Diálogo después del diluvio. 1958

El pique entre aficionados sevillistas y béticos ha sido, es y será una constante más de la rivalidad entre los dos clubs sevillanos. Estos diálogos incluso han sido la base fundamental de programas radiofónicos, como los recordados del Tío Pepe y su sobrino en Radio Sevilla, que ya tuvimos ocasión de ver aquí.
Hoy traemos otro ejemplo, publicado en el diario deportivo Marca, que en su edición del 24 de diciembre de 1958 reproducía este supuesto diálogo entre un aficionado bético y otro sevillista, en una columna firmada por el periodista Rafael Martínez Gandía, que se había trasladado a Sevilla con motivo de las bodas de oro de la sociedad bética, y que como ya vimos aquí recientemente se vieron afectadas por las fuertes lluvias caídas en Sevilla durante los días en que había de disputarse el torneo internacional con la participación de Borussia Dortmund, Malmoe y Betis.
Esa temporada el Betis había ascendido a Primera División, tras 15 años de ausencia en la máxima categoría. Después de 14 jornadas de competición el equipo bético era tercero tras Madrid y Barcelona, mientras que el Sevilla era el penúltimo de la tabla clasificatoria, en posición de descenso y sólo por delante del Celta de Vigo. En el diálogo las puyitas entre uno y otro se referirán a la situación liguera, así como al paso del equipo verdiblanco por la Tercera División, que el aficionado bético defiende como «la época más gloriosa del Betis», a la vez que se desea el descenso del eterno rival en la temporada en curso.
El domingo siguió lloviendo en Sevilla, con una lluvia que reservó sus más insistentes y espesos chorros para el partido entre el Borussia y el Malmoe. Acabó el encuentro y poco después se daba oficialmente la noticia de que, en vista de la invencible oposición del tiempo, se suspendía el encuentro que debía celebrare al día siguiente. Inmediatamente cesó de llover. Antes de la cena nos encontrábamos sentados en un establecimiento entre dos amigos, uno sevillista y otro bético, equidistantes en su diálogo y sin que nos permitieran inmiscuirnos en él. El bético decía:
- ¡Ya estaréis ustedes contentos¡
- ¿Contentos de qué, hombre? Contentos estaríamos si hubiera seguido adelante la cosa, y se hubiera celebrado vuestro encuentro con los alemanes. Pero os habéis “rajao”
- Nada de eso. Lo que pasa es que hay cinco jugadores del Betis que no saben nadar. Pero nosotros le ganamos al Borussia en húmedo y en seco. En el mar no, porque ya te he dicho…
- ¡Calla, presuntuoso, que eres un presuntuoso¡
- Porque se puede. Por algo hemos subido donde estamos
- Lo que pasa es que el Betis ha querido subir tanto que se ha desbordado
- Envidia, nada más que envidia, porque para ver donde estáis en la clasificación tenemos que apoyar la barbilla en el pecho. Si no es por el agua…
- Haberla cortado, como hizo el Sevilla en sus bodas de oro
- Buenos, nosotros nos conformamos con quedar dos puestos por delante de vosotros y, aunque somos supersticiosos, nos gustaría terminar en la clasificación final el número 13, ya ves tú
- ¿El 13? Lagarto, lagarto. ¿Y eso por qué?
- Porque entonces ustedes tendríais el 15, que es la niña bonita
- ¡Caracoles¡ Hay cariños que matan. El quince es el descenso automático
- No había caído. De todos modos, en Segunda también se juega al fútbol
- ¡Y en Tercera, nene, en Tercera¡ ¿O es que no te acuerdas de cuando el Betis estaba en esa categoría?
- ¡No me he de acordar, si ésa fue la época más gloriosa del Betis¡ Caímos en Tercera porque nosotros somos difusores del deporte. Por eso nos fuimos a Tercera, para enseñar al que no sabe
- Pues si seguís enseñando como en aquella “gloriosa” época, os vais a primera regional como las balas
- Bueno, ustedes procurar ganar el domingo el partido de los “colas”, que es como le llaman: el Pepsi contra el Coca
Así siguieron hablando, con gracia y sin hiel, y allí los dejamos porque teníamos una cita a la que no podíamos faltar, ya que si no allí hubiéramos seguido en nuestra situación de distraídos oyentes.
Al día siguiente salió un sol espléndido. Aquel sol magnífico, el sol de los turistas, el sol de Sevilla, parecía sonreír burlonamente.
¿No es para sospechar?