El Betis, de Manuel Díez-Crespo
El texto que hoy traemos se publicó en el diario Sevilla en junio de 1967 coincidiendo con el ascenso del Betis a Primera División tras imponerse en la eliminatoria de promoción al Granada, a quien venció 2-0 en el Villamarín y 0-1 en Los Cármenes.
Su autor es Manuel Díez-Crespo, escritor, periodista y poeta de la generación del 27 nacido en Ecija en 1911 y radicado en Madrid desde los años 40.
En el texto expresa su admiración y simpatía por el Betis, aunque confiesa su ignorancia sobre el mundo del balón ( «Yo no sé nada de fútbol, sino de Betis»). Y realiza una atrevida comparación con Rafael Gómez Ortega, «El Gallo», torero gaditano con una vida llena de anécdotas y prototipo del torero artista, además de citar también a Manolo Caracol, incluyendo al Betis en su definición de genio: «el artista que lo mismo puede estar por el cielo que por el suelo».
Bueno, esto de hablar del Betis refiriéndonos al río mutilado que pasa por Sevilla, podía ser un reflejo cultural importante de la proyección sobre el Manzanares de una vía fluvial ardiente y llena de finos cristales sensibles a toda cultura nacional. Betis—el sacro Betis olivífero—como sensibilidad, arte, literatura, poesía y pensamiento.
Pero, no vamos a hablar del Betis río, o sea Guadalquivir, sino del Betis fútbol, o sea Real Betis Balompié.
Y, ¿a qué viene esto? Pues viene a que ese equipo sevillano, cuyos reflejos en este Madrid tienen duende, ha sido—y sigue siendo—el tema de conversación en estos días en todas las peñas culturales e intelectuales que conozco en la capital. El Betis nos ha tenido sacados de nuestras casillas por aquello de su posible ascenso a la División de Honor.
Y bien; ¿qué tiene este Betis que aquí, cuando se habla de él, las caras cambian, se produce una sonrisa llena de simpatía en el que pronuncia su nombre, y está un poco al margen de su misión puramente deportiva? Cuando en estas peñas de Madrid se habla del Betis, parece que se refieren no a un equipo de fútbol, sino a un artista con personalidad y duende, no propio de estos tiempos. El Betis, más que un equipo, es una persona con sus gracias especiales. No sé, pero a veces, cuando veo esas caras transfiguradas de muchos ilustres madrileños que conozco, al hablar del Betis, vienen a ser las mismas expresiones que cuando se habla de “El Gallo” y asimismo cuando se le recuerda en su toreo y en sus anécdotas. Anécdotas de genio y de niño de ocho años. Así es el Betis.
En Madrid estas alternativas, estas genialidades y pericias béticas se comprenden muy bien. Ya cortado el río a pocos metros después del puente de Triana, el Betis Balompié salta, por entre álamos y olivos, camino de Despeñaperros y entra por Atocha a la plaza de la Cibeles, para alimentar con toda su cultura fluvial, deportiva, personalísima, pintoresca, y con destellos geniales, a todas las charlas de escritores, médicos, intelectuales o, por mejor decir, de ese “todo Madrid” que tiene alma de esponja. Entra el Betis por la calle de Alcalá y le vemos en espíritu como a Rafael El Gallo. Un genio del toreo que cierta vez me lo definió aquel fabuloso ser que se llamaba Caracol: Un genio—vino a decirme—es el artista que lo mismo puede estar por el cielo que por el suelo.
Y el Betis, camino de su cielo, es ya una deidad reflejada en el curso del río que lleva este nombre. Lo mismo hubiera podido estar en estas horas por el suelo. Yo me permito incluirlo en la clasificación de genio que hacía Caracol.
El Betis, no un equipo, sino un espíritu, una persona que se abre en verdiblancas promesas o se hunde por bulerías con un llanto de guitarra al fondo. Yo no sé nada de fútbol, sino de Betis. Los que saben de lo primero nos aseguran el triunfo total. Para mí, que así lo deseo, me basta con el escándalo cultural que el Betis ha armado estos días en los Madriles. Como un genio del cante o del toreo.
Y…¡a la gloria en angarillas¡