Del gueto de Belfast a la cumbre, de Rafael Ramos
Esta semana se cumplirán 10 años del fallecimiento de George Best, que murió a los 59 años en Londres. Tres años antes había sido sometido a un trasplante de hígado, tras décadas de consumo abusivo de alcohol.
Se iba así uno de los grandes futbolistas del siglo XX, y sin duda el primero que cautivó a toda una generación y que en Gran Bretaña dio lugar al primer «pop-star futboller», es decir, un futbolista con la popularidad de una estrella del pop.
El «Golden Boy» de los sesenta fue llamado el «Quinto Beatle», recibía diez mil cartas semanales de sus fans femeninas y su popularidad fue enorme. Tan enorme que afectó a su carrera profesional. De él es la famosa frase: «Gasté mucho dinero en mujeres, bebidas y coches deportivos… el resto del dinero lo malgasté».
Cuando falleció en El Mundo Deportivo este artículo de Rafael Ramos rindió homenaje a George Best, el icono cultural y social de toda una generación.
George Best siempre soñó con recibir la pelota en su propio campo, dejar atrás a todos los defensas, depositar la pelota en la misma línea de gol, tumbarse en el suelo y empujarla con la cabeza dentro de la portería. Estuvo a punto de intentarlo en el Estadio de la Luz de Lisboa, en la gran victoria sobre el Benfica que lo catapultó a la fama.
- No lo hice, contaba en una de sus historia favoritas, porque al míster (Matt Busby) le habría dado un infarto
El “quinto Beatle”, así lo bautizó la prensa portuguesa en 1966 tras la memorable victoria de los “diablos rojos” por 5-1, desarrolló su prodigiosa técnica driblando pelotas de tenis y chutándolas contra las paredes del modesto bloque de apartamentos de los barrios protestantes de Belfast donde creció, hijo de un trabajador de los astilleros donde se construyó el Titanic y de la empleada de una tabacalera.
Un cazatalentos del Manchester United lo descubrió a los quince años cuando jugaba en el equipo de su barrio (Creagh Boys Club), y de inmediato llamó por teléfono a sir Matt Busby sin poder ocultar su emoción por lo que acababa de encontrar: “Creo que te he encontrado un diamante”. No se equivocó en absoluto el cazatalentos. George Best se convirtió en el mejor futbolista británico de todos los tiempos, aunque el alcohol, el juego y las mujeres truncasen abruptamente su carrera cuando sólo tenía veintiséis años.
El nombre de Best sale a relucir cuando se habla de los mejores futbolistas de todos los tiempos, junto con los también legendarios de Pelé, Maradona, Di Stéfano y Cruyff. Y eso que la Copa de Europa de clubs, que alzó en Wembley en 1968 después de derrotar al Madrid en semifinales, fue el principal escaparate de su genio, ya que nunca llegó a jugar un Mundial. En cambio disputó 466 partidos con el Manchester United a lo largo de una década, con un balance de 179 goles (casi todos difíciles y meritorios, porque jugaba de extremo).
Georgie desmoralizaba a los defensas con cambios repentinos de ritmo al estilo Ronaldinho, y tenía una elasticidad más propia de un gimnasta o un acróbata del circo que de un futbolista. No tenía gran estatura, pero era un excelente rematador de cabeza, y su centro de gravedad era tan bajo que Isaac Newton se habrá cuestionado sus propias leyes físicas. Recuperaba bien el balón, y la única crítica era que resultaba demasiado “chupón” para el gusto de sus compañeros, en especial Dennis Law. Best siempre quería ser él quien marcase el gol, aunque otro estuviese solo delante de la portería, y no desperdiciaba la oportunidad, cuando se le presentaba, de regatear dos o tres veces al mismo rival.
El día de su diecisiete cumpleaños firmó el primer contrato profesional con los “red devils”, por 18 euros a la semana que incluía la obligación de limpiar las botas de veteranos como Bobby Charlton y Nobby Stiles, y pasar la fregona a los suelos del vestuario. Esas tareas no dudaron sin embargo mucho, porque Best debutó con el primer equipo del United tan solo cuatro meses después, el 13 de septiembre de 1963. Su segundo partido lo celebró con un gol que ayudó a derrotar por 5-1 al West Bronwich Albion.
El ascenso del pequeño extremo norirlandés fue fulminante. Dos años después de su debut en Old Trafford, el Manchester United ganó la liga del 65, y obtuvo el pasaporte para la Copa de Europa. En Lisboa hizo un “hat trick” memorable que llamó la atención de toda la prensa internacional y lo convirtió en el David Beckham de la segunda mitad de los sesenta. En cierto modo resultó su perdición, porque le abrió las puertas de todas las tentaciones que acabarían con él. Hombre apasionado dentro y fuera del campo, una vez fue expulsado con la selección de Irlanda del Norte por tirarle barro al árbitro.
Su carrera en el United concluyó un frío sábado de enero de 1974, cuando los diablos rojos recibían al Plymouth Argile en la Copa. Después de varias espantadas y otros tantos turbulentos retornos, Best había faltado a un entrenamiento y el entrenador Tommy Docherty le dijo que no contaba con él.
- Después del partido me senté solo en la tribuna de Old Trafford, y me pasé una hora llorando y contemplando el cemento. En ese momento me dí cuenta que todo había terminado
Best, en plena lucha contra el alcoholismo, jugó en el ocaso de su carrera con el Stockport, el Fulham, el Hibernian escocés, los Aztecas de Los Angeles y el San José Earthquakes, antes de colgar las botas con el Bournemoth. Pero ya nada volvió a ser lo mismo. Best murió como futbolista aquella tarde de enero en Manchester, cuando la música de Los Beatles estaba cambiando el mundo.
Fuente: Rafael Ramos en El Mundo Deportivo 26 de noviembre de 2005