El futboleo incivil
Todos los que hemos consultado en las hemerotecas los viejos periódicos que desde comienzos del siglo XX nos cuentan cómo se fue extendiendo y popularizando el fútbol, nos hemos topado en bastantes ocasiones con quejas en la prensa sobre la práctica del fútbol callejero.
Esta que hoy traemos es bastante tardía, pues es ya de los años 30, concretamente de enero de 1935 y se publica en el diario sevillano El Liberal.
Puesto que cada ciudad dispone de un área deportiva, donde la juventud, canillas al aire y en jersey multicolor, arremete libremente contra el balón alegre y saltarín, de ningún modo puede admitirse que las calles, destinadas al tránsito y tráfico públicos, se conviertan en lizas clandestinas del fútbol bisoño, que tanto fastidia al pacífico ciudadano.
Así debiera ser; pero en Sevilla el futbolista callejero se ha hecho de tal manera crónico, que no sabemos quién habrá de desterrarlo y cómo podría hacerlo.
La seguridad con que la chiquillería se apodera del arroyo para sus permanentes encuentros deportivos, sin pizca de escrúpulos por el vecindario o por el transeúnte, indica que goza del privilegio de la impunidad, y que un trato de “vista gorda” inveterado y de padrazo favor les hace dueños de la situación y reírse de quejas y amenazas.
Pero ¿es que nadie les puede a estos rebeldes contraventores de las Ordenanzas municipales? ¿Es que no tienen fuerza de razón los cristales rotos, los pelotazos alevosamente disparados y la obstrucción irritante de la vía pública? Pues sí, señor, así es; nadie les puede a estos arbitrarios dominadores de la calle, rabiosamente “amateurs” del fútbol; nadie logra, ni intenta, hacerles comprender que la calle es para el viandante y que en torno a la ciudad hay vastos terrenos de expansión, donde los más inverosímiles balonazos son posibles.
No hay otro recurso que aceptar mansamente el “goal” que nos caiga en suerte y dejar que los futuros “equipiers”, en esta escuela de la calle, vayan ganando grados deportivos a costa de nuestras narices y de las del prójimo, aparte otras leves salpicaduras de fachadas o indumentos.
Las lamentaciones se han repetido hasta la saciedad, pero el abuso sigue, días tras días, consumándose a ciencia y paciencia de los representantes del orden edilicio.
¿Habría forma de que la pelota incivil, sucia y retozona, de la calle transmigrara por lo menos al otro lado del extrarradio, dejando tranquilo al sufrido ciudadano de Sevilla? A ver si es posible, señor alcalde, tributarle este justo aplauso a su autoridad popular.
Una severa disposición, un recto y rápido cumplimiento, y los balompédicos desatinados entrarán, al fin, en la vereda de su verdadero campo. En el campo de la calle, o sobran las pelotitas o el transeúnte. A elegir
Fuente: Aristofanete en El Liberal 6 de enero de 1935