido, sin escondrijos excursionistas… “Si lo de Ferrer no fue zancadilla…”.
La gerencia de Antonio Picchi reservaba una notita de última hora, desenterrada con qué cariño del carpetón. “De seis a diez de la tarde de los días 21, 22 y 23 se expenden entradas para la final en la secretaría de Conde de Barajas…”
Existe en Vizcaya una cuadrilla de leones que no perdonan ni a sus hermanos de raza. Betis, Betis. Iriondo afirma sus indiferencias ante la posibilidad de un arbitraje, Guruceta, con tonillos vascongados… “Me daría igual hasta un juez vizcaíno…”. Benítez, el pundonoroso exhausto, Megido, la floritura elegante… Y todo el conjunto, los hombres acalambrados que se rompieron frente a los azules fusionados en el abrazo con sus fieles.
La gente de las banderas que aún, escribo a la una de la mañana, se desgañita por la Palmera adorando al finalista nuevo, al adversario del león vasco. Y como un sonsonete que repica una coplilla nocturna… “Sí, sí, sí, el Betis a Madrid…”