El hombre de la foto
En enero de 1990, tras 9 temporadas en verdiblanco, 270 partidos y 93 goles en partidos oficiales, Hipólito Rincón dejaba el Betis. El acuerdo por el que se rescindía el contrato, que tenía vigor por dos temporadas más, ponía punto final a la carrera del único máximo goleador bético en Primera División, lo que logró en 1983.
Sus 3 últimas temporadas en el club no fueron como las 6 anteriores, y una larga sucesión de desencuentros y polémicas, con compañeros, entrenadores y directivas, además de varias lesiones, ensombrecieron su paso postrero por el club.
En las páginas de Diario 16 Andalucía se publicó este semblante a cargo del periodista Juan Luis De las Peñas, centrado en la fotogenia del jugador bético, que convirtió su imagen de celebraciones del gol en todo un icono de los años 80.
A pocos futbolistas tendrán tanto que agradecerle los fotógrafos como al ya ex bético Hipólito Rincón. La imagen del madrileño con el puño alzado y el gesto a medio camino entre la satisfacción y la rabia, una escena que repetía indefectiblemente tras cada uno de sus muchos goles, era para cualquier reportero gráfico un pasaporte seguro para la portada del periódico, una instantánea que de ningún modo podía dejarse pasar. Todos los sabían y por eso todos se arremolinaban en torno al delantero cada vez que éste batía al meta rival.
Y es que para Rincón el gol constaba de dos partes. La primera, la habitual, impulsar el balón con la suficiente destreza o fortuna como para conseguir que superara al portero. La segunda era la celebración, un rito que siguen todos los futbolistas pero en el que no logran doctorarse demasiados. En esto, como en el gol, Rincón era uno de los maestros.
La explicación puede encontrarse en una de las frases que el futbolista dijo ayer en su último día como jugador verdiblanco: “Me hubiera gustado despedirme de mi afición con un gol”, señaló en un escenario, el despacho de un abogado, inhabitual para un hombre que sobre el césped ha alcanzado momentos de verdadero éxtasis y que siempre ha tenido en la grada a su punto de referencia. Rincón era, puede que todavía lo sea durante alguna temporada, uno de esos futbolistas que necesitan vivir en comunión permanente con la hinchada, un jugador cuyo instinto asesino, ese que sólo poseen los auténticos goleadores, aumentaba a medida que el rugido de la grada se hacía más fuerte. Lo demostró el día de Malta, quizá el encuentro que con más cariño recuerda, también la noche en que España, con un gol suyo y otro de Gordillo, doblegó a Islandia y logró el pase para el Mundial de México, y tantas tardes anónimas en el Villamarín. Los archivos gráficos de los periódicos sevillanos pueden dejar buena constancia de ello.