Ekström, el eslavón perdido, de Francisco Correal
El futbolista sueco Johny Ekström fue una de las grandes apuestas del mercado de invierno de la temporada 1993-94 para reforzar la delantera verdiblanca en la intención de conseguir el anhelado ascenso a la Primera División.
Ekström tenía 28 años cuando llegó cedido al Betis por la Reggiana italiana y era un auténtico trotamundos del fútbol, después de haber jugado en Suecia, Italia, Alemania, Francia, y de nuevo Suecia e Italia, siendo además internacional habitual con su selección, habiendo participado en el Mundial de 1990 de Italia y en la Eurocopa de 1992 en Suecia.
Con el Betis debutó en el partido de liga del 23 de enero en Mérida, cuando en el descanso sustituyó a Angel Cuéllar. Tres días después fue de la partida en el encuentro de ida de los cuartos de final de Copa frente al Barcelona, hasta que en el minuto 60 fue sustituido por Juanito. Y el 30 de enero se alineó contra el Hércules en el Villamarín, siendo el objetivo del periodista Francisco Correal en su sección «Marcaje al hombre» en el Diario 16 Andalucía.
El Betis, con su particular aplicación de la ley de Extranjería, se está convirtiendo en un sucedáneo de eso que en los partidos benéficos se denomina resto del mundo. El mapa verdiblanco va desde la Patagonia hasta Escandinavia.
El último integrante de esta legión extranjera es Johny Ekström, un sueco trotaconventos que ha jugado en la Liga de su país, en Alemania y en Italia. Una banderita más en el despacho de ese émulo de secretario general de la ONU que es don Manuel Ruiz de Lopera.
Había encadilado a la afición con dos carreras trepidantes en la primera parte del choque copero frente al Barcelona, en el que dispuso de dos claras ocasiones de gol. Esos primeros minutos—tras el descanso le entró una asfixia turdetana—eran una especie de apéndice a su aval balompédico. Una incógnita a despejar para los que no pueden tener, como Rosendo Cabezas, una antena parabólica en su casa con la que seguir lo que ocurre en los campos de fútbol desde Cardiff a Estambul.
A priori, los goles de Aquino y el pedigrí del sueco—mundialista, rozó la gloria continental con el Goteborg—se unían en un tándem espectacular. El argentino, para futuros lances, deberá tira de su bibliografía y repasar la apasionante aventura de su compatriota Jorge Luis Borges cuando se decidió a aprender las lenguas eslavas para descifrar las leyendas nórdicas.
Es un delantero espigado, grandullón, más que eslavo eslavón. Un eslavón perdido por la poblada y bien defendida zaga herculana. Arranca con muchas ganas y a las primeras de cambio se entiende mal que bien con Gordillo, que futbolísticamente hablando es políglota, provoca un saque de esquina y es objeto de una peligrosa falta.
Un porcentaje muy elevado de sus intervenciones acabaron en las piernas del contrario, como si el ariete de la noche blaugrana se hubiera disipado. Está claro que técnicamente, incluso étnicamente, le falta lo que a Daniel Toribio Aquino, su compañero de línea, le sobra: el toque racial, el pellizco de mala leche, las ganas, esas constantes vitales que tantos escandinavos buscan en litorales meridionales.
Si no fuera porque está ahí y es él, en algunos lances se podría dudar de su condición de futbolista. Se mueve como un profano, como cuando Fernando Fernán Gómez se vistió de futbolista para esa parodia político-balompédica que fue la película El fenómeno. Y corre con el caballo puesto, como hacían los Monty Pyhton en una versión cinematográfica de los mitos artúricos.
Es fuerte en los controles y blando en el cuerpo a cuerpo. Pese a su elevada estatura, en todo el partido sólo le sacó ventaja a esos centímetros de más sobre la media en un centro de Monreal que cabeceó lejos del portal de Falagán.
Representa a un fútbol que en sus dos terceras partes—suecos y noruegos, con la ausencia de daneses—estará representado en el Mundial de Estados Unidos. Un fútbol que se escapa de las dos escuelas hegemónicas, latinos y anglosajones, y que aporta una cuota notable de sangre fría en los momentos decisivos.
Las paredes con Aquino acabaron casi siempre en trincheras. Gordillo fue el destinatario de sus mejores servicios por una banda que algún bético quisiera proponer para su catalogación como patrimonio de la humanidad.
Un servicio de Gordillo le sirvió a Ekström para marcar un gol fantasma que no subió al marcador. El sueco le devolvió el favor al capitán bético con un pase medido. Intervino muy indirectamente—con un quiero y no puedo—en la gestación del gol de Alexis.
Con el empate en el marcador, se hartó de balón marrando una ocasión clarísima. Amén del espejismo del Barcelona, era su puesta de largo y le perdían sus ganas de agradar, sus deseos de justificar los motivos de su fichaje con un gol en su primera comparecencia liguera.
Esa obsesión se vio de forma más clara en los minutos de descuento, con el Hércules apretando el acelerador para contrarrestar la mínima ventaja verdiblanca. Ekström recuperó un balón en tierra de nadie, con toda la zaga alicantina más cerca del colegio Claret que de su portería, y avanzó flanqueado por Aquino y Tab Ramos. En su particular homenaje a Borges y a su ceguera, se puso una venda en los ojos, espoleó al caballo que lleva entro y pasó olímpicamente de sus compinches americanos, siendo “cazado” en el intento.