De Sañudo a Santillana, de Manuel Sarmiento
El 29 de enero de 1980 falleció Fernando Sañudo, uno de los grandes delanteros centros que poblaron el fútbol español en la década de los 30. Cántabro, de Torrelavega, pasó por el Alavés y Valladolid, antes de recalar en el Madrid en 1934. Sólo jugó en el equipo madridista 2 temporadas, pues el estallido de la guerra civil en 1936 frenó su carrera. Posteriormente pasaría por la Gimnástica de Torrelavega y de nuevo el Valladolid.
También cántabro, aunque en este caso de Santillana del Mar, es otro delantero centro: Carlos Alonso «Santillana», quien llegó al Real Madrid en 1971 y permaneció en la entidad blanca 17 temporadas, convirtiéndose en uno de los jugadores referentes de la historia del club merengue. Su poderoso salto y su remate de cabeza están en la memoria de todos los aficionados.
Con motivo de la muerte de Sañudo el periodista Manuel Sarmiento le dedicó este artículo de homenaje en las páginas de AS, haciendo un paralelismo con otro montañés que triunfó plenamente en el Real Madrid.
Actualmente en periodismo la lucha por la noticia adquiere caracteres de velocidad. Los reporteros, los “sabuesos” de la información, son parecidos a los capitanes de aquellos “clippers” que pugnaban por alcanzar en primer lugar los puertos de destino. Quién no recuerda películas donde la trama argumental era el desafío entre los mandos de un “Sérica”, de un “Termopyle” o de un “Cutty Sark”, surcando los mares a toda máquina en la “Ruta del té”. Ahora, en periodismo, ocurre exactamente igual.
Lo que acabo de exponer viene a cuento como consecuencia de la información que ese gran periodista y veterano amigo que es Vicente Pedregal ha firmado en el querido colega “Marca” sobre el fallecimiento de Fernando Sañudo, un ariete de los de “antes de la guerra”, aunque también jugó después de la misma, acaecido en Valladolid. Desde Torrelavega, allá en las montañas verdes de Cantabria, Vicente Pedregal me ha facilitado una amarga noticia. Y digo amarga, porque el nombre de Sañudo va ligado a toda mi vida. Es necesario aclararlo, porque los niños de hace cuarenta años solían vivir ilusionados con los futbolistas. Y yo conocí, en un pueblo de Galicia, a un rapaz apellidado Forján al que todos llamaban Pasarín; a un Ballesteros, a quien apodaban Chirri y a un Jesús Sarmiento Birba, que es hermano mío, a quien llamaban Sañudo, en atención a Fernando Sañudo, delantero centro del Madrid en los años anteriores a nuestra guerra. Este mismo Fernando Sañudo que acaba de fallecer casi en silencio, sin grandes alardes tipográficos, casi inadvertido.
Todo lo que quisiera decir yo de Sañudo ya lo escribió el pequeño en estatura, pero grande en el corazón, que es Vicente Pedregal. Un Sañudo que fue goleador de primerísimo orden en el Madrid de los Zamora, Ciriaco, Quincoces, Pedro Regueiro, Bonet, Sauto, Eugenio, Luis Regueiro, Lecue, Emilín, etc. Un Sañudo que nunca alcanzó la selección nacional porque la competencia en arietes en aquellos tiempos, (Lángara, Elícegui, Guillermo, Campanal, Bata, Vergara, Unamuno, Nolete, etc), era sensacional. Pero en la historia del Madrid están su ejecutoria y sus goles. Era de la Montaña y de aquellas tierras frías se forjó en Valladolid, para alcanzar el Madrid como meta dorada de su vida. Un Sañudo al que recuerdo después de nuestra guerra actuando en el Valladolid, y eliminando al “coco” de aquellos tiempos, el Atlético Aviación, de la Copa del Generalísimo. Un ataque de Zorrilla donde actuaban el coruñés Viso, Barinaga, cedido por el Madrid, el malogrado Sañudo, Cárdenas y un extremo apellidado Aparicio, que destacó antes de la guerra en el Levante y Hércules y, después de la misma, en el citado Valladolid y en el Granada.
De la Montaña vino al Madrid hace cuarenta y siete años el ariete Sañudo. Era un gran rematador. De la Montaña vino al Madrid hace ocho años otro ariete de fácil remate, de condiciones sensacionales que se llama Carlos Alonso “Santillana”. Entre ambos hay grandes parecidos. Leales al área, de valentía probada, de grandes recursos a la hora suprema del gol y con un olfato de la meta adversaria realmente admirables. Sañudo era un hombre a marcar y a frenar. Santillana ofrece las mismas dificultades para los defensas adversarios, y sigue en posesión del mejor salto cabeceador de Europa. Dos arietes montañeses, dos martillos madridistas a la hora de encontrar el marco rival, y lo que es más importante, el gol victorioso.
El domingo, ante el Rayo, el Madrid debe llevar luto en memoria de Sañudo. El “montañesuco” que en Mestalla en 1936, mes de junio, jugó su último partido con el Madrid. Fue el día en que Zamora evitó la prórroga con una parada antológica a un disparo de Pepe Escolá que hubiese supuesto el empate para el Barcelona en la final de Copa. Sañudo estuvo allí, sometido al marcaje de Areso y Bayo y la vigilancia de tres medios en la línea de combate que integraban Argemí, Franco y Balmanya. Cuando el equipo regresaba victorioso a Madrid, con la copa alcanzada, bien ajenos estaban todos a que dentro de veinte días iba a producirse la dispersión total al iniciarse en España la guerra.
Han pasado muchos años y ha llovido mucho desde entonces. Pero ahora que Sañudo ha hecho el último escorzo de su vida, ya es grato para mí ver como ariete del Madrid a un hombre que tiene muchas de sus características, aunque mejor y más espectacular remate de cabeza. Me refiero a este Santillana que se vino también de la Montaña a defender la camiseta blanca de un club que encumbró a ambos. A Fernando Sañudo, en los tiempos difíciles de la constante competencia. A Carlos Alonso “Santillana”, en estos tiempos del marcaje destemplado, muchas veces salvaje, de los que se muestran impotentes. De Sañudo a Santillana, cuarenta y cinco largos años de diferencia. Y, sin embargo, una línea de continuidad casi perfecta. La Montaña, Cantabria, los hizo para que el Madrid los elevase. Pasado mañana ante el Rayo Santillana debería brindarle el partido, sus posibles goles, a su antecesor y paisano Sañudo. Cantabria, con el número 9, se viste casi siempre de blanco. Como sus montañas en los duros fríos invernales.
Fuente: Manuel Sarmiento Birba en AS 1 de febrero de 1980