El adiós de Rincón, de Manuel Fernández de Córdoba.

A mediados de enero de 1990 la relación contractual que mantenía Hipólito Rincón con el Real Betis Balompié se rompía mediante la rescisión del acuerdo que le ligaba al club hasta junio de 1991, y la correspondiente compensación económica fijada por el Centro de Mediación, Arbitraje y Conciliación en 33 millones de pesetas.
Finalizaba así la carrera deportiva de Rincón en el Betis, iniciada en el verano de 1981, y que le convirtió en uno de los jugadores icónicos del Beticismo en la década de los 80 del pasado siglo.
Ya vimos algunas de las circunstancias de esta ruptura y la opinión del jugador en la entrevista que publicamos aquí.
Hoy traemos el artículo que le dedicó el periodista Manuel Fernández de Córdoba en las páginas de ABC, y en las que ponía en su contexto el acuerdo de renovación que el club le hizo en 1986, vísperas del Mundial de México, por 5 años, así como los numerosos vaivenes por los que pasó la carrera deportiva de Hipólito Rincón en sus últimas campañas en el Betis.
Algo en claro desde la primera línea: cuando se le renovó el contrato que ahora se ha resuelto, con la fórmula legal del despido improcedente e indemnización que libra al Betis de pagar los impuestos del jugador; cualquier presidente verdiblanco hubiera hecho lo mismo, porque Hipólito Rincón iba a un Mundial, podía destaparse en el escaparate más llamativo del mundo y multiplicar su valor en la bolsa futbolera. Se arriesgó en aquella operación. Pero cualquiera, aunque ahora quede mejor decir lo contario, lo hubiese suscrito porque era valor en alza, patrimonio importante, hombre a negociar si surgía el triunfo mundialista y auténtico cheque en blanquiverde para una entidad que entonces no tenía un horizonte tan negro.
Después ocurrió que, a la larga, aquello no resultó. Eso ocurre en el fútbol y nadie está libre de equivocarse, o que los sueños no se convierten en realidad. Y aquel goleador, mundialista, estrella inolvidable de un España-Malta que hizo crujir el Villamarín, vino a convertirse, andando el tiempo, en una sombra que encontraría la mayor oscuridad en la misma forma y manera en que vistió su última camiseta verdiblanca: siendo expulsado del campo mientras el equipo se iba irremediablemente a Segunda División, lloraba la grada y todo un Betis decía adiós a Primera y a la dignidad, a estar entre los mejores y a su propio coraje; ese coraje que sólo quedó en la grada para llorar de rabia y seguir sintiendo al Betis como no lo habían sido capaces de sentir y defender los que cobraban por sentirlo y defenderlo. Allí se acabó todo.
Y ahora, en el triste adiós de los tribunales, la historia vuelve de sus recuerdos. De cuando llegó alternando sustituciones con Moyano porque a Rafael Iriondo le daba igual uno que otro; de cuando fue Pichichi de Primera en aquella temporada 82-83, en que se hizo ídolo absoluto; aquel bajón de la siguiente y otra más de propina; aquel renacer, recuerden el tándem Rincón-Calderón de la 86-87, y la cuesta abajo desde entonces hasta terminar como ha terminado.
Triste, tristísimo ocaso para quien está en la historia verdiblanca por sus goles y se queda a las puertas del mito por todo lo que vino después de esos goles. Con Rincón se cierra también una etapa verdiblanca que alcanzó la gloria de los primeros lugares de la tabla, los años de boyantía económica, la felicidad de cantar gol en Villamarín y, también, la agonía de las últimas campañas, el descalabro del descenso, la noche amarga como hiel de un mes de julio, la expulsión de algo más que un futbolista, la que fue y ya no era más que una sombra. La del que, a base de goles, hizo temblar el Villamarín de emoción y, ahora, a base de desaciertos lo hacía tiritar de pena.
Pero, ojo a esto, y quien lo escribe criticó mucho a quien lo renovó por otras cuestiones: aquel contrato lo hubiera firmado cualquiera, porque el futuro era de esplendor de mediodía. Ocurrió luego que la noche dejó a oscuras a este Betis que, en los tribunales, despedía una página de su historia.