Día bético, de Celestino Fernández
En abril de 1966 el Betis se iba a Segunda División al empatar a 1 en La Rosaleda contra el CD Málaga. Un tanto blanquiazul, muy polémico, en el último minuto del encuentro condenaba a los béticos al descenso.
En la competición de Copa, que entonces se disputaba una vez finalizada la Liga, el Betis eliminó al Oviedo en dieciseisavos de final y al Español en octavos. A amabos equipos de forma contundente con sendos 4-0 en el Villamarín.
En cuartos de final el bombo deparó un enfrentamiento contra el Real Madrid. El equipo blanco tenía que visitar Heliópolis el 8 de mayo, 3 días antes de la final de Copa de Europa que iba a disputar en Bruselas contra el Partizán de Belgrado, por lo que presentó un equipo con bastantes suplentes. Hasta el entrenador madridista Miguel Muñoz faltó al encuentro, siendo su segundo José Morales «Moleiro» quien estuvo ese día en el banquillo del Villamarín. El Betis se impuso 3-2, con 2 goles de Rogelio y uno de Quino, mientras que Blanco y Bueno hicieron los goles visitantes.
Una semana después en el Bernabéu el planteamiento cambia radicalmente. El Real Madrid «yeyé» había ganado su sexta Copa de Europa al vencer 2-1 al Partizán y ahora se presentaba 4 días después ante su público. Lleno total y ambiente de fiesta, presentación de la Copa y homenaje al Real Madrid hexacampeón de Europa. El Betis aparece como la víctima propiciatoria y nadie duda de que el equipo blanco, ya con su formación titular, superará el gol de ventaja de los béticos.
Sin embargo los blancos sólo pudieron hacer un gol, Gento en el minuto 24, en los 90 reglamentarios. En la prórroga Pirri hace el 2-0 en el 96, pero sorprendentemente el Betis empata la eliminatoria con un gol de Landa cuando sólo faltan 2 minutos para el final de los 120 minutos.
Entonces no se decidían las eliminatorias por penaltis ni por el valor doble de los goles fuera de casa. El empate a 4 que se registraba obligaba a la disputa de otros 30 minutos de prórroga, y fue de nuevo Landa en el minuto 149 el que marcó para el Betis, consiguiendo la clasificación.
Un equipo recién descendido a Segunda División eliminaba al recién proclamado campeón de Europa, plantándose en las semifinales de la Copa.
Desde las páginas del diario Sevilla el periodista Celestino Fernández comentaba esta grata sorpresa. Al día siguiente en Sevilla no se hablaba de otra cosa más que de la hazaña bética.
Tenemos entendido que esta vez han estado de acuerdo todos los sevillanos—béticos y sevillistas—en el regocijo y en la satisfacción generales. Todos, con la excepciones de rigor, claro, que confirman la regla, han tirado los sombreros por alto con esta victoria sobre el Madrid. O sea, sobre el hexacampeón de Europa, título este del hexacampéon que ahora está de riguroso estreno.
Ahí es nada: un segunda pegándole no a un primera, sino a un superprimera. Acaso en esto, y sin acaso, reside la capacidad que el fútbol tiene para apasionar a las multitudes, aparte su elemental lenguaje de músculo y de valentía, de pura porfía viril y de tanteo elemental, por el sencillo camino de pasar una pelota, a ser posible con ímpetu primario, por entre los tres palos de una portería.
Es ley de vida que siempre el mejor gane al peor, y que el fuerte se imponga al débil. En fútbol, esto es relativo. Jamás el mejor tiene su superioridad garantizada, jamás puede dormir tranquilo en sus laureles. Siempre corre el riesgo de ser desmontado de su caballo victorioso. Y de serlo a manos de cualquiera de más baja clasificación, de tal manera que el hablarse de tú a tú, que el ser iguales, que estar dentro de una democracia donde nadie es nadie y todos son “gente”, es su esencia.
Por mal que vengan las cosas—por mucho que se conciten los “gardeazábales” o los temporales, o la mala suerte–,aunque se haya caído en la Segunda División, aunque se tengan lesionados y se padezca un mal entrenador, aunque se tenga enfrente al garrulísimo señor Herrera, el nunca bien ponderado don Helenio, he aquí que a la hora de la verdad son once muchachos con su entusiasmo y con sus pies los que deciden. Y en este caso han sido once muchachos de Sevilla, muy jóvenes, animosos y decididos, los que han echado a los suelos la más bella leyenda de invencibilidad y de superioridad, al derrotar a un equipo que es la admiración de Europa y del mundo, dejándole tirado en la cuneta de esa carretera triunfal que se llama Copa del Generalísimo.
La gloria corresponde al Betis—singularmente cargado en su historial de este tipo de hazañas—y es lógico que andemos todos radiantes. Todos, repetimos.
Ayer no se hablaba en Sevilla de otra cosa que del Betis, que desplazó incluso al tema caliente, calentísimo, de los sacerdotes catalanes.
Lo que son las cosas. Al final, el Real Betis, sin proponérselo, sin comerlo ni beberlo, anticlerical. En cierto modo porque la verdad, ¿se sabe a estas alturas que es ser clerical o anticlerical?