El grito sigue ahogado, de Luis Carlos Peris

El 17 de junio de 1992 fue una noche triste en Heliópolis. El Betis, ante un estadio repleto, fue incapaz de remontar la desventaja de un gol que traía de la ida en Riazor y fracasó en su intento de ganar la Primera División en la promoción frente al Deportivo de La Coruña.
La fiesta preparada en la Plaza Sony, en el recinto de la Exposición Universal en la isla de La Cartuja, quedó en nada y el sentimiento trágico de esa noche se agravó con el fallecimiento del padre de Juan Merino en las mismas gradas del Villamarín.
Todo eso lo contó dos días después el periodista Luis Carlos Peris en su sección Desde mi córner en las páginas de Diario 16 Andalucía.
Esperaba la Plaza Sony, el Jumbotrón estaba preparado para ofrecer los goles que el Betis iba a marcarle al Deportivo para volver a su sitio. Se había ideado una gran fiesta para que estallase definitivamente el grito que el beticismo lleva ahogado en las entrañas desde hace un lustro, más o menos. No se vendía la piel del gallego antes de cazarlo, pero se ataban los cabos para que hubiese lugar a la fiesta que la gente verdiblanca lleva esperando tanto tiempo. No se trataba de celebrar un masoquista día del beticismo con la visita del Palamós ni de peregrinar al Rocío; era nada más y nada menos que lanzar un grito de liberación, pero no pudo ser.
La cita en la gran fiesta de la Expo se cambió por el acompañamiento en el dolor—uno más—de un futbolista que, pena sobre pena, se enteraba en el mismo vestuario que su padre acababa de morir. Así está tallada la historia del Betis, como para que luego venga algún que otro imbécil diciendo que el Betis es sólo literatura, un saco de tópicos que se airean cuando los vientos lo aconsejan. Son hechos como el drama de Juan Merino los que jalonan la vida de un club único, irrepetible, que se hizo sentimiento desde el kilómetro cero de su historia.
Dicen que el “Betis, Betis” con que lo béticos rubricaron el fracaso del miércoles es un eslogan para masoquistas, el enésimo fatalismo de una gente nacida para sufrir. Pero ese grito sale de las entrañas, como sale la seguiriya; es una manifestación de dentro a fuera y no una postura; es fondo y nunca, nunca, forma; es la única manera de airear a los cuatro vientos los dolores que anidan por la barriga. Dolores que van derivando en enfermedad crónica por culpa de las circunstancias, de esas circunstancias que motivaron un tiempo proceloso y un equipo que no es capaz de meterle un gol al Deportivo de La Coruña, que no es el Milán precisamente. Lo del miércoles fue un capítulo más en los misterios dolorosos de un Betis que tuvo que cambiar la fiesta por el velatorio, la plaza Sony por el mortuorio de García Morato.